–¿Querés un café?, pero lo tomás vos solo, eh, porque yo, así como me siento, no estoy para acompañarte. Pasé un día espantoso, me duele la cabeza desde la mañana. Tal vez me haya caído mal el desayuno, no sé, pero estuve todo el día a los tumbos, como atontada. –me dice mi madre y me mira como para dar lástima.

–No, no quiero café, ¿tomaste una aspirina? –le respondo y hago un gesto de preocupado, pero no lo estoy demasiado, toda la vida le ha gustado llamar la atención, y aprovecha estos minutos en que los visito, de regreso del trabajo, para que me ocupe de ella.

Hace más de veinte años que paso por su casa al caer la tarde para ver cómo están ella y mi padre, y cada día me ofrece un café que cada día rechazo porque estoy a minutos de cenar. Antes se lo explicaba, ahora sólo le digo que no lo quiero. Me pregunto si se sorprendería en caso de que alguna vez se lo acepte.

–No quiero aspirinas porque me hacen mal al estómago. –contraataca –Ni televisión miré hoy, te juro que se me daban vuelta las imágenes.

–¿Adónde fue papá? –le digo, ignorando la conversación sobre su salud.

–Ya viene, hoy se fue a almorzar a la casa del hermano. Te decía que ni la televisión miré…

–Por lo que hay que ver.

–La novela miro, la de los gitanos, ¿viste? Aunque, si me la pierdo una tarde no cambia nada, es siempre lo mismo, todos los días igual. – Nos reímos los dos, porque sabemos que en efecto es así.

–Bueno, quedate tranquila que mañana la vas a ver.

–Si me mejoro…

Se quita los anteojos de armazón marrón, limpia cuidadosamente los cristales y vuelve a ponérselos, los acomoda, se los vuelve a quitar, los mira, parpadea un poco, y nuevamente se los coloca achicando sus ojos como para ver mejor. No me la puedo imaginar sin sus lentes, creo que los usó toda la vida, son como una parte indivisa de su cara.

–…porque si sigo así, mañana ni lo prendo al televisor.

–Pero sí, mamá, mañana vas a estar bien y vas a poder ver la novela. Si se te ve espléndida.

–Ahí viene tu padre.

–Hola vieja, hola hijo.

–Hola papá, ¿cómo andás?

–La verdad… más o menos. Hoy no tuve un buen día, me siento como mareado, medio descompuesto, ¿viste?

Ahora sí presto atención, mi padre no se queja jamás, es de los que si pueden pasar inadvertidos lo hacen, de manera que si insinúa una queja es porque algo le pasa. ¿Será nomás que algo del desayuno les hizo mal?

–¿Vos también?, ¿qué desayunaron?

–Lo de siempre –dice mi madre–, pan con manteca y mermelada y café con leche. Ah, y un poquito de la torta que nos dejó el domingo tu mujer.

–¿Y estaría buena la torta?– pregunto con un poquito de temor, pues ya estamos a viernes.

–Seguro que sí –dice mi padre, defensor veloz de mi esposa ausente–, tal vez fue la manteca, porque cambiamos de marca, pero ya se nos va a pasar, esta noche cenamos livianito y mañana vamos a estar perfectos de nuevo, vieja –agrega con su habitual sonrisa de buen humor.

Ahí están los dos, satisfechos con sus vidas tranquilas, sentados frente a mí, su hijo único, mirándome con cariño y orgullo, los dos que casi son uno. Más de cincuenta años de casados han modelado a cada cual a semejanza del otro. Los miro mientras se comentan mutuamente las anécdotas del mal día. Cuánto se parecen… me imagino que hago un rompecabezas, coloco la boca de uno en la cara del otro y viceversa, y aun así cada uno sigue siendo quien es, así de iguales se han puesto. Les cambio las narices y siguen igual, les intercambio los ojos y… ah, ah, pero no, esto está mal, esto no va así, me incorporo lentamente, estiro mis manos hacia el rostro de mi padre, le retiro suavemente sus anteojos marrones, los dejo sobre la mesa que nos separa, me miran ambos como si me hubiera vuelto loco, le quito con la misma suavidad los lentes a mi madre y se los pongo a mi padre mientras aguanto la risa, tomo ahora los que le quité a él y se los monto a ella, los miro a ambos y lanzo mi reprimida carcajada.

–Bueno, y ahora, ¿se sienten mejor? – les digo, y disfruto ante sus caras de sorpresa feliz por el reencuentro con sus propios anteojos y el final abrupto de un mal día.

N. del A.: Esta narración respeta con bastante fidelidad el hecho cierto que la inspiró.

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