¡Pero qué ineptos e idiotas! Atracáis una fábrica y sois incapaces de llevar un plan como
Dios manda y eso que os habéis dedicado toda la vida a esta profesión tan digna. ¿Cómo es posible
que no os percatarais de que el vigilante andaba cerca? Una de las consecuencias que acarrea tal
chapuza, Ángel, es que tienes un balazo, del calibre treinta y ocho, que ya veremos si no acabas
criando malvas.
Ahora estáis refugiados en vuestra guarida y, mientras tu compañero sangra como un cerdo,
tú, Juanma, intentas taponar la herida como puedes. Incluso te ha dado tiempo de inyectarle un
antibiótico y efectuar una llamada.
—Estoy jodido, Juanma… muy jodido.
—No digas eso, todo saldrá bien. No tardará en llegar un médico que mirará la herida.
—¿Un médico? No necesito un médico. Necesito un hospital. Me cago en la leche… Tengo
miedo, amigo.
—Es un colega que me debe un favor. No tienes por qué preocuparte.
—¿Tú tienes un colega médico?
—Ya te lo he contado más de una vez, ¡leches! Es un lumbreras, le falta un año para acabar
la carrera… Será un cirujano de categoría.
—Lo que tú digas. Pero creo que esto solo lo arreglan en un hospital.
¡Pero qué ineptos e idiotas! Atracáis una fábrica y sois incapaces de descerrajar una caja
fuerte tan básica que, con una patada bien dada, se abre. ¿Cómo es posible que os marcharais sin un
puto duro y con un disparo mortal? ¿Dónde ha quedado vuestra formación profesional?
Te retuerces de dolor y bufas como un toro. Pides ayuda y Juanma no sabe qué hacer. Seguro
que estás pensando que si tuvieras morfina lo solucionabas. Buscas en el botiquín y le endiñas dos
ibuprofenos. Algo es algo. Observas a tu amigo y te das cuenta que está febril y además tiembla.
—¡Joder! Estás ardiendo
—Me cago en la leche… de esta no salgo— balbucea.
—No digas eso. Seguro que mi colega no tarda en llegar.
Ahí aparece vuestro médico, montado en un Ibiza rojo destartalado y aparcando junto al
flamante Mercedes. Vaya un aspecto, desaliñado, que tiene el colega. No se ha afeitado en dos
semanas, lleva la melena suelta y viste unos vaqueros desgastados, con una camiseta de los
Rolling. ¡Joder! Más que un futuro cirujano parece un friki obsesionado con los juegos de rol o
cualquier chorrada de esas. ¡Vamos! Este tío no tiene pinta de coger un bisturí, ni por asomo.
Además acarrea un maletín de esos que portaban los médicos rurales antes de la guerra. No me
extraña que se te note fruncir el ceño, a pesar de tus dolores, cuando adviertes su presencia.. El
chaval entra, te observa y no dice ni mú.
—Bueno di algo. ¿Cómo lo ves?
—Jodido… muy jodido. Está perdiendo mucha sangre.
—Quítale la puta bala, ¡coño!
—Primero tendré que ver dónde la tiene, digo yo… ¿No?
—¡Pues date aire y no seas tan pasota, joder!
Tenéis que reconocer que el colega tiene pachorra. Además no se interesa en ningún
momento por las circunstancias que originó la herida de bala. Debe conocer perfectamente la vida,
sórdida, de vosotros y piensa que mejor no preguntar. El colega se limita a retirar el vendaje
improvisado y observar, con detenimiento, la herida de Ángel. Tú, entre el dolor y la fiebre, andas
algo zombi y dudo que te enteres de algo.
—Imposible extraer la bala. Hay que llevarlo, sin tardar, a un hospital.
—No me jodas que los maderos andan detrás de nosotros.. Te pagaré lo que quiera.
—Qué no es eso, Juanma. Que la bala la tiene incrustada en un lugar del abdomen de difícil
acceso y hay que hacerle una radiografía para saber el lugar exacto. Me da que la tiene cerca de la
columna, y eso es jodido. Lo primero que le voy a poner es la vacuna del tétanos y luego morfina
para mitigar el dolor… Es todo lo que puedo hacer.
Observas cómo extrae del maletín una jeringuilla desechable y un pequeño frasco e inyecta
el medicamento en el brazo. A continuación ves cómo efectúa la misma operación pero, esta vez,
con el sedante. Luego limpia meticulosamente la herida para, más adelante, curarla y vendarla. Hay
que reconocer que el nota sabe lo que hace. Una vez que termina recoge, con una parsimonia
desesperante, todos los utensilios y se dirige hacia la salida.
—Llévalo, sin tiempo que perder, al hospital o morirá en pocas horas.
—De acuerdo.
¡Pero que ineptos e idiotas! Atracáis una fábrica y sois incapaces de abrir una caja fuerte.
Recibe el colega un disparo mortal y tú… si, tú, cantamañanas, le metes cuatro balazos al vigilante,
con tu nueve milímetros, que lo dejas frito. En resumen: un fiambre, un herido y ni un euro. ¿Cómo
es posible tanta incompetencia? Tantos años y continuáis siendo unos becarios. Peor aún… ¡Unos
putos aprendices!
Parece que la fiebre y el dolor te han remitido, Ángel, porque ya articulas alguna palabra con
sentido.
—Llévame al hospital que el tiempo va en contra mía.
—Ahora mismo.
—Me dejas en la puerta y huyes. Ya se ocuparán ellos de atenderme. Además no te
preocupes que tendré el pico cerrado.
—¿El pico cerrado?
—Si, Juanma. Sobre el atraco frustrado y al segurata que te cargaste en la fábrica.
—¿Qué estás diciendo? ¡Al segurata lo liquidaste tú!
—¿Estás de cachondeo?
—¿Tú me ves con cara de cachondeo? ¡Contesta! ¿Me ves con cara de cachondeo?
—¡Joder!, Juanma. ¿Me quieres endiñar el muerto?
—Tú eres el que me quieres joder. ¡Que te den!… Me piro.
—No me dejes tirado. ¡Cabrón!
Soy el autor del relato y no debería participar en vuestra historia, pero me he enfrascado tanto en ella que no puedo remediarlo. Te comprendo perfectamente Ángel, tu socio es un hijo puta, pero ni se te ocurra hacer lo que estoy pensando… ¡Joder! ¡Capullo!, no lo hagas. Piensa por una vez, pasa del inepto y no seas idiota.
—¡Nooo!
—¡ Bang!
Vaya puntería más certera que tienes, Ángel. Le acabas de volar, a tu colega, la tapa de los
sesos con un solo disparo.¡Manda huevos! Y ahora, ¿qué? ¡Explicadme!… perdón, explícame,
ahora, ¿qué?
¡Pero qué ineptos e idiotas, sois!

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