Todo termina donde al final comenzamos nuevamente, encarecidos nuestros conocimientos al plantearnos hacia un futuro enigmático, la grandeza de viajar. Jamás en mi vida había comprendido la simpleza de la misma existencia, vagaba por las calles conociendo a gente de distintos pensares, algunos jamás habían salido de su su tierras, de las cuales planeaban morir allí. Emprendí en sí la manera de conocer aquellos valles, esas montañas ocultas tras la bruma, bañadas con penachos de nubes ufanas. Mirando hacia un horizonte pérfido, con mi alma impertérrita yaciente de alegría y una emoción carente de sentimientos. Tras mi larga cabellera veía en sí los ojos vidriosos de la muerte, el sufrir de mi pueblo, la agonía de mi gente. Los caminos,las calles balaustradas humeantes de polvaredas contaminantes provocan la muerte de mis niños, del futuro carente de mi tierra, de mi nación, de un pueblo olvidado. Seguí caminando bajo las mismas sombras de las ceibas, encontrando un agónico viejo caminar tambaleante, con su mirada aturdida, gacha, perpleja. Dudé en acercarme, más solo vi en él la miseria de mi tierra, sus lágrimas eran gotas de cañón, de balas clavadas en mi pecho. Quise llorar, al ver la muerte de mi gente, el enigma del poderoso en hacer más pobre al pobre,volviendo miserable su existencia. Comprendí en ese momento agónico de mi viaje, un viaje sosegante, delirante caído desde la intemperie de mi soledad. Como el enigma de mi gente, es sobrevivir con lo poco que les dejan para vivir, solo comiendo las miserias, siendo esclavos en un país que se supone es independiente. Mas somos más esclavos que nunca, vivimos bajo el yugo del poderoso.

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