Bar Contradicción

Bar Contradicción

Borrado

06/10/2018

Era un hombre ordinario, con un trabajo común, él era dueño del bar que creó esta historia.

Tan hipócrita como encantador, daba los buenos días como tocando campanas con la voz. Con una sonrisa que brillaba sobre una piel suave, endurecida y pálida. Quién no iba a querer con semejante galán y un olor a corazanes, que hacía vibrar el paladar como la música a los pies, ir a las 8 AM en punto a desayunar.

El horario era muy importante para él, en su bar no se podía entrar a las 8 y 1 minuto o a las 8 y 14. Todo tenía su horario, y él se reservaba el derecho de admisión.

Pero no fue por eso que se hizo famoso. Había un perro que bailaba, pero tampoco fue esto que lo logró. Lo que verdaderamente pasó, fue su contradicción. Era tan cruelmente normal que gritaba con sus actos el deseo de atraer algo un poco más loco.

Había algo de esa extrañeza, de esa contradicción entre humildad y soberbia, de esa elocuencia y esa capacidad de manipulación emocional, que hacía que el bar se llenase. Así se pasó de boca en boca hasta que un día una periodista llegó, Magdalena, una mujer exótica.

Como un acto fallido de la crisis de los 40, esa en la que nos preguntamos si realmente tienen sentido los caminos que elegimos, empezó, mientras atendía las mesas y la barra, a elaborar historias, que en los ratos libres escribía en papeles que quedaban perdidos por el bar.

Magdalena con sus gajes de detective periodística y mujer intuitiva, fue deconstruyendo los misterios de esa esquina tan particular. Es que era un lugar lleno de vida, donde el control era más importante que la vida, pero esta última se rebelaba y era la protagonista. Magdalena creía que no se podía controlar todo y él sí controlaba todo, pero con sabor a exaltación del alma, cual Baco embriagado, lo que le hacía pensar que el control y el descontrol se tocan en un punto.

Un día Magdalena empezó a encontrar las notas de Saturnino y sorprendida iba leyéndose en los papeles y en los ojos de él. El coqueteo se elevaba como musa inspirada, mientras se disfrazaban de gracia y simpatía.

Entraba y salía gente, Saturnino de movía de acá para allá y Magdalena lo seguía con la Mirada. Las miradas descaradas y sensibles tachaban cualquier mala interpretación. Era el neurótico más puro y talentoso de la raza humana.

Saturnino empezó a sentirse incomodo. Los días pasaron, Magdalena estupefacta, era solo miradas. Él necesitaba control.

Magdalena dijo:

  • – Bello!
  • Saturnino perdió el control.

Se sentó a su lado, le agarró las manos, miró sus ojos mientras brillaban con la perfección de las estrellas, besó sus manos, acarició su antebrazo, acarició y apartó de su rostro el cabello y la besó, con la perfección y elocuencia que solo Saturnino puede hacer.

Hoy el bar es también una editorial de historias de amor del bar contradicción.

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