Verano de 1930

Que me va a venir muy bien este viaje, dice mamá. Que reforzaré el francés, la lengua de Camus que tanto me gusta, dice papá. Pero yo sé lo que quieren, barrer el estorbo con una palmadita en el ánimo, o sea, una patada en el trasero y que te vaya bien en tus nuevas aventuras. Cuando este pájaro de hierro despegue las lágrimas de despedida de mamá se habrán secado y cuando esta inmensidad atlántica ponga distancia entre nosotros papá silbará mientras ordena con mimo su maleta. En casa de la tía Molly estaré bien, lejos de los choques de alta tensión y ajena a sus enredos. Se creen que no me doy cuenta, las carreras de mamá cada vez que suena el teléfono, su voz melosa al contestar; los viajes de trabajo de papá y cómo anda con una sonrisa boba en la cara, de esas que delatan el absurdo estado de enamoramiento. La tía Molly es hermana de mamá y no tiene hijos ni marido, libre como una paloma. Hubiese sido mejor que el viaje lo hicieran ellos dos, ¿no dicen que París es la ciudad de l’amour? Pero no es lo mismo arreglar un roto que un descosido. Y aquí estoy yo, respirando el olor a mantequilla y croissant.

Por las tardes, cuando el sol se va, cenamos en la azotea. Los amigos de la tía hablan y hablan hasta que las palabras se embarullan y se mezclan con el humo y huelen a vino y a cognac francés. Adictos al café, al arte y al noctambulismo. Y los discos de jazz envolviéndolo todo. Hay un deje soñador en sus conversaciones, ebrios de romanticismo idealista. Hay que ver cómo contagian su pasión por los libros, yo estoy atenta al idioma que cada vez me resulta más claro y escucho con la boca abierta, y hasta alguna vez meto baza y opino. Si me viera mi profesor de literatura…

Ha sido conocer a Jean Paul y de repente, me he hecho mayor. Me atrae su aire solitario, asomado al vacío, a través de sus gafas sus ojos parecen escapar, observar, como si viese algo que los demás no ven. Con qué ilusión me coge de la mano para enseñarme las calles viejas y me cuenta historias. Navegamos en un Sena que transmite calma, lejos del bullicio y las prisas. Y no sólo recorremos la ciudad, también nos amamos en rincones escondidos, cuando el deseo aprieta y el roce se desborda buscando el placer. Orgía de calles y de encuentros. Cadena de instantes que corren el riesgo de lo efímero y por eso guardo con afán en la memoria. Fiesta que tiene los días contados, como el cigarro que se está fumando, que en cada calada se consume.

No sé por qué, pero en el espejo me veo la misma sonrisa de papá y el timbre de mi voz empieza a parecerse al de mamá.


Verano 1980

Tal vez mi hijo tenga razón, es hora de hacer lo que me venga en gana, que me dé un capricho. Dice que desde que murió su padre me he convertido en un ratón de biblioteca, que me estoy poniendo amarilla porque no me da el sol. Estoy preocupada porque su relación no va muy bien, anda triste y preocupado, más que nada por la niña, pero no voy a meter la nariz en sus asuntos, puede estar tranquilo. He vuelto a París. La tía Molly murió, tan a gusto vivió que no pudo morir más complacida. La casa está igual, cada rincón es un nido de recuerdos. Fue ella quien me mantuvo informada sobre Jean Paul. Me contó como se fue convirtiendo en un escritor de reconocido nivel. Al año de marcharme le publicaron su primer libro y hasta su muerte no dejó de escribir. La tía me mandaba cada uno de esos libros que yo leía con hambre de sentirle. Me metía en sus palabras como si me metiese en su cabeza. Los leí todos.

Paseo sola, ahora que sé que ya no está los recuerdos pesan más. La esperanza muerta es un agujero que solo los años pueden paliar. Una vez leí que la nostalgia del pasado es el opio de los sentimentales, pero… ¡qué carajo! la vida se escapa y estoy en París.

Un café en la Rue Mouffetard. Hay un hombre en la mesa de al lado, parece estar ausente del mundo, absorbido por las letras. Qué tienen los hombres que leen que tanto me gustan. ¡Ay! ¿me voy a poner boba, a estas alturas?

— ¿Qué está leyendo?— No puedo reprimir más la curiosidad y las ganas de decirle algo.

— “El ser y la nada” me hace pensar, ¿lo conoce?

— ¡Vaya! qué casualidad, uno de mis favoritos. Es más, conocí a su autor. Mire, le voy a contar algo, algunos rezan cuando no ven la salida, yo… pienso en él. Bueno…no sé si podrá entenderme.

— ¡Oh! Suena fantástico. Me gustaría hablar de todo esto con más detalle ¿Puedo sentarme en su mesa?

— Por supuesto.

Remuevo el azúcar y doy un sorbo al café. París luce radiante esta mañana.

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