Era una oficina nueva e impecable, con grandes ventanales por donde entraba el sol a raudales. Gente joven y guapa. Ambiente cordial. Mi nueva empresa tenía todo lo que un joven informático podía desear. El negocio iba bien y el crecimiento se percibía. Mis primeras tareas consistieron en programar elementos básicos de control de la base de datos. En concreto revisar que los sistemas funcionaban bien y no había errores. Al principio era difícil ver el bosque, y había que aprender poco a poco los rudimentos del sistema. No fue hasta uno o dos meses más tarde cuando por fin entendí en qué consistía el negocio.

A principios de siglo, la distribución masiva de teléfonos móviles había supuesto una revolución en el mundo de las telecomunicaciones. Con ella, nuevas ventanas de negocio se abrieron, y surgieron las primeras empresas del sector mobile. Este fue el paradigma que me encontré al comenzar mi carrera como informático. Mobile era lo nuevo, lo puntero. Había que meter un pie en el sector para poder prosperar. Así que a mis veintipocos me postulé como candidato en Volare, una de las pocas empresas españolas de la industria, sin saber muy bien a qué se dedicaban. Fui contratado ipso facto debido a la gran escasez de programadores.

Volare había nacido de un proyecto innovador en el que varios inversores habían apostado un buen dinero. Consistía en un chat erótico por sms. Enviabas CHAT al 6969 y recibías un mensaje sugerente: “Hola guapo ¿Quieres que nos conozcamos?”. Durante un par de años habían amasado una gran cantidad de dinero gracias a usuarios solitarios que intercambiaban mensajes de texto con sus chicas virtuales. Y tan virtuales: era un hombre barbudo el que había escrito toda la secuencia de respuestas, más o menos estandarizadas. Lo que ahora llamaríamos un robot de chat o chatbot. Todo era tan nuevo que la mayoría de los clientes no se daban cuenta de que no chateaban con una persona real. El que lo notaba, ya había enviado tres o cuatro sms con los que la empresa había hecho su pequeña ganancia. Yo no me podía creer que hubiese tanta gente gastándose el sueldo en ese tipo de cosas.

En la época de mi contratación, el chat erótico estaba ya de capa caída y la empresa estaba desarrollando un nuevo modelo: los sorteos por sms. En esta ocasión el objetivo era el gran público, no un nicho de pervertidos. Lo que me tocaba programar eran juegos en los que los usuarios se veían involucrados al enviar una palabra clave tipo “GANAR” a un número corto estilo 7755. Seguro que recuerdas las promociones en televisión. Enviabas el sms y recibías una respuesta estandarizada, que te incitaba a enviar más mensajes. Por cada mensaje recibido, Volare recibía una comisión. El operador de telefonía nos daba las bases de datos para que pudiésemos enviar la promoción a sus clientes. Colaboraba porque también sacaba un buen pellizco de los envíos masivos.

Los sorteos por sms se convirtieron en una auténtica gallina de los huevos de oro. Internacionalizamos las promociones para asaltar y saquear cualquier país que no tuviese una regulación específica sobre el cobro de los mensajes de texto. Eso provocó mucho estrés, muchas denuncias y mucho dinero. Argentina, Perú, Alemania, Tailandia, Marruecos… y, por supuesto, España. Sin embargo nosotros, los chavales que hacíamos que toda aquella pirámide de oro funcionase, seguíamos con nuestros sueldos ínfimos y nuestra explotación laboral.

─Quiero pirarme. Me siento como un atracador a mano armada -le decía a mi compañero en un descanso para el café, fuera de la oficina, casi medio año después.

─¡No me digas eso! Intento no pensarlo y ya casi había conseguido autoconvencerme de que no somos tan cabrones.

─En el tiempo que llevamos aquí, hemos timado a millones de personas ¿No te acojona un ajuste de cuentas kármico o algo así?

─Hombre, técnicamente no timamos. ─Yo torcí el gesto─. Me refiero a que no estamos engañando a nadie. Las bases de las promos están publicadas y la gente que se las lee sabe que es un sorteo y que no hay premio seguro. Yo diría que más que un timo es un engañabobos.

─¿Y no es lo mismo?

─No… los listos no pican. Sólo envían mensajes los gilipollas y los memos. Además, los premios que decimos que vamos a dar, los damos.

Esa conversación me tranquilizó durante un tiempo. Suficiente para que no bajase el rendimiento en la súper promoción que Volare estaba preparando. Se trataba del proyecto más ambicioso que había acometido la empresa. Se habían cerrado acuerdos millonarios con productoras de televisión y operadoras telefónicas para conseguir una base de usuarios gigantesca a la que enviar el gancho publicitario.

Más de sesenta personas participaron en el desarrollo tecnológico de tan ambicioso proyecto: directores de negocio, programadores de sistemas y bases de datos, gestores de proyecto, comerciales, asesores de calidad, “copys”… Tres meses de trabajo intensivo, con horas extras. La oficina era un hervidero en el cual no cabían disidencias. Dos despidos fulminantes fueron prueba de ello. Uno por quejarse de las horas extras y otro por pasarse las tardes viendo Youtube.

Y sin embargo, lo que nadie pudo prever fue que un empleado modelo con remordimiento de conciencia había introducido su firma vengativa en el sistema. Pocas horas después de que se lanzase la promoción a nivel estatal ya teníamos una base de datos de unos cien mil usuarios. A las tres de la mañana, les llegó el siguiente sms: “Hola guapo ¿Quieres que nos conozcamos? Envía TIMO al 6969” ¿Lo recibiste? Fui yo.

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