​Apología a mis ancestros.

​Apología a mis ancestros.

Caminaba con dificultad por el silencioso pasillo. Las paredes recién pintadas de triste gris no lograban disimular el aire rancio que parecía haberse enquistado en cada grieta del sombrío corredor. Los grilletes apretaban sus manos en la espalda y las cadenas en sus pies entorpecían sus temerosos pasos en dirección a la puerta de acero que parecía acercarse ávida de atraparlo.

Al sentir su desesperada respiración y el palpitar de su corazón bombeando con insistencia su entumecido cerebro, se dio cuenta de que no estaba soñando. Se dirigía al encuentro con la muerte escoltado por dos uniformados que parecían no querer estar en ese maldito sótano.

¿Soy culpable o inocente? Se preguntó. No supo responder, lo había olvidado y en este instante final parecía no ser importante. Solo entendió que el tiempo se había cumplido para que la poderosa muerte lo apresara en sus garras.

¿Cuánto le quedaba de vida? ¿Minutos, segundos quizás? Sonrió con tristeza. Su atormentado cerebro como buen samaritano le concedió su último deseo, le permitió refugiarse en algún grato recuerdo dirigiendo sus pensamientos a lo que parecía ser solo un sueño, era todo lo que tenía.

Caminó a través del bosque siguiendo esa luz que se divisaba en la distancia.

Sentados alrededor de una fogata que iluminaba la noche de luna menguante, hombres y mujeres de rostros bondadosos y miradas sabias, parecían esperar por él. Sintió que los conocía.

Se detuvo con timidez frente a ellos. El crepitar de las llamas se alzaba sinuoso hacia el cielo nocturno iluminado por estrellas que parecían estar al alcance de la mano.

Los que permanecían alrededor del fuego, sin hablar, lo saludaron. ─Hola nieto, hola hermano, hola hijo, hola sobrino, hola padre, hola amigo… hola amado mio.

Al entender frente a quienes se hallaba no pudo evitar que las lágrimas descendieran sobre sus mejillas, sobre todo por la sonrisa de la muchacha que siempre había iluminado su corazón. Sentimientos de culpa, arrepentimiento y vergüenza se entrecruzaron con otras emociones de afecto que jamás había sentido.

El más anciano de ellos habló, parecía haber adivinado sus pensamientos. El susurro de su voz le pareció cálido a pesar del frío nocturno.

─No te acusamos, no te juzgamos, no te condenamos, ni te perdonamos. ¿Cómo hacerlo? Si somos ramas de un mismo árbol que deben mantenerse juntas disfrutando del colorido de la primavera y cuidándose en el ocaso del otoño. Hijo, pronto te sentarás a nuestro lado y compartirás las historias de valor , de alegrías y fracasos que la vida nos deparó.

Quiso quedarse con ellos para compartir la calidez de sus presencias, pero la humedad que chorreaba sobre su rostro mientras ajustaban la media luna de metal sobre su cabeza, le hizo volver a la trágica realidad. Sus manos maniatadas se aferraban con desesperación a las barandas de la silla eléctrica.

Alcanzó a escuchar las tristes oraciones de un sacerdote en un lenguaje que ya no lograba entender y que con lentitud se desvanecían.

Accionaron el mecanismo que acabaría con su vida.

Antes de que su propio grito se mezclara con el parpadeo de los focos de neón, sonrió. Pronto relataría su propia historia a la familia que nunca conoció, a sus ancestros, a su amor. Sabía que había un sitio alrededor del fuego esperando por él.

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