El pasado martes en la sobremesa, después de un rico plato de polenta con queso para apaciguar el frio, nos quedamos charlando. Mi sobrina de quince años recién cumplidos contaba anécdotas de su clase y sus compañeros, y yo en algún momento que la conversación lo ameritó conté con orgullo mi plena dedicación al arte de escribir como vocación.
-Es una pena que no hayas empezado antes!, me dijo mi sobrina.
Inmediatamente pensé que su concepto dentro de los argumentos sociales actuales, era común. ¿Qué otra persona más que un vago puede dedicarse a esto? No dije más nada, solo: – y si!
Luego pase toda la noche pensando propuestas para escribir una historia, leyendo y escuchando cuentos de afamados artistas, blogs, y demás espacios dedicados a esto tan hermoso, y se me dio por llorar. Afuera a fumar me fui, con la pena en el alma de que una niña de tan solo esa edad comprenda con una simple frase todo el fracaso de mis treinta años. No era para menos que depositara un manojo de lágrimas en mis ojos, pues a la vista de los otros, yo no soy más que un loco, un soñador, o un obtuso torpe en busca de un milagro.
Mi intrépida e inquieta mente no se relajó ni un segundo y a partir de ahí, comencé a ver en retrospectiva todos los mediocres trabajos por los cuales pase en mi vida (mediocres al ojo ajeno), aunque algunos me entusiasmaran bastante siendo que no daban ningún logro particular, ni reconocimiento moral o económico. Satisfacción propia solamente me proporcionaba cumplir con mis deberes, aunque para el resto de los mortales yo no fuese más que un simple telefonista en una empresa de remises en el 2005. O un inútil fiambrero en el 16. Ahi fue cuando recordé a Julio.
Julio era un chofer, que trabajaba conmigo, él era jubilado y trabajaba simplemente por costumbre, cumplíamos el horario de siete de la tarde a siete de la mañana, doce horas arriba de un auto, y sin necesidades básicas, su mujer, era vice directora de un colegio en Merlo , provincia de Buenos Aires, de hecho no pasaban ningún tipo de problemas económicos, tenían dos casas, dos autos, buen pasar, no el mejor, pero bueno. Él tenía algunos problemas con el juego, siempre que tenía un peso se iba al bingo, y por ahí desaparecía en algún momento de la noche, a tirarse un chapuzón en la ruleta. Una noche llego deprimido, y nosotros pensamos que había perdido, como tantas otras veces, pero no. Contó muy a su pesar, que su cara larga se debía a que se estaba separando, a los 63 años!! La mujer había decidido no estar más con él, y le pidió que se fuera a la otra casa a vivir. Los motivos aun los desconozco, seguramente e imaginando un poco por los problemas antes mencionados. Desde aquel momento y hasta que lo vi, ya no se lo vio más contento, y nunca más falto casi a trabajar, y siempre venia desconsolado, claro, se le habían acabado los tiernos regresos a casa, el mate caliente esperando por él, se había acabado la compañía de la tarde, o la raviolada de los domingos al mediodía, todo se le había terminado. Una tarde lo vi sentado frente a mí, y yo me vi reflejado en él, yo sabía su historia, treinta años como empleado de YPF, un curriculum intachable siendo fiel a la empresa, una familia hermosa, una suerte de ídolo que aún seguía relegando su vida al trabajo estando jubilado, porque el trabajo no era una responsabilidad para él, sino un modo de vida, una costumbre, una satisfacción. El trabajo lo era todo para él porque nadie nunca le había dado la posibilidad o la oportunidad de hacer otra cosa, nadie nunca le había enseñado a que había otros caminos que recorrer, y él ni siquiera lo pensaba, recuerdo, que me veía escribiendo y me decía – otra vez con eso!. Ahora ya no decía más nada, solo venia se volvía solo a su casa, deprimido, sin mucho para hacer, se llevaba un sándwich, miraba algún partido aburrido por la tele, y descubría que ya no era lo mismo si nadie le decía que lo saque, que quería ver la novela. Ya no iba más al bingo porque ya no le gustaba si nadie le decía que no vaya más. Un día no vino más a trabajar y yo supuse que fue, porque ya nadie le agradecía por continuar.
Pude comprender entonces , que el trabajo es más que la plata que alcanza para vivir, que es más que lo que nos abarca a nosotros mismos, que detrás de cada persona, y cada familia hay un pedazo de vida que hay que respetar, que a pesar de todos los esfuerzos que uno haga como trabajador, además, lo tiene que acompañar lo que uno es como persona, y que si uno tiene una vocación debe de seguirla con todas sus ansias, aunque tropiece cien veces, porque da igual cuanto cumplas con tu deber, si de cualquier manera , quizás mañana vuelvas a casa y no haya más nadie a quien contarle como te fue.
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