La camiseta de El Niño

La camiseta de El Niño

Pedro Diaz Muñoz

22/09/2018

Me gustó porque sonreía mucho y porque mamá se puso muy contenta al verlo allí parado en la esquina, donde está ese quiosco en el que ella me compra chuches. No dijo nada, pero yo sé cuándo ella se alegra porque empieza a restregarse la nariz con la mano. Y ella como si se sorprendiera: “¿Qué haces tú aquí?” Aunque creo que algo esperaba porque iba como cuando salía de viernes con sus amigas, con ese pantalón corto que hasta mis compañeros decían cuando la vieron esperando: “Qué buena está tu mamá”. Me daba un poco de vergüenza aunque también me gustaba ser por una vez la envidia de los demás. El Sr Montiel se le acercó y yo temía que le hablara del ratón muerto que habíamos puesto en la mesa de la de educación cívica; pero solo le dijo que cualquier día pasara a tomar un café para hablar de la orientación futura del chico, o algo así que no entendí.

Pero me gustó más porque me dio una bolsa de plástico: “Toma, es la camiseta del mejor equipo del mundo”. No era de esas que venden en las tiendas buenas, sino una de las baratas que compras en los quioscos; pero tenía escrito en la espalda El Niño. En el cole somos todos del Atleti, hasta los profesores y el bedel, y cuando jugamos en el patio nos peleamos por ser Fernando Torres. Es que está muy cerca del Calderón. Alguna vez hemos ido solo para verlo desde fuera, porque ver un partido es muy caro, aunque el muy suertudo de Tomás sí que va muchas veces. Dice que su padre es socio número tres, después del Presidente y de Luis Aragonés. Me puse la camiseta allí mismo, iba feliz con las rayas rojiblancas, pensando que la llevaría todos los días al colegio. ¡A ver quién era capaz de quitarme el puesto de delantero teniendo ya el nombre escrito!

Y mientras caminábamos ellos iban diciendo tonterías y se reían todo el rato. Hasta cuando le contaba que la habían echado del trabajo lo decía a carcajadas. Yo estoy muy contento porque ahora me viene a buscar todas las tardes y ya no la tengo que esperar en casa de la vecina, aunque me pierdo sus galletas tan buenas. Hacía un sol que casi no veías nada, yo la miraba tan guapa y me parecía imposible que alguien no la quisiera. Según nos acercábamos a casa andaban más despacio, parándose a cada rato. Empezaba a aburrirme, además veía que me iba a perder el principio de los dibujos. Tiraba de mamá, pero ni caso, pendiente de la conversación y mirándole sin fijarse en las cosas interesantes que había en la calle. Por ejemplo, ese perro en el jardincito, grande, color canela, poco pelo y unas enormes orejas. Quise jugar a ver quién le ponía el mejor nombre, pero fue él y dijo: “¿Qué te parece Arsénico?” Y no hubo más que hablar, porque a ver quién puede encontrar un nombre mejor para un perro grande, color canela y con poco pelo.

Se quedaban delante del portal sin moverse y los dibujos de la tele debían ya ir por la mitad. Entonces le dije que subiera a merendar. Mirándola, dijo que era muy buena idea y que muchas gracias por la invitación; aunque era yo quien había invitado. Ella se empezó a reír otra vez y todos subimos la escalera hasta el tercer piso. Yo el primero porque a subir esas escaleras no me gana nadie. Nos comimos el pan con Nocilla, yo con un Cola-cao y ellos con café. Me estaba poniendo nervioso porque no paraban de decir tonterías y yo no podía oír la tele, hasta que les dije que se fueran, y se encerraron en la habitación.

Primero me dio miedo porque me acordaba de aquella vez en la otra casa, ella en la habitación con papá, las voces que se oían hasta que salió muy enfadada diciéndome, “Vámonos Pepe que este cabrón no me pone otra vez la mano encima”. Y él, que no lo haré más; pero era lo mismo que había dicho otras veces. Y ella haciendo la maleta y vistiéndome, y él, “a dónde vais a ir, os vais a quedar en la calle, acabaréis volviendo y os joderéis que ya no os dejaré entrar”.

Pero ahora era distinto, primero se reían y luego les oía saltar en la cama, y otra vez risas y otra vez saltando en la cama y así varias veces. Cuando salieron ya era hora de cenar y mamá estaba muy colorada como si le diera vergüenza y todo el rato preguntando: que si había visto los dibujos, que si había hecho los deberes, que me pongo con la cena ahora mismo. Él no dijo nada de irse y andaba por la cocina queriendo ayudar. A mamá no le hace falta ayuda en la cocina, pero esta vez le decía: “picamos esto”, “pelamos esto otro” y todo como si lo estuvieran haciendo los dos cuando él no hacía nada. Bueno, se bajó al super a comprar una botella. “Para celebrarlo”, dijo.

Al día siguiente en el cole se lo conté a Kevin Garcia que es mi mejor amigo y quería saber quién me había regalado la camiseta. Y luego me dijo, “Eso es que han follado”. Y Li Chau y Sergio Ramos se reían. Bueno, es Miguel Ramos, solo le llamamos Sergio cuando no nos oye porque si no se cabrea. Porque es el más del Atleti de todos. En la pescadería su padre ha puesto un cartel gigante: ‘Nunca dejes de creer’. Y tenemos cuidado desde que le pegó una hostia a uno que al día siguiente de lo de Lisboa le llamó Sergio para hacerle de rabiar.

Que se rieran a mí no me importaba, porque no sé lo que es follar; pero me alegro de que lo hayan hecho. Mi mamá se lo merece.

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