El bus estaba por partir. Miró a su alrededor y no había nadie conocido. A la única persona que vio en la estación a lo lejos fue a Mario, confundido entre la gente, pero sabía que estaba pendiente de su embarque.

Era de noche y las personas que tomaban ese bus, eran viajeros que venían de los pueblos vecinos. No era habitual que la gente de La Alborada viajara a esas horas.

Trató de mantener el ánimo como venía haciendo en los últimos días. Nadie sabía que iba a partir, ni siquiera Lily.

Esa tarde renunció a la escuela. Le dijo a la directora que tenía que viajar a la capital a arreglar unos asuntos familiares. La señora Teresa supo que era mentira, sabía que no tenía familia y las únicas personas cercanas, eran sus compañeros de trabajo y Mario, el muchacho que había estudiado con él y que ahora solo venía al pueblo cuando “esa gente llegaba”. Intentó sacarle la verdad, pero encontró en Esteban un muro de silencio. Le pidió que le diera por lo menos un tiempo para conseguir su reemplazo, pero él se negó rotundamente, le urgía viajar y tenía que hacerlo ya. Le preguntó si Lily estaba de acuerdo, Esteban esquivó la mirada y le respondió secamente que no insistiera, y que por nada en el mundo, le dijera nada a ella. Tenía que marcharse inmediatamente.

Ya sentado en el bus, recordó cuando le dijo a Lily que esa noche se verían, que pasaría por ella para dar un paseo, el beso que le dio y el “te estaré esperando”, que le susurro ella a su despedida. Fue su última imagen.

Esteban sabía que tenía que irse, no había otro remedio. En el fondo, pero muy en el fondo, tenía la esperanza de que volvieran a encontrarse, pero la realidad era mucho más fuerte que cualquier deseo interno. El grupo guerrillero que controlaban la región, le habían jurado la guerra y si no se iba, pondría en peligro a Lily y, como le habían dicho en las diferentes amenazas, lo iban a matar. ¿Cómo podría pensar en un futuro con estos ingredientes? No podía contar la verdad. La exigencia era que nadie se enterara, que abandonara el pueblo sin explicaciones.

Él realmente no debía nada, no había hecho nada en contra de esta gente para convertirse en “objetivo militar”, como le había contado Mario, cuando lo llamó a suplicarle que se fuera. –Hermano, váyase, no tiente a mi comandante. Ya sabe que él no perdona que hubiera ayudado a la Mariela cuando se escapó del campamento. — Esa llamada de su amigo le aclaró el sufragio que le llegó a la pensión. Como le dijo a Mario en ese momento, no podía dejar morir a esa muchacha, o mejor dicho a esa niña, apenas tendría 15 años. Tenía que auxiliarla, como lo hubiera hecho cualquier persona. –Cualquier persona, no, huevón. Sabe que nadie se mete con el comandante y menos contraría sus órdenes. ¡Usted es un bruto, hermano! ¿Cómo se le ocurrió llevar a esa niña al hospital? Afortunadamente se murió, o si no, no estaría contando el cuento. ¡Usted es una bestia, Esteban!

Tenía una mezcla de emociones, estaba agradecido con Mario de haberle avisado la gravedad de la amenaza, pero en el fondo, sentía mucha pena de ver a su amigo involucrado con esa gente, que tenía aterrorizado al pueblo.

Conservaba en la cabeza la imagen de esa muchacha, con su bebé muerto aun colgando del cordón, tirada en un charco de sangre. Si tuviera que hacerlo de nuevo, no lo duraría, así volviera a vivir esta pesadilla. Sabía que era inútil denunciar lo sucedido, desde el alcalde hasta el comandante de policía, eran títeres de este grupo armado. Al fin de cuentas, de nada sirvió. La dejaron morir infamemente por órdenes del comandante.

El bus arranco y atrás quedó toda su vida, los ojos miel de Lily, su voz cálida y sus caricias; el pueblo que lo había acogido desde la muerte de sus padres y que le había permitido ser un hombre de bien y dedicarse a enseñar, que era su vocación. Estas no eran más que reflexiones sentimentales, pensó, la realidad avasallaba cualquier contemplación. Continuó el camino, la gente dormitaba al son del ruido de los huecos de la carretera de tierra. No se respiraba sino soledad, amargura, tristeza.

Esteban no había pegado los ojos, empezó a clarear, notaba el paisaje tan sombrío como cuando salió. Ya las personas empezaron a despertar y se veía movimiento, se oían conversaciones lejanas para él. Nada le era familiar, solamente su desconsuelo.

El conductor paró de manera brusca, se volteó y dijo con voz asustada que adelante había un retén de la guerrilla, tenían que detenerse. Pidió, que, si alguien iba armado o que tuviera deudas con “esa gente”, se bajara de inmediato, porque no quería tener problemas y comprometer al resto de los pasajeros.

Esteban quedó estupefacto. ¿Debería bajarse?… No supo qué hacer y ya los guerrilleros que conformaban el retén caminaban hacia el bus. Ya nadie podía moverse. En ese momento comprendió que el viaje había llegado a su fin. Evocó la sonrisa de Lily, sus ojos color miel…

Se oyó una voz muy fuerte que dijo: ¡A ver hijueputas, bájense todos!

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