En un país en donde ser mayor de treinta años es un gran inconveniente para conseguir un trabajo, has decidido aceptar esta nueva y diferente oportunidad que te ofrecieron gracias a la muerte de tu padre. Es quizá tu último recurso porque tienes que comer, pagar una renta y estar al día con los servicios. A tus cincuenta y siete años no te sientes con muchas esperanzas de volver al oficio como Contadora Pública; tantos rechazos a pesar de tu experiencia y preparación así lo han confirmado.

Ahora se te hace más fácil escoger las prendas que usaras en tu nuevo empleo; deben ser negras y por supuesto que nadie notará si usas tres veces a la semana el mismo pantalón o camisa, te da igual, porque tener estilo no es lo tuyo y es algo que en realidad no te ha importado en la vida. Siempre te has considerado una mujer muy sencilla a la hora de vestir; tu proveedor durante las últimas décadas ha sido aquella tienda de ropa usada en donde el último grito de la moda sobrepasa los treinta años.

Te has vestido con el propósito de ir a un funeral, peinas tus negros cabellos llevándolos detrás de tus orejas y tratando de mantenerlos siempre en el mismo lugar; usas en tu rostro unos polvos transparentes que te hacen lucir muy pálida pero lo haces más como una costumbre que pensando en embellecerte; te aplicas un pintalabios color rosa y estas lista para dar el “show” en tu nuevo empleo.

Ingresas a la funeraria abriéndote paso entre tantas personas que jamás has visto en tu vida; se supone que conocías al difunto y que tu dolor por su partida es sincero, a pesar de lo canalla que pudo haber sido como ser humano en su existencia con aquellos que realmente lo conocieron; a ti eso no te importa, para eso es que te emplearon, tus funciones son muy sencillas debes llorar, decir algunas palabras y volver a llorar.

En uno de los puntos del contrato de servicios, que adquieren con la empresa funeraria aquellas personas que tienen previsto todos los preparativos acerca de sus honras fúnebres y que reconocen que nadie les demostrará ni una migaja de sentimiento, mientras se realicen las exequias, dice: “Se proveerá el servicio de la mujer llorona, quien durante todo el proceso de velación y entierro estará derramando sus lágrimas por usted y lamentado su partida de este mundo. Si tiene algunas instrucciones especiales por favor relaciónelas a continuación”.

Eso dice el contrato en estos casos especiales y tú eres la responsable de que sus últimos deseos se cumplan. Bien por ti, este trabajo no podía llegarte en un mejor momento cuando se te hace tan fácil el llorar recordando los veinticinco años que trabajaste para una ingrata empresa en donde, a solo pocos días de que lograras alcanzar tu pensión, te tendieron una sucia trampa en la cual caíste con ingenuidad; te sacaron de la nómina y te reemplazaron por la hija joven e inexperta de uno de los mayores inversionistas.

-¡Cómo me duele tu partida! ¡Porque te has ido si eras tan maravillosa persona! ¡Fuiste tan especial y lleno de nobleza! –dices casi gritando y apoyándote encima del ataúd, con actitud de mucho dolor y con muchas lágrimas y algunos mocos deslizándose sobre tu boca… ¡carajo! se te olvidaron los pañuelos.

Una amable mujer se acerca ofreciéndote algunos kleenex y con curiosidad te pregunta:

-¿Y usted quien es?

-Soy Lucía, yo lo apreciaba muchísimo, él era tan buen hombre, muy sincero, con un corazón lleno de generosidad… ayudó a muchos en especial a mi familia -es tu rápida respuesta llena de buenos adjetivos que te aprendiste según las instrucciones que ese difunto había redactado en su contrato.

Han pasado seis meses vistiendo como un cuervo, te convertiste en la estrella de los lamentos y adquiriste finos pañuelos de tela pensando que así economizarías algunos billetes en lugar de comprar cajas y más cajas de tissues; la funeraria no te ha dotado con esta valiosa herramienta pero… ¿y quien te responde por el gasto del agua lavando las mocosas telas?

Revisas tu cuenta bancaria y adviertes que no has ganado mucho dinero con este lúgubre trabajo pero al menos estas sobreviviendo. Es tanto lo que has llorado y lamentado que has logrado desahogar tu alma; ahora el sollozar se te da tan fácil que ni siquiera necesitas recordar tus propias desgracias, solo con observar a tu alrededor y contemplar la cara de asombro de quienes odiaban al muerto y el intento de éstos por llegar a tu nivel de muestras de dolor, es más que suficiente para que puedas derramar tus lágrimas como toda una experimentada artista.

Después de haber trabajado en la más lamentosa ocupación de tu vida, el destino te demuestra que hay nuevas maneras de salir adelante y tener éxito cuando menos te lo imaginas. Sin saberlo, afloraste tus verdaderas cualidades fingiendo sentimientos y haciendo creer a las personas algo que no eres o no sientes; todo esto de buena manera. Ahora trabajas como una actriz, serlo es tu cualidad innata y jamás se te pasó por la mente que ese sería el medio que te llevaría a saborear el triunfo hasta el día en que en uno de los velorios un hombre se te acercó ofreciéndote el papel de tu vida: “La Llorona”, en una obra de teatro que te ha llevado a la fama y que te abrió las puertas para firmar un sustancioso contrato protagonizando también la película “El Regreso De La Llorona”.

En el camerino, te miras al espejo en donde ves reflejada a una mujer con una gran sonrisa y un brillo especial en sus ojos; te gusta mucho esa figura de triunfo que ahora viste con ropa de color blanco; el éxito ha golpeado en tu puerta sin importar los años que tienes; te das un último retoque…sí, esa imagen eres tú, esa soy yo.

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