Descanse en paz.

Descanse en paz.

Sergio V

20/09/2018

–Buenas noches– saludó Julio al entrar en el velatorio, sin recibir contestación.

–¡Qué pena! ¡Qué pena más grande!

Todos en la lúgubre estancia lloraron con la llegada de esta última e inesperada persona, como si trajera la tristeza y la añoranza consigo.

–Desde luego, como pasan los años, da miedo a veces mirar atrás. Fijate con lo que fuimos y como nos vemos ahora–susurró evitando romper el pulcro silencio.

–Y tú, ¿qué tal?, no sabemos nada de ti desde hace siglos.

–Bien, no me puedo quejar. De todas formas por mucho que me queje me va a dar igual.

–Eso esta claro Julio ¡Para recoger hay que sembrar! Tú desde hace mucho tiempo dejaste de sembrar por estos sitios, ahora no esperes ser recibido entre gloria y clamores.

–¡Cuando sembré me dio lo mismo! Ya se sabe que hay tierra donde por muchas semillas que uno eche no va a sacar nunca trigo.

–Ya estamos con las tonterías, tú siempre igual, poniendo el dedo en la llaga. ¡No vas a cambiar nunca! Se cree el ladrón que son todos de su misma condición.– Terminó dándole la espalda.

Un largo silencio evitó que el ambiente se tornara más áspero, pero no pudo evitar el cruce de miradas escarmentadas de unos y recelosas de otros. Tras el primer envite, la tensión iba en aumento, parecía como si el volcán estuviera a punto de bullir. Una pareja de primos en una esquina murmuraban entre ellos: «Ya llegó el separatista”.

–Fíjate parece como si no le pasara nada.–rompió Julio el tenso silencio.

–¡Cómo dices! Se nota que hace tiempo que no le visitas.–contestó Lucía como tirando un dardo envenenado.

–¿Cómo?–susurró con intranquilidad.

–Los últimos años han sido un suplicio para él. Los que estuvimos a su cargo bien lo sabemos, para vivir de esa forma muchas veces es preferible…–no quiso terminar la frase.

–¿Cómo que los que estuvimos con él? ¿A qué te refieres con eso Lucía? Desde luego viviendo a más de seiscientos kilómetros no pretenderías que estuviera atendiendo al anciano cada vez que tenía que ir al servicio.

–¡Hombre Julio! No digo que tuvieras que estar cada día, ni cada momento, pero… bueno, tu sabrás. Cada cual sabe donde le aprieta el zapato.

–Eso mismo digo yo, cría cuervos y te sacarán los ojos.

–Calla, calla, a ver si te va a escuchar mi marido y ya tenemos el follón montado otra vez.

–Cuando uno no quiere, dos no riñen Lucía– terminó de forma suave y pausada asegurándose que solo ella le escuchó.

La misma pareja volvió a cuchichear entre ellos:”Siempre la lía el mismo”.

Un silencio aciago envolvió la oscura y siniestra estancia, como una celda de prisión de alta seguridad; todos los familiares allí presentes con fingida tranquilidad amainaron los alterados ánimos. Parecía que las aguas volvían a su cauce después del cruce de reproches entre ambos hermanos, hasta que la puerta volvió a abrirse entrando en escena un nuevo actor. Este entró sin saludar, como si de un ser extraño se tratara, pasó de todo el mundo que había en la sala y se asomó a las cristaleras donde descansaba eternamente el cuerpo de su padre. Luego poco a poco, como una hormiga arrastra una gigantesca semilla, se acercó a Julio y susurró desafiante:

–Hombre Julio, que raro verte por este país.

Su hermana estaba tan próxima que pudo leerle los labios; se arrimó con algo de diplomacia y musitó con voz trémula:

–¡Cómo te atreves a presentarte aquí!

–¡Tan padre tuyo como mío es!– respondió con altivez.

–Desde luego Alonso, no tienes vergüenza– replicó Lucia.

–¡Calla! ¡Calla!– susurró Julio dándole con disimulo cerca del codo, sin que nadie pudiera detectar el nuevo conflicto.

Un nuevo silencio pareció restablecer el crispado momento aunque solo fue un distorsionado reflejo de la turbia realidad.

–No sé porqué habéis venido– reprochó Lucía.

–Yo no debo nada a nadie.

–¡Cómo te atreves!– reprobó Julio.

–¡Para vosotros es muy fácil venir cuando ya todo ha acabado!–sentenció Lucia con voz seca casi imperceptible.

–Tendremos que ver el testamento…– antes de que terminara su hermana le interrumpió lanzándole una mirada asesina.

–¡Estaba claro para qué has venido! La cara es el espejo del alma y no tienes muy buen aspecto Alonso– terminó mientras a duras penas contuvo su tono de voz.

–De los parientes y el sol cuanto más lejos mejor–recriminó él alzando un poco la voz.

Ante la leve algarabía uno de los familiares había detectado la acumulación de tensión en la estancia, fue donde estaban los hermanos; con mucha educación y aún más tacto los invitó a resolver sus diferencias en un lugar más apropiado. A los hermanos no les quedó otra opción que seguir su consejo y salir a la calle. Lo que no esperaban era que todos los demás ocupantes de la fría habitación los acompañaran, dejando la estancia huérfana y sosegada. Vergüenza no sé si tenían pero rebosaban de curiosidad.

Sus tensiones venían de lejos, estaban ya tan cicatrizadas que por mucho que lo intentaran era imposible borrarlas. Las voces, mezcladas con insultos y continuas faltas de respeto, fueron su forma de confraternizar. Su relación estaba terminada desde hacía muchos años; solo el hecho estar rodeados de más gente impidió que llegaran a las manos, lo que hubiera aumentado el espectáculo a bochornoso.

Una vez más calmos decidieron volver a la fúnebre habitación, donde el óbito tenía lugar; milagrosamente el finado había salido de su última estancia y esperaba en pie a los hermanos, que al verlo casi se desmayan, mezcla del pánico y del horror. Su cara pálida, famélica, con los ojos hundidos y los labios morados; cuando todos lo miraban perplejos exclamó con un hilo de voz llegado desde el más allá:

–¡Me vais a dejar morir en paz!

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