Hoy me cuesta llorar.

Hoy me cuesta llorar.

Joe

05/10/2025

Después de una sobremesa con amigos, camino por el barrio sin rumbo alguno.

No hay un objetivo para esta calurosa tarde de primavera, simplemente despejarse.

Pero mientras avanzo sobre los adoquines, rodeada de azulejos vintage, arte y paredes de colores, siento cómo el corazón se me punza y desangra.

Hoy no disfruto tanto de contemplar el paisaje porteño; miro más hacia el suelo de lo normal.

Una angustia recae sobre mí y, sin embargo, hoy me cuesta llorar.

Siento que merezco esta tristeza, como si fuera un castigo certero que debo soportar para, de una vez por todas, aprender.

Pensar eso hace que la herida duela un poco menos; inventarme ideas absurdas en la cabeza le dan respuesta a las dudas que me generan ansiedad.

No fui culpada de nada, y aun así me tratan como si lo fuera.

Y mientras tanto, pienso:

¿será que posta me las mandé y esta es la consecuencia de mis actos?

¿O es simplemente un gesto inconsciente del otro, que tengo que volver a comprender, una vez más?

No lo sé. Estoy triste y quiero llorar,

pero ninguna lágrima se anima a resbalar por mi mejilla,

aun llevando puestos unos lentes de carey y un pañuelo de seda sobre la cabeza.

Quería que este día fuera para nosotros dos,

y no para una sobremesa.

Aunque fue perfecta, no era lo que necesitaba para llenar mi hambriento corazón.

Aun así, él agradece:

agradece el amor de otros seres,

agradece las espectaculares comidas de Runo,

agradece la sombra que refresca al barrio,

y a la luz del Sol que baña con sabor a verano cada terraza,

que entra por cada avenida y te abraza cálidamente cada que las cruzas.

Pero sigue inconforme.

Parece estar inapetente desde la amarga noticia,

y así se quedó: triste,

cuestionándose todo el barullo que lo sacudió.

Camino por la vereda del centro cultural donde suelo expresarme.

Quiero bajar, pero sé que mi compañera no está.

Cruzo al frente, hacia el café al que siempre voy a desahogarme.

Lo miro con deseo de esconderme entre porteños y turistas,

de apartarme de todo el dolor.

Entro.

Pido un licuado de frutillas, me siento en mi mesa favorita,

saco mi cuaderno del bolso, abro la app de notas,

me suelto,

dejo a mi mano escribir.

Comienzo a llorar.

San Telmo, 2025.

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