ENTRE SUSPIROS 

El reloj marcaba una hora que no quería aceptar. En la estación, el pitido del trolebús rompía el silencio como un aviso final. Ella estaba frente a mí, con los ojos llenos de brillo y lágrimas; una mitad de su ser era luz, la otra, oscuridad.

No dije nada. Solo la miré, como quien intenta memorizar cada detalle para no perderlo nunca. Quería grabar su rostro muy dentro de mi subconsciente, para así jamás olvidarla.

Quería guardar el modo en que su cabello caía sobre los hombros, el temblor apenas perceptible en sus manos, el aroma que me envolvía como un refugio.

  • Prométeme que estarás bien —susurré.

Ella sonrió, pero no respondió. Me acarició la mejilla con la suavidad de quien sabe que ese gesto será el último.

Sentí que algo dentro de mí quería gritar, pero me limité a cerrar los ojos y grabar su rostro en mi memoria.

Cuando el taxi llegó, ella partió, y yo me quedé solo en el andén, rodeado de un silencio que parecía eterno.

Caminé unos pasos y encendí un cigarro. A mis espaldas, ella se perdía en la inmensidad de la ciudad. Me senté sobre una barda, aspiré el humo una y otra vez hasta que mis pulmones me dolieron; después, las lágrimas brotaron, pues entendí que hay despedidas que no se rompen con el tiempo, sino que se entierran en lo más profundo del corazón, donde se repiten una y otra vez como un eco dulce y doloroso.

No sé cuándo regresará. No sé si lo hará. No sé si quiere hacerlo. Pero cada noche, antes de dormir, cierro los ojos y suspiro fuerte, tratando de que, con cada bocanada de aire, ella regrese, sonriente, como si jamás se hubiera ido.

Etiquetas: amor desamor poema

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