El asiento 11A

El asiento 11A

Ojo de Gato

28/07/2025

No sé tú, pero yo ya elegí. Si la vida es un vuelo turbulento, yo quiero ir en 11A.

Sí, ese asiento junto a la ventana, el de la salida de emergencia, donde uno puede estirar las piernas, mirar las nubes con cara de que está pensando en Camus (aunque esté pensando en la pizza que dejó en la refri), y con un poco de suerte, sobrevivir a una tragedia aérea. No es metáfora. O sí. O las dos cosas. Porque resulta que hay quien dice —y lo dicen con cara seria, como quien explica el horóscopo— que en dos accidentes aéreos, separados por casi treinta años, (el vuelo de Air India Flight AI‑171, 12 de junio de 2025, Ahmedabad, India y el vuelo de Thai Airways Flight TG261 del 11 de diciembre de 1998, Tailandia) el 11A fue ocupado por los únicos sobrevivientes. Algunos lo llaman “el asiento milagroso”. No es chiste. O tal vez sí. Quizás sea solo una leyenda urbana… pero suena tan poético que prefiero creérmela.

Igual, hoy no les vengo a hablar de aviones. Bueno, sí. Pero no solo de eso. Venimos a hablar de cómo no despegarse del 11A aunque el avión se esté cayendo, el café esté frío o el Wi-Fi no funcione. Porque si algo he aprendido —además de que los snacks que dan en los aviones cada vez son peores— es que el secreto no es volar sin turbulencia, sino saber ajustar el cinturón sin perder el sentido del humor.

Cuando te sientas ahí, justo al costado de la salida de emergencia, viene la azafata con cara de «esto es en serio» y te suelta la pregunta de rigor:

—¿Está dispuesto a ayudar en caso de evacuación?

Y tú, como si fueras Tom Cruise en “Misión Imposible”, sueltas con voz firme:

—Por supuesto. Estoy listo para todo.

Mentira. Apenas sabes abrir una bolsa de papitas sin hacer un desastre. Pero eso es lo bonito del 11A: te hace sentir importante. Como si fueras clave. Como si, si todo explota, tú fueras el que abre la puerta, el que guía a los demás, el que dice “tranquilos, tranquilos todos, por acá es”.

Y eso, en clave de vida, se llama resiliencia. Esa cosa invisible que no se vende en frascos ni en cápsulas, pero que salva vidas cuando el mundo se incendia.

Otra cosa buena del asiento 11A: tiene ventana.

Y en la vida, tener una ventana es poder mirar sin que se te meta todo el ruido. Es ver que hay tormenta… pero también ver que esa tormenta está pasando. Que el ala se sacude como gelatina, pero eso significa que sigue volando.

Desde la ventana, uno aprende a relativizar. A ver que eso que parecía el fin del mundo, visto desde otro ángulo, es solo una nube más.

¿Nunca te has sentido atrapado en tu propia cabeza? Como si estuvieras en una cabina presurizada, oyendo una vocecita automática que repite “esto va a salir mal… esto va a salir mal…”

Bueno, a veces la salida de emergencia no está en el avión, está dentro tuyo. Hay que saber abrir la puerta, saltar del drama, empujar los miedos para que salgan primero, ayudar a otros a salir si hace falta.

¿Y si el avión se cae de verdad? No el de las alas. El otro. El que usamos todos los días. La relación que se desploma, el trabajo que hace boom, el cuerpo que de pronto ya no coopera.

Ahí es donde el 11A te enseña algo: no puedes evitar la caída, pero puedes elegir cómo aterrizas. Y si puedes, que sea con humor.

La risa no elimina los problemas, pero los acomoda en otro lugar. Los convierte en compañeros de viaje. Y si hay que llorar, que sea con estilo, como el que sabe que después del llanto viene el aplauso. O al menos una copa de vino.

¿Sabes qué tienen en común todos los que sobreviven al 11A? No lo hacen solos. Alguien los ayuda. Alguien les habla. Alguien les ofrece un snack, aunque sea muy malo.

En esta vida donde todo el mundo empuja por meter su maleta, por conseguir más likes, más followers, más aplausos… el 11A te recuerda que nadie sobrevive solo. Que a veces, lo más importante no es llegar primero, sino preguntar al de al lado si está bien.

Y que el mejor cinturón de seguridad es la empatía.

Así que ya sabes. La próxima vez que estés en una reunión de esas que te dan ganas de fingir una apendicitis, o en un lunes que se siente como accidente, o en una noche en que todo parece que va a estallar… piensa en el 11A.

Respira. Mira por la ventana. Sonríe. Ajústate el cinturón.

Y cuando venga la turbulencia —porque siempre viene— recuerda esto:

La actitud no impide que el avión tiemble. Pero sí evita que tú te desplomes con él.

Y si alguna vez te dan a elegir asiento en este vuelo llamado vida… no lo dudes.

Pide el 11A.

Desde ahí, todo se ve un poquito mejor.

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