Era muy temprano en la mañana, nacía el alba y con ella resonaban los tacones de Catalina sobre el piso de madera. Ligeramente arreglada, sin maquillaje en el rostro, tomó su bolso y emprendió un viaje sin retorno. Estaba dejando atrás todo lo que alguna vez había amado, su casa, sus fotos. Miles de recuerdos invadían su mente pero ¿Qué podía hacer? No podría quedarse allí por más tiempo, estar sola en esa casa que había pertenecido a sus padres (actualmente fallecidos) la llevaba a embriagarse y a perderle el valor a la vida.
Recordaba escenas de crianza, corretear por los pasillos, aún recuerda a su mamá tejiendo junto a la ventana, preparando la cena e incluso su último cumpleaños.
Claro que no todos son recuerdos felices, también recuerda la vez que la vio llorar al pie de la cama tras enterarse de la infidelidad que su marido había cometido, recuerda verla dormida después de haber tomado algunas pastillas. Catalina nunca hubiese imaginado que su madre no volvería a abrir los ojos. Por eso no es casualidad que ella tuviese tan presente el sentimiento de abandono, también llevaba consigo la sensación de que aún le queda algo por decir, como si las palabras nunca fuesen suficientes, como si algún rastro de franquesa se le hubiese grabado en el corazón. La verdad, nunca había superado la muerte de su madre y temía que alguien le hiciese lo que su padre le hizo.
A los pocos minutos de recordar eso tan triste, una lágrima cayó de aquellos ojos negros tan profundos y misteriosos, Catalina se ahogaba fácilmente en los recuerdos y sentía que todo recaía sobre su pecho, aplastándola, evitando que respire de forma natural y serena como de costumbre.
Así que a la mañana siguiente de haber estado en un bar, se paró frente al espejo y no pudo reconocerse. Todo aquello que valoraba de sí misma se había perdido; pero lo poco que le quedaba quería conservarlo, por esto fue que en vez de cambiar ella, decidió cambiar el rumbo, así que compró un boleto a Cataluña, para lograr así encontrarse o verse a sí misma como una persona nueva.
El sonido de la alarma que había puesto la noche anterior le interrumpió el pensamiento y la bajó a tierra, eran las 6:00. Tenía que abordar el tren a las 8:00 pero antes de cambiar su aire por otro más puro, necesita caminar por la rambla; descalza, para que sus pies sientan la textura de la arena, para que el mar la llene de melancolía para que la brisa sople en su rostro y para que cuando suba al tren sienta que ya no tiene nada más que despedir. Para que cuando sus tacones besen otro suelo, no sienta que dejó todo atrás, para que en el nuevo lugar se establezca y sienta que de allí procede y que ese es su hogar.
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