Carta de Diego Duarte a su madre. Escritor y crítico, oriundo de Monte Caseros.

Emitida en Paso de los Higos.

Monte Caseros, Ctes. 10 de abril de 2018

Querida madre:

He llegado apenas hace una semana a Monte Caseros, mi pueblo natal, después de muchas horas de viaje.

(Aquí dejo una bonita postal para vuestro deleite)

Me encontré desconcertado ante un pueblo totalmente distinto del que el primero de marzo de 1990 decidí partir, llevando conmigo la imagen de aquella estación vieja, despintada, con olor a roble,repleta de personas fundiéndose en un abrazo de despedida.

Esta vez llegué en colectivo, pues el tren ya no es un medio de transporte popular. Es más, hoy en día es un medio de carga.

Te cuento mamá, que no pude evitar que la nostalgia se apodere de mí, Y es raro, pues soy tan blando como el pavimento. Reencontrarme con mis raíces me transportó a mi infancia hacia aquellos momentos felices en los que caminábamos por el andén hasta la casa de la abuela.

Allí me encontraba yo en la terminal de ómnibus desorientado, como el estudiante que busca en su mochila para empezar a estudiar y en tantos apuntes no sabe por dónde, caminaba buscando entre ellos y encontraba manuscritos de la primera clase (una remisería.)

Tomé un remís, en el trayecto al hotel fueron treinta y cinco los baches que encolerizaron al Chofer, quién resultó ser un compañero de la secundaria. Aquí el primer gustazo de hospitalidad que llevó a que en mi mente se produjera un efecto dominó con las imágenes de aquella adolescencia irrepetible, por sus mateadas en la costa del río, por los bailes en el artesano, en la que volver caminando a casa a la madrugada era tan simple y seguro como caminar de la cama al baño. Época sin tecnología invasiva, en la que éramos sintonía sin viento que la interfiriera. (No digo que nuestra adolescencia era mejor que la de hoy en día, pero dudo que los adolescentes de hoy puedan dentro de una habitación ser sintonía de la misma frecuencia.)

Una vez llegado al hotel y terminado el tedioso protocolo en gerencia para mi hospedaje allí, mi primera acción dentro del cuarto fue mirar por la ventana y encontrarme con un paisaje un poco diferente pero con la misma esencia. Aquí es donde quiero hacer hincapié “la esencia de Monte Caseros.” Basta con mirar la costa, devorada por el río en ocasiones y otras escondiéndolo. En ambas dejando un paisaje exquisito digno de la más bella postal. Esa unión de río y tierra en la cual se aprecia un formidable alba al renacer del sol. Estas espléndidas características no lo son todo, también lo constituye una natura de lo más agraciada.

Visite a mi tío Julio con el que ya me había comunicado varios días antes, me dirigí a pie para poder apreciar un poco más el camino y como un barco en el mar me sentía diminuto ante tan anchas calles, el sol ardía como si estuviese contento, pero no tardó mucho en partirme los parietales con una migraña muy aguda. Me había olvidado que de “gurí” por terrible me insolaba todos los veranos.Cuando llegué a su casa lo pude reconocer al instante, sus dientes habían rejuvenecido con el tiempo pero ahora estaban tan blancos y artificiales como telgopor, su cutis no tuvo la misma fortuna parecía tener la corteza de un árbol en la piel; que el mismo me dijo habérsela merecido de tantas sonrisas. Tomamos mates, charlamos; con pepas me llené el estómago y con recuerdos el alma. Él era un ex trabajador del ferrocarril muy dolido. Me contó todo lo sucedido en el cierre de la estación y junto a un mate me convidó su añoranza y melancolía. También me habló de vos, se me hizo inevitable no lagrimear, se formó un nudo en la garganta, un terremoto en mis manos comenzó y la sentí la más filosa de las dagas clavada en mi

pecho. Me contó lo buena y feliz que eras, has fallecido pero por fin podrás descansar, por fin entiendo que acá es el paraíso y por eso amabas tanto tu pueblo. Y aunque en mis treinta años lejos nunca te visité, hoy te siento en el aire, en la calles, en el agua.

(Aquí una foto de la actual estación de trenes.)

Te quiere tu hijo Diego.

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