Escondida detrás de la puerta escucho los pasos en carrera. Trato de reducir mi cuerpo a la mínima expresión para no ser descubierta. Imposible dominar los latidos de mi corazón. Tamborilea desbocado, sin control. Meconcentro en los sonidos de las voces llenas de gritos, de improperios. Escucho con atención las exclamaciones, relacionando la cara de alguno de mis conocidos con el barullo suscitado. El griterío se aleja hacia la puerta principal, donde se acentúa una voz conocida. Mi jefe ordena casi con alaridos, lo que debe hacerse de inmediato. Todos acatan las ordenes sin siquiera pestañear. La costumbre hace más fácil su cumplimiento. Parecen ovejos, directo al degüello.Abordan vehículos estacionados en la entrada. El ruido de las armas en su proceso de ciclaje , hacen que mi imaginación dibuje muchas : Glock, Beretta, Rugger, P-90. Cierro los ojos con fuerza como para borrar mis pensamientos. Porque lo sé con exactitud: van a matar o a morir.
Nadie creería que estoy en el edificio donde trabajo. Nadie.
Cualquiera sufriría de pánico a diario, en un ambiente tan violento. No hay humano sin transformación, bajo estas percepciones. Es fácil perder la realidad ante tan brutal entorno.
Cuando aminora la algarabía, relajo un poco mi figura y respiro. Salgo de mi escondite improvisado – como siempre- y regreso a sentarme en mi silla. Acompasadamente, mi corazón vuelve a la tranquilidad, más la sinapsis de mi mente trabaja tan rápidamente, que no coordino ninguna idea. Trato de concentrarme un poco para recordar en lo que estaba trabajando. Recorro con desacierto todos los papeles que están sobre mi escritorio, sin éxito.
Dejo el pensamiento de volver al trabajo. Estoy observando mis manos fijamente y veo como empieza sangre a brotar de mis nudillos. Mis ojos se abren cuan grandes son y siguen los hilillos rojos que caen goteando, rápidamente, sobre el teclado. Sacudo rápidamente mis extremidades y cabeza. Mi cerebro se inunda de una sombra muy negra, sin entender que está pasando. Cuando abro de nuevo los ojos, el teclado está limpio.
Muevo la silla hacia atrás sin comprender realmente lo que sucede. Respiro y el olor que me llega es sumamente pesado. Observo alrededor de mi pequeña oficina y veo que sale humo de todas partes. Las ventanas están cubiertas de mucho hollín. Veo sombras que comienzan a acercarse a mi escritorio y trato de salir corriendo, pero mis piernas no se mueven. Deseo gritar con todas mis fuerzas, pero no emito ningún sonido. El terror me inunda a medida que las visiones se acercan. Todo mi cuerpo se estremece. Comienzo a sudar frio. Mi ser entra en un paroxismo, en un túnel que siento me conduce al delirio. Levanto el brazo con suma dificultad para tocarme la cara ardiente. Las brasas que circundan el ambiente, hacen que desmaye.
Despierto tras el insoportable ruido del toque de la puerta. Levanto mi pesada cabeza que ha estado recostada en el escritorio. Limpio la saliva que brota de mi boca en un gesto de asco y pregunto quién carajo es. Una voz conocida habla detrás de la entrada, pidiéndome que abra de inmediato. La voz pregunta una y otra vez si sucede algo, pero no puedo responder. Mis ojos recorren la oficina, recordando las brumas oscuras y la sucia ceniza, ahora inexistentes. No recuerdo absolutamente nada. Mi mundo ahora, es surreal.
Las frases siguen llegandoentrecortadas. Empujan la puerta como si tuvieran fuerza en sí mismas.Comienzan a oírse ruidos conocidos que me hacen pensar quemontan armas en el pasillo cercano. Siento que el cerebro me va a estallar en su búsqueda de contexto, pero los gritos no permiten que coordine. Escucho mi nombre una y otra vez, pero parece que ni yo misma se quién soy. No hay realidad dentro de mí.
Afuera, el barullo aumenta. Dentro de mi confusión sigo escuchando exclamaciones de mis compañeros que desean saber qué pasa. Pobrecita-dicen-no pudo con más. Esta rara hace tiempo- escucho a otros- no es la misma.Me alejo de la puerta para no oír nada. Tapo mis oídos con mis manos y cuando las aparto, las miro de nuevo, llenas de sangre. Comienzo a gritar desmesuradamente y mis chillidos se mezclan con el alboroto de afuera. La puerta empieza a crujir bajo la trepidante fuerza exterior y cae.
El silencio inunda mi oficina como una bruma extremadamente sutil. Veo muchos ojos que se posan sobre mí y en un esfuerzo casi infrahumano, espero reconocer a alguien. En vano.Casi de inmediato,percibo otra vez las sombras oscuras que se acercan, tratando de atraparme. Siento que el pequeño lugar se llena de espectros horribles, aumentando mi paranoia. Noto manchas enormes de color parduzco en las paredes y el olor a azufregolpea con furia mi nariz. Pareciera que la muerte, siempre presente en estos espacios, se hace obvia otra vez, reclamando sigilosamente,su porción humana. Muevo mis brazos para atacar, con un ímpetu antes desconocido. Mis puños golpean, mis uñas arañan. Abro rápidamente la gaveta del escritorio y tomo un estilete que uso para abrir las cartas. Lo empuño y arremeto contra las visiones en una lúgubre lucha por la vida, sin rendirme. En esta guerra la consigna es vencer o sucumbir.
Pasado un instante descubro que mi alma, siempre resplandeciente, se va opacando poco a poco. La luz, en otros tiempos grandiosa, se torna gris, como un fogón en ruinas. Mis ojos solo perciben el color negro de la penumbra y el rojo de la sangre. En la mínima realidad que manejo advierto cuerpos que chocan y armas que son accionadas. Se escucha, cercano, undisparo. Certero. No hay existencia dentro de Mi.
Titulares del día: “Funcionaria Policial, en un arrebato de esquizofrenia, atacó violentamente a sus compañeros de trabajo. Resultó muerta en el sitio.”
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