El gordo hizo un asado para ocho. Como de costumbre mi suegra se quejó. Qué la ensalada no tenía vinagre suficiente, que el hielo no alcanzó, el pan de la panadería cerca de la iglesia le gustaba más. Pero de la carne, que estaba el ochenta por ciento cruda y el resto quemada no dijo ni media palabra. Claro, todo lo que hace el nene es perfecto. Cuando nos conocimos era la nuera ideal. Salíamos de compras, jugábamos a las cartas, mirábamos la novela juntas. Después cuando decidimos casarnos, con anillo de compromiso y todos los chiches, ella se despachó:–¿ Te casarás de blanco no?– Por el honor a la familia. –¿Pero que insinúa señora?– Soy una buena chica, y su hijo siempre me respetó.
-Qué le iba a decir?- Tenía un discurso preparado para la ocasión, pero me pareció que no correspondía. Bueno, casorio en puerta había que preparar la boda qué para ella era el evento del año en el pueblo. Mi abuela nos regaló una casa, un poco deteriorada, pero nos gustó. La sentimos nuestro hogar.
Pero allí apareció ella: Que su hijo no podía vivir en esa pocilga, que tiene humedad y la mar en coche. Terminamos alquilando algo que no podíamos pagar, pero claro, daba más “ status”. Tenía tantas ventanas que cada vez que llovía lloraba pensando que pasaría dos días limpiando vidrios.
Nos casamos por iglesia, con arroz, fiesta y luna de miel. Ya en casa estábamos muy enamorados, felices. Pero ahí fue cuando descubrí que me había casado con mi suegra. Dormía con el gordo, pero el resto mandaba ella.
-¿Querida porque no cambias esas cortinas?- Son ordinarias. -Tesoro, quieres que te planche las camisas? Te quedan arrugadas — Los tallarines bien finitos, al nene le gustan así.
-Pero amásalos vos! Llévate las cortinas y camisas… Eso quería decirle, pero al gordo lo quiero tanto que aguanté.
Cuando nació nuestro hijo se pudrió el rancho. La teta se la tenes que dar así, que el provechito, no frutillas porque se brota.
¡Uff la que se brota soy yo señora! Tomé mi hijo, ropa y pañales le planté un par de asuntos pendientes y me fui de mamá. Se rió cuando nos vio, ofreciendo mi antigua habitación.
Me había separado, abandonado el hogar! El gordo manejando el camión no se enteró. Cuando llegó del viaje fue a buscarnos con la cara de bonachón de siempre. Lo recibió mi vieja. Lo esperaba en el cuarto con la decisión tomada. Alzó al niño me dio un beso y las palabras se las llevó el viento.
Mi divorcio no se llevó a cabo. Volvimos a casa. Ella nunca le contó al nene las palabrotas que le dije, ni que la amenacé que no vería más a su nieto. Reconoció en mí un rival de respetar.
Con el gordo somos felices, disfrutamos nuestros hijos. A ella la soporto, hay veces la ignoro, pero la respeto. Mientras no me critique los ravioles a la bolognesa que salen exquisitos!
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