Es bueno trabajar en las alturas. El piso veintidós es buen lugar para olvidarse de aceras, de pasos y de prisas, de tráfico y de supermercados. La vida queda abajo, lejos. Aquí se viene a trabajar. De una manera impersonal. El yo se deja en espera dentro del ascensor.

Con aquella voz suya de padre déspota, el jefe sentenció que quería el informe para ayer. O ¡puerta!

Ella colocó todas las notas con la información sobre la mesa, despacio y ordenadamente, como si fueran regalitos de navidad debajo de un pino con luces indecisas. Tendría que repasarlas todas, redescubrirlas; cierto que eran sus notas, suyas y tan ajenas, tan impersonales, tan frías y, sin embargo, tan vivas, tan casi palpitantes que desde la maraña de palabras que se revolvían entre esos papeles, algunas se le lanzaban a la yugular: recuperación, plazo, requerimiento, imposibilidad, descubierto…

Sus dedos empezaron a temblar sobre las teclas, así no, control z… control, controlar la situación, se trataba de eso, eso le dijo la terapeuta, centrarse en el momento… tenía que vaciar el cajón de las camisetas unisex, escribirle una carta, quizás, terminar el informe, eso lo primero, para ayer, y después, quizás puré de zanahorias, o una lata de algo, o nada, y los cds, los que suenan a caricias no, se le requiere en la fecha señalada a fin de… control z y otra vez… última oportunidad para regularizar… eso, a lo mejor, y las lágrimas diciendo no, o diciendo quizás. Control z en las paredes de la casa, en las risas que siguen rebotando en las esquinas, puré de zanahorias no, una lata de algo, sí, y yogur, sin dedo para compartir… yogur no. Una manzana triste, sin sonrisa de Eva y no sale el informe… No habrá más té con hielo, ni café en madrugadas de risas, ni una almohada para dos. Ahora el lado derecho de la cama está vacío. No te llamo. Ni te nombro. Pero estiro la mano en medio de la noche y acaricio tu ausencia. La sopa de verduras se enfría y el pescado dejó de mirarme con ese ojo apagado que tanto asco me da y que arranca tu risa cuando mi grima se hace arruga. El suelo mojado ya no tiene tus pisadas de enfado acabodefregar.
No pasa nada. Todo va bien. La música no deja de sonar. Y me he comprado un gato… Se me ocurrió escribirte que te extraño, tu madre me ha pedido los libros de Cortázar que olvidaste en la gaveta de mis calcetines. Por pura asociación he pensado en tus manos y en tus dientes rebuscando cosquillas en mis pies…

Desde una notita amarilla se carcajean requerimiento, imposibilidad, arreglo…

Las manos grandes del jefe se anclan en el borde de la mesa y todo deja de latir. El martillo que se ha hecho okupa de las sienes se detiene ante la orden evidente de desahucio.

– ¿Algo va mal, María?

Las lágrimas han dejado de hacer equilibrios en los lagrimales y se dejan caer recorriendo la cara lentamente, como la lluvia calle abajo.

Una fuerza nacida de todos los vacíos levanta la cabeza de María.

– Todo va mal. Ayer no es posible un informe, ayer se fue y se lo llevó todo; mañana habrá que ponerse las pilas. Hoy es, quizás, el momento de parar el reloj. La puerta -casi la abrió con la mirada- . La cerraré al salir.

No recogió las notas, tan impersonales y al tiempo tan estúpidamente suyas; no recolocó la silla como siempre hacía. Cogió su bolso y caminó clavando cada paso en las baldosas. Ponerle tapas nuevas a estos tacones viejos, eso también. Salió con la imagen del destinatario del informe aparcado a su espalda. Cerró despacio, siempre la habían tensado los portazos.

Afuera llovía.

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