El Maestro me miraba, satisfecho. Pero yo no lo estaba. A mi alrededor, no veía más que piedras grises escalonadas, sin encanto ni significado alguno.

-¿Por qué me ha traído aquí?- le pregunté.

-Porque éste es el lugar que buscas para tu inspiración.

Desilusionada, volví a echar un vistazo a aquel insípido paisaje.

-Me temo que no estoy de acuerdo, Maestro- me atreví a decir, finalmente.

El sabio anciano se encogió de hombros y dio media vuelta.

-Pues entonces, sígueme- me dijo.- Vas a encontrar lo que buscas.

Tras varios minutos de camino, llegamos al pie de una boscosa montaña.

-Éste es el monte Rariaps. Si subes por aquí, encontrarás tu inspiración.

Al oír aquellas palabras, me dispuse a enfilar el primer sendero. Pero el Maestro me detuvo para añadir lo siguiente:

-Ten en cuenta que no sólo tienes que subir. También tienes que escuchar.

El comentario me dejó algo confundida; sin embargo, no tardé en ponerme en marcha. Avanzaba, realmente encantada, por aquellos empinados y verdes caminos. Desde luego, era fácil recibir inspiración ante tan hermosos paisajes.

De pronto, me detuve ante una cueva. Su tenebrosidad contrastaba con el verdor y la alegría del resto del monte, pero me resultaba igualmente atractiva, e incluso inquietante. Me adentré en ella, pensando que las emociones fuertes despertarían mi espíritu aventurero y estimularían mi capacidad de inspiración.

Tras un cuarto de hora caminando y tanteando en la oscuridad, me pareció percibir unos sonidos. Aligeré el paso, pero sólo conseguí llegar hasta el final de la gruta. Una enorme pared se alzaba ante mí. Decepcionada, me dispuse a dar media vuelta, cuando vi que dicha pared poseía una pequeña abertura, a modo de ventana.

Y, cuando me asomé, no podía creer lo que veía.

Cientos de enanitos, vestidos de rojo y de verde, corrían de acá para allá, espídicos. Me resultaba gracioso ver, desde arriba, cómo se movían sus simpáticos gorritos. Sin embargo, no estaban divirtiéndose precisamente: bien sabida es la fama de trabajadores incansables que tienen estos personajes, y aquello que tenía ante mí era la viva imagen de una fábrica llena de pequeños obreritos, al más puro estilo de los ayudantes de Papá Noel.

Yo estaba verdaderamente emocionada. Y empecé a sentir que se me ocurría una gran idea para un cuento, cuando…

-Olvídalo- dijo una voz, justo detrás de mí.- Aquí sólo verás trabajo. No tiene nada de encantador. Los del mundo exterior vivís engañados con respecto a nosotros.

Me giré rápidamente, sobresaltada. El ser que se mostraba ante mí era menos adorable de lo que pensaba: debía de tener casi mi tamaño, la piel era verdosa, y sus facciones presentaban una nariz y unas arrugas difícilmente descriptibles.

E igual de indescriptible fue el grito que proferí.

De repente, me encontré tumbada en el suelo, a la entrada de la cueva. Me sentía aturdida, como si me despertase de un sueño. Y como tal interpreté lo que acababa de suceder.

Entonces, recordé las palabras del Maestro sobre la montaña: “También tienes que escuchar”.

-Pues creo que ya he escuchado bastante aquí- dije, incorporándome y regresando al sendero.

Continué avanzando montaña arriba, agradeciendo estar de nuevo bajo el cielo luminoso. Y también agradecí que la siguiente cueva no fuese, en absoluto, oscura, sino todo lo contrario: estaba llena de una luz especial y adornada por un altar precioso.

Allí me acerqué, hipnotizada por tanta belleza. Y, de repente, caí de rodillas. Una
luz casi angelical me transportó a un profundo éxtasis, y unos tenues cánticos
celestiales aumentaron aún más mi estado de paz. Me dejé llevar.

No sé cuánto tiempo estuve así; sólo sentía que me acercaba realmente al lugar que buscaba. Y entonces fue cuando escuché la dulce voz:

-Sigue adelante. Cada vez estás más cerca. Aquí sólo estás para recibir dirección,
pero la que llevas es la correcta. ¡Continúa subiendo!

Inmediatamente después, mi percepción terrenal regresó. Ante mí, estaba aquel hermoso altar, pero el silencio era absoluto, y la luz que ahora penetraba era la habitual del sol.

No obstante, había recibido otro mensaje: tenía que seguir subiendo.

Así pues, continué camino arriba por aquel mágico sendero. Me alegró comprobar que, apenas unos minutos más tarde, ya estaba en la cima.

Era impresionante lo que se percibía desde allí arriba. Las tierras se extendían hasta el infinito. A lo lejos, se vislumbraba absolutamente todo: el mar, muchas más montañas y demás lugares que quizás jamás llegaría a ver de cerca. Pero allí estaban ahora, ante mí. El mundo entero era mío.

Entonces, un brillo extraño llamó mi atención. Dirigí mi mirada hacia un impresionante lugar que relucía a unos cuantos metros de mí, montaña abajo.

Y allí estaba. Mi inspiración.

Un teatro. Un lugar que mezclaba arte y realidad. Una dimensión en la que se compendiaba y se compenetraban entre sí la fantasía y lo cotidiano. El perfecto puente entre la vida y la imaginación. La diosa Talía relucía en todo su esplendor.

Enfilé nuevamente el sendero cuesta abajo, deprisa, sin perder de vista aquel maravilloso lugar. En cada curva que tomaba, lo seguía con la mirada. Cada vez estaba más cerca. ¡Qué ganas tenía de pisar aquel suelo y de encontrarme entre aquellas gradas!

La luz que desprendía también me ayudó a guiarme. Cuando tuve aquel resplandor ante mí, me adentré en él. Entonces, pude ver aquel insólito lugar desde su propio
interior.

Y lo que encontré me dejó una extraña mezcla de curiosas emociones.

Allí estaba mi sonriente Maestro, sentado en una de las gradas. En una de aquellas escalonadas y grises piedras que tan insulsas me habían resultado al principio.

Absolutamente perpleja, no pude evitar soltar una carcajada.

-Me acaba de dar usted una lección, ¿verdad?- pregunté.

El sabio amplió aún más su sonrisa.

-No lo sé. ¿Tú qué crees?

 

FIN.

 

-CUEVAS DE LOS LEONES Y DE LAS PALOMAS (XÁTIVA).

-TEATRO ROMANO (SAGUNTO).

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