Barajar y dar de nuevo.

Barajar y dar de nuevo.

Patricia Mesiano

27/09/2018

Mi amiga Sandra me contó que su bisabuela: pequeña, recia, y sabia; le cocinaba crujientes buñuelos de algas, y que en sótanos oscuros e aireados guardaba, sin poseer refrigeración, los productos del huerto orgánico que utilizaba permanentemente.

Esos y otros conocimientos los obtuvo la anciana en un pueblo minúsculo del sur italiano; sus habitantes, muchos analfabetos, los traspasaban en forma oral desde siglos atrás.

La cultura actual promueve que no se compartan conocimientos, o no se valoren las informaciones difundidas entre generaciones.

Sandra desde la adolescencia estuvo profundamente atraída por la comida chatarra.

No era feliz. Solo vivía, como si todo transcurriese a su alrededor, sin ser la protagonista. Pasaba el tiempo y ella no sumaba sueños, metas ni deseos. Las cosas le sucedían.

Se le presentó hace tres años una enfermedad, el diagnóstico nos llenó de temores, la consideramos una tragedia. Ella comprendió que la medicina y la industria farmacéutica no eran el camino correcto hacia la cura, y buscó opciones. Encontró muchas técnicas y recursos alternativos como la alimentación alcalina, las plantas medicinales y el agua de mar . Los acompañó con profundos cambios.

No se hizo vegetariana ni vegana pues sintió sacrificadas esas opciones. Logró compatibilizar la buena alimentación con aquello que le da placer en el consumo; además ya es anarquista, era demasiado.

Entendió que en la oficina pasaba muchas horas y no era feliz. Decidió trabajar por su cuenta y eligió dedicarse a vender alimentos naturales. Dejó la seguridad para disponer de su tiempo y hacer algo que le gusta; y afortunadamente le va muy bien. Yo la acompaño y ayudo cada fin de semana, me encanta.

Se divorció. Jorge no entendió su nueva filosofía de vida, y ella reconoció que él había sido un error y una costumbre. Disfrutó de su soledad un tiempo, y hoy tiene a su lado un gran amor, que vive sin compromisos.

En sus vacaciones siempre había visitado, en excursiones, lugares considerados importantes. Ahora viaja con su pareja a sitios bellos y energéticos. Pasan horas observando las olas que huyen y retornan, y charlan sobre temas trascendentales, o discuten si lo que el agua produce en las rocas es un grito de alegría o un rezongo. También inventan historias de amor o desamor entre las aves marinas que no sienten temor al arrimarse a ellos. Se reencontró con los buñuelos de algas, y tal vez con su bisabuela.

Decidió atreverse a publicar cuentos y me alentó a sumarme. Nos divertimos mucho compartiendo visiones sobre las diversas temáticas e inventando historias.

No sabe andar en bicicleta, la gimnasia le resulta aburrida; pero empezó a bailar. Escucha la misma música de siempre, solo que ahora acompaña su desafinado canto con desgarbados movimientos.

Sandra ya está curada. Aprendió y me enseñó que todo final puede ser un comienzo; que de cualquier situación se puede salir fortalecido; y que siempre es posible patear el tablero, barajar y dar de nuevo.

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