Ya lo siento. Lo percibo cada vez más cerca. Desde la profundidad del bosque me llama. Y yo me acerco. Siempre obediente sucumbo a su poder. A aquello que nos conecta, que nos hace entrar en contacto, piel con piel, pero cuyo tacto es todavía más intenso que las garras de mis congéneres cuando me rozan. Es aquello de lo que empiezo a formar parte, ese mundo de profunda naturaleza que pronto nos hace inseparables. Como si fuéramos uno solo.

Inseparables cuando noto el viento en mi rostro mientras transito corriendo por aquel bosque a la velocidad del rayo. Inseparables en el momento que siento la tierra y la vegetación bajo mis pies, sosteniendo mi alma de lobo hambriento y salvaje, pero libre. Inseparables siempre, haga sol, frío, llueva, nieve o me empuje la brisa hacia delante. Inseparables mi alma infinita y el espíritu del bosque profundo.

Y yo corro, y corro, y no dejo de correr, mis patas lobunas, silvestres y agrestes en movimiento, acompasadas con la energía forestal que me rodea y me protege, que no cesa de guiarme dando luz a mi camino, para que los peligros de este universo indómito que habito no interrumpan mi carrera, mi viaje y mi recorrido sin final.

Conectamos. Sí. Conectamos como el día y la noche, como las mareas y el mar, como el sol y la luna. El bosque me acompaña en mi trayecto y yo correspondo a su llamada. Nuestros pensamientos se funden, nuestros corazones se acompasan, nuestros deseos se entrelazan. Es la más honda conexión, la que nos envuelve en la unidad, en el poder de lo único, de lo indivisible.

Pero yo no estoy solo. Junto a mí otras almas conectadas como yo recorremos las sendas de la libertad. Pues libres somos y seremos. La manada y yo corremos y corremos y no dejamos de correr, nuestras patas silvestres, agrestes y en movimiento. A pesar de los riesgos de esta naturaleza salvaje. A pesar de las amenazas de quienes nos disparan.

Somos hijos del viento y de la luna. Habitamos los bosques y las montañas. Y cuando el bosque nos llama, conectamos. Y nos volvemos uno solo desde lo más profundo de nuestro ser. Es la conexión del mundo natural con el mundo animal. Es la conexión que nos hace libres en un mundo de libertad.

Pero hoy siento una conexión diferente. Porque hoy al amanecer el sol me ha mirado de manera especial. Porque hoy me he reunido con la manada y me ha transmitido emociones de miedo e inquietud. Miedo de aquellos mundos para nosotros desconocidos que evitamos recorrer. Porque hoy parecía que el canto de los pájaros y los sonidos de otros animales denotaban tristeza. Porque hoy al despertar el bosque me ha llamado con un poder diferente que no he llegado a comprender.

Pero ¿qué importa todo eso, si soy libre? Pues yo corro, y corro, y no dejo de correr, mis patas lobunas, silvestres y agrestes en movimiento, acompasadas con la energía forestal que me rodea y me protege, que no cesa de guiarme dando luz a mi camino. Solo que esta vez los sonidos de los pájaros y otros animalillos quedan ahogados por aquel fogonazo sordo y cruel, que es empujado por el viento a una velocidad mucho mayor que la que me procuran mis pies. Que se incrusta en mi cuerpo y es sentida por mi alma. Que produce dolor, miedo y temor. Que transforma nuestra conexión, querido bosque, y la funde conmigo mucho más intensamente, como si yo fuera capaz de divisar el final de mi camino, el destino al que soy transportado cuando todo acaba.

Ya lo siento. Lo percibo cada vez más cerca. Desde la profundidad del bosque me llama. Y yo me acerco. Y la veo, la luz que me mira cara a cara con aquellos ojos infinitos, que se aproxima para establecer la última conexión. Es el sereno resplandor del bosque que me vuelve a llamar. Pero esta vez será la última. Será el momento en el que el bosque y yo conectemos para siempre. Y yo, obediente, sucumbo a su poder.

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