Domingo 8 de junio. 2006
Me he despertado hacia las seis y media, empapado en sudor. Anoche nos pilló la lluvia volviendo al albergue después de cenar, así que no me extrañaría que haya pillado un resfriado.
Por suerte ha sido una falsa alarma. Después de un desayuno en condiciones me he encontrado más animado. Dispuestos para ponernos en marcha.
A las ocho de la mañana nos separamos a la salida de Irún. Pedro ha emprendido la primera etapa por la costa y acordamos encontrarnos en Pasajes, a medio camino de San Sebastián.
Es domingo y a esas horas no hay tráfico. Conduzco despacio, sintiendo el aire fresco de la mañana y disfrutando del paisaje. Por los letreros me doy cuenta de que he dejado atrás Pasajes. La autovía transcurre entre viviendas, así que paro a la derecha y le pregunto a una mujer cómo volver atrás. Mientras atiendo a sus explicaciones, siento un impulso tremendo por detrás, como el arranque de una montaña rusa. No recuerdo haber oído ningún golpe. El coche se desplaza hacia adelante hasta que la inercia se desvanece. Todo ha sucedido tan rápido que no he tenido tiempo de sentir miedo. Sentado todavía al volante, la mujer llega a mi altura, con la cara pálida mira al interior del vehículo y continúa su camino sin decir palabra. Su impresión ha sido aún mayor que la mía. De hecho, no soy consciente de lo que ha pasado hasta que bajo y veo el maletero destrozado, empotrado en la parte trasera.
Bastantes metros atrás, junto al coche que chocó con el mío distingo, al acercarme, al joven que conducía y a dos agentes de la Ertzaintza que han aparecido como por arte de magia. Siguiendo sus indicaciones llamamos a nuestros seguros, vienen las grúas y todo se resuelve con una eficacia a la que no estoy acostumbrado.
Un taxista me deja en una pensión junto al casco viejo, con un precio muy por debajo de lo que esperaba, por su situación y su buena pinta. Llamo por teléfono a Pedro para tranquilizarle y quedo en esperarle delante del Kursaal.
Después de comer y descansar un rato, decide aprovechar la tarde para subir al monte Igueldo y así salir mañana directamente hacia Orio. Yo prefiero un paseo por la Concha y una exposición de fotografía en el Kursaal. Quedamos en que me avisará cuando baje.
Al caer la tarde, juntos de nuevo, coincidimos en que un día tan accidentado se merece una visita a los bares de pinchos del casco antiguo. Impresionantes.
De vuelta en la habitación le comento que he decidido continuar, a pesar de lo del coche, y que mañana a primera hora buscaré uno de alquiler. Pedro se duerme enseguida, feliz con su primera etapa superada.
Antes de acostarme decido escribir una lista con las cosas que tengo que hacer (las listas me ayudan a tranquilizarme). Lo primero será acercarme al taller y comprobar si efectivamente todo está controlado.
Ahora a intentar dormir.
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