75.098.634 XX caminó lentamente hacia el Banco con un andar lento mirando las coordenadas que un GPS con voz hojalateada indicaba.

En ventanilla se convirtió en C.C.C. 5330.4232.08.000223456 con una cantidad de disposición inmediata y de bajo interés. Al otro lado del cristal, el trabajador de afiliación SS 1098/233233167 deslizó los billetes de variadas numeraciones.

De nuevo en la calle 75.098.634 XX respiró profundamente mientras códigos de barras se apilaban en un supermercado y el código QR sonreía desde una valla publicitaria llamada TM 43526.

Siguió su camino desde el número 226 hasta el 484 de una calle aturullada porcentualmente y según la guardia urbana como de “Alta densidad”. El automóvil 4334 YIB lanzó un chillido de desaprobación por las esperas en la lenta procesión mientras su amigo 69953221 le llamaba con pensamientos telefónicos.

Los niveles de ruido sobrepasaban en mucho los cánones homologados de polución sonora y el aire estaba enrarecido. Esto era cierto ya que la unidad de control medioambiental CML.035 así lo atestiguaba mandando los datos enviados a través de GPRS hacia la base central.

El vacío estomacal hizo que 75.098.634 XX adquiriera una solución energética que indicaba los componentes calóricos y proteínicos como un mensaje de satisfacción saludable.

De repente cruzó un parque con árboles plenos de vida en verde. Los niños jugaban dejando en sus manos y rodillas el polvo de una tierra superviviente ante el asfalto. Un murmullo cantó desde la boca de una fuente un agua brillante que manaba limpiando el alma.

Se sentó en un banco sencillo de madera añeja y dejó de pensar, tan solo observar aquel paraíso desconocido. Acompañando asiento y sombra una anciana le preguntó con una sencilla sonrisa para romper hielos descorazonadores y solitarios:

Buenas tardes, me llamo Irene, como se llama usted?

– Me llamo Alejandro dijo devolviendo la sonrisa

A partir de ese momento una fina lluvia de palabras corrió entre ellos difuminando todo número tatuado y dejando volar la brisa de unos momentos de infinita serenidad.

Foto : Salvador Vilar

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