Introducción:
Desde que nacemos, ya amamos a alguien: a nuestros padres. Incluso si alguna vez nos han hecho daño, los seguimos amando. Con el tiempo, aprendemos a amar con más intensidad, y esos amores adolescentes dejan huellas profundas —cicatrices en el corazón— que no siempre sanan fácilmente.
Escribo esto para quien no pudo curar la suya, para quien camina sola y sin rumbo. Lo escribo para mí, en mi intento de descubrir quién soy…y qué es lo que realmente quiero. Porque a veces, el alma se quiebra en silencio. Y entre recuerdos que arden y preguntas sin respuesta, buscamos en el pasado las piezas de lo que fuimos…con la esperanza de entender lo que somos. El desamor en la adolescencia duele distinto: no rompe el corazón, lo inaugura. Nos enseña a perder cuando aún no sabíamos cómo sostener. Son amores que llegan como tormenta, y se van dejando el alma empapada de lo que no fue. Y aunque pase el tiempo, uno sigue volviendo a esos días, buscando entre ruinas la versión de sí misma que aún creía en los para siempre.
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