En sus viajes rutinarios al Korushka, Paco decide salir de casa con su clásico gorro tejido, chamarra de piel y una bufanda que lo cubra hasta la nariz.

La neblina no cae, se estaciona en el centro de la ciudad de Zacatlán. A pesar de que no se ve nada, la ruta se la sabe de memoria.

Debido a sus años de alcoholismo, Paco no llega al korushka, llega a una calle desconocida. Trata de hacer comparación con alguna otra que se le parezca, pero es imposible reconocerla. La calle es angosta y larga. El bullicio es enorme a pesar de que sólo hay tres personas incluyendo a Paco. La calle tiene una seña particular, no venden juguetes, baterías AA, AAA o cuadradas. Venden libros sin portada y con lomo verde, café y negro.

Paco se acerca a un librero arrumbado al final de la calle, un libro de lomo rojo destaca a lo lejos. Otra mano le gana a cogerlo. Por un instante el tiempo y el espacio no tienen lógica. Pareciera que aquella calle es un plano cartesiano en que alguna mano macabra mueve los puntos de manera morbosa para saber cómo funcionan sus combinaciones.

Aquella mano es pequeña con las uñas pintadas de negro, el libro viaja hasta el pecho de una adolescente de 16 años. Al parecer estudia en la prepa debido a que viste una falda a cuadros con una chamarra negra de pluma de ganso con gorro. Paco no la reconoce.

-Me ganaste el libro ¿podrías abrirlo para saber de qué se trata?

-¡Noo!!!!!!! Porque sí te dejo leer un poco nunca me buscarás.

Paco observa cómo se va alejando poco a poco.

-Antes de que grites y preguntes con sonrisa de tonto, mi nombre es Arely.

Aquella revelación dejó a Paco con un sello permanente en los ojos. En el Korushka no pronunciaba más que dos o tres palabras. En la cena con su familia no probó sorbo de licor o bocado de lomo relleno que acababan de servir en la mesa. Paco hacía cuentas y la cabeza le explotaba de sólo pensar que si esa calle era un artefacto propio de la ciencia ficción podría toparse con Arely de adulta.

“La calle” seguía ahí, iluminada de pequeños focos color rojo.

Su sorpresa fue aterradora, llegó unas horas tarde. Pudo reconocer unas cuantas caras familiares, esas caras tenían 60 años de historias desconocidas para Paco.

Como ritual, se dirigió al librero al que acudió horas antes. Una mano arrugada tocó su dedo índice, lo abrazó y le susurró al oído.

-No voltees, no te gustará lo que verás. No te asustes, soy yo, Yoko ¿Te acuerdas? El libro no está porque la historia no se ha acabado. Aléjate sin voltear, tengo un esposo muy celoso, se fue a buscar un libro sobre historia del cine.

Paco sonríe y recibe un beso en la mano con unos labios agrietados pero cálidos. Su curiosidad es muy grande, quiere saber cómo es aquel viejo gruñón y celoso. Un cuerpo de dimensiones similares a las de él se topa de frente. Paco lo evade como si estuviese a punto de pisar una granada.

-¡Arely! Mira lo que encontré, “Historia del cine Ruso”, hay que mandárselo a Boris y a Tasha.

Paco no puede evitar voltear. El cerebro activa su mecanismo de defensa y sólo enfoca los ojos grandes y expresivos de Arely diciendo “NOS VEMOS AYER”.

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