NOCHE DE HOTEL EN ROMA

NOCHE DE HOTEL EN ROMA

Maribel Torija

14/08/2018

De niña, mis padres ni siquiera me dejaban ir de excursión a la sierra. «Hay muchos accidentes de autocar», decía mi padre. Como soy la menor y la única chica, me sobreprotegen. Pero, a los dieciséis años, decidí irme de viaje de fin de curso a Italia.

No tengo ninguna amiga. Todas van con sus novios. Tengo que compartir asiento con el Bizconde. Lo llaman así porque es bizco. Nadie quiere ir con él.

Ángel, alto, delgado, moreno con melena larga ondulada y cejijunto, es el más guapo de la clase. Es mujeriego y bebedor. Todas las chicas están coladas por él. Se lo tiene creído.

-Dime sí señor», le dice al Bizconde que va sentado a mi lado en el autocar.

-Anda. Díselo, a ver si se calla de una vez -le contesto con genio.

-Ya no me gustas, te estás volviendo muy respuldera.

En el autocar, Peláez ocupa dos asientos, uno para él y el otro para su chaqueta y su cassette. Me presta la novela «Yonqui» pero me dice que es muy fuerte para mí. Un día voy leyendo un tebeo de Mortadelo y Filemón y salta:

-Estás leyendo un tebeo. Hemos cortao, hemos cortao.

-Qué dice este tío.

Su compañero de habitación dice que desayuna un cubata con un ácido en el hotel. Estoy hablando con él y, de repente, desaparece. Cuando me quiero dar cuenta, está a una legua.

La primera noche de hotel, su compañero se presenta llorando. Le ha echado de la habitación porque dice que va a llevar a una tía a dormir con él. Su compañero también es un tipo muy raro. Colecciona trenes eléctricos. En cada ciudad que visitamos, se compra uno nuevo.

Vamos a una discoteca. Me saca a bailar un italiano rubio muy guapo. Lo único que consigo sacarle es que se llama Estéfano. Le hablo en francés. No me contesta. No habla nada. Sus amigos se van y me hace un gesto diciendo que si me voy con ellos. Cómo me voy a ir con unos desconocidos, que ni siquiera hablan mi idioma, en una ciudad extranjera que no conozco.

Los compañeros de diurno se llevan todos los ceniceros de la discoteca. Los dueños llaman a la policía. Qué pardillos, van de buenecitos y, para una vez que hacen algo, les pillan.

A las cinco de la mañana, Ángel y Eduardo se bañan en calzoncillos en la Fontana de Trevi. Llegan dos travestis. Uno guapísimo, alto, con el pelo largo, rubio. Se queda prendado de Ángel. Comienza a tirarle fotos.

-Pero, ¿qué hace este tío? -exclama Ángel saliendo de la fuente con la ropa mojada.

Peláez empieza a decirme mientras subo cansada una cuesta.

-Si te viera tu papá a estas horas hecha polvo, ¿qué diría?

A la mañana siguiente, con lo grande que es Roma, me encuentro al italiano por la calle con sus amigos. Exclamo: «Estefano». Pero no me contesta. Sólo quería tener una aventura, como no accedí, si te he visto, no me acuerdo.

Al día siguiente, en el autocar me pregunta Pepe:

-¿Qué te decía el italiano?

-Nada, porque le preguntaba y no hablaba nada -le contesto ingenuamente.

Subimos a la azotea de El Vaticano por una escalera de caracol interminable. Desde allí se divisa toda Roma. El recuerdo que se me queda grabado es ver a las monjas paseando tranquilamente mientras las parejas se besan como si no pasara nada. Se respiran aires de libertad.

En Pisa hay puestos de recuerdos. Gordillo, que está obeso haciendo honor a su apellido, se dedica a robar los coliseos como si fueran rosquillas. Ana y Rosi, la morena y rubia, bajitas, mis compañeras de habitación, le dicen:

-Gordillo, cóge un coliseo para mí.

Encima lo animan.

Una noche, cuando estamos durmiendo, comienzan a aporrear la puerta. Son las compañeras de habitación de Pilar, la novia de Ángel. Se ha encerrado con él en la habitación y no tienen donde dormir. Dormimos dos chicas en cada cama.

Cuando regreso de Italia, me encuentro muy cansada. Mi madre me lleva al médico. Me preguntan si me han hecho algo los compañeros. Soy muy tímida y me da vergüenza contarlo delante de mi madre.

-Quizás, de mayor tenga que tomar antidepresivos -dicen los médicos.

Entonces lo llamaban neurastenia. Ese término ya ni siquiera lo usan los médicos. Lo llaman cansancio nervioso.

Ángel, después de acabar el bachillerato, abandona lo estudios. Ahora, trabaja como guardia jurado en un banco.

Pilar se queda embarazada.

Peláez tiene un brote psicótico y lo ingresan en un psiquiátrico.

Yo estudio la carrera de Periodismo para contar mis experiencias de mayor y salir de la depresión.

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