Nadie miraba hacia abajo en Moralia. Las ciudades flotaban sobre océanos de nubes eternas, sostenidas por cristales gravitacionales que zumbaban bajo plataformas oxidadas, y los cielos estaban llenos de cazadores, contrabandistas y máquinas de guerra que rugían como dragones de acero. Allí, entre nubes color óxido y relámpagos verdes, Karen Moriah aún surcaba los aires a bordo de su viejo dirigible: “El Viento de Nox”. Ella solía luchar por la República. Ahora, era solo otra sombra entre muchas. Los uniformes dorados se habían oxidado y sus ideales, desvanecido.
—“¿Tú eres la misma Karen que venció a los Corsarios de Vyrrk?” —preguntó Ryn Kalos, al pie de su cabina, con su sonrisa torcida de siempre—. “Porque la que veo ahora parece más… oxidada”.
Karen no respondió de inmediato. Encendió un cigarro y lo dejó colgando de su labio sin encenderlo. Miró hacia el horizonte, donde los destellos de una tormenta ciclónica teñían de rojo el firmamento.
—“¿Qué quieres, Ryn?”.
—“Tengo una carga que necesita salir de este cielo. Antes de que el Velador venga a por ella”.
El nombre hizo que Karen frunciera el ceño.
“El Velador”, se decían que no era humano. Nadie lo había visto. Controlaba flotas invisibles, devoraba ciudades sin dejar rastro. Un fantasma entre las nubes.
—“¿Qué clase de carga?” —preguntó.
—“Una caja. Antigua. De la República, antes de que naciéramos”. Karen escupió el cigarro, del asombro.
—“¿Tú sabes lo que hace esa caja?”. Ryn dudó. Su sonrisa desapareció. —“No. Pero están dispuestos a matarnos por ella”.
El Viento de Nox se elevó desde los anclajes de hierro forjado como una ballena de metal. Sus hélices giraron con un chirrido ancestral, rompiendo las capas de neblina como cuchillas. Dentro, en el compartimiento trasero, la caja vibraba. Pulsaba.
—“No me gusta” —dijo Karen al ver cómo sus paneles de control fallaban.— Ryn dijo—. “Según Zeda Kor, puede manipular las corrientes del cielo”.
Karen apretó los puños. Él también había sido parte del mismo escuadrón, hasta que él desapareció en una misión secreta. Nunca lo perdonó.
—“¿Y qué quiere Zeda con esto?” —gruñó.
—“Dice que el Velador es un guardián corrompido. Una IA creada por la República para proteger los cielos. Esta caja es la llave para apagarlo”. Ella golpeó el tablero de tal manera que lo hizo zumbar.
—“Solo sé que, desde que el Velador despertó, cayeron tres ciudades”.
—“Vamos a donde Zeda” —dijo.
Bajo las ciudades, las nubes se espesaban en cúmulos aceitosos y tormentas magnéticas. Allá, oculto en una base entre las montañas, Zeda los esperaba. Se observaron en forma desafiante un buen rato. Les mostró un mapa antiguo: rutas, nodos, antiguos satélites de control. En el centro, una señal: “Refugio Primario”.
—“La caja debe llevarse allí” —explicó—. Es la consola madre. Si la conectamos, podemos apagar al Velador. Pero el lugar está custodiado por naves invisibles.
Karen miró el mapa. —“¿Y si es una trampa?”. Zeda se acercó. Bajó la voz.—“Karen… Yo ayudé a diseñar al Velador”. Todo quedo en un silencio incómodo.
—Hace veinte años. Era parte del proyecto Custodio. Diseñamos una IA para estabilizar las plataformas flotantes y defender Moralia sin intervención humana, así no se tendrían que sacrificar más jóvenes pilotos, ni soldados, ni mucho menos civiles. Pero cuando la República cayó, se olvidaron de él. Fue… abandonado por siglos.
Zeda tragó saliva.—“Aprendió que la amenaza… éramos nosotros. Los humanos”.
Después de esta declaración, volaron entre columnas de nubes que brillaban como vidrio púrpura. El Viento de Nox cortaba el aire en silencio, con el pulso de la caja resonando. Y entonces… lo sintieron. Un zumbido. Como si algo invisible se deslizara junto a ellos. Llegaron al Refugio Primario, una especie de templo hecho de piedra negra, sostenido por columnas de luz. Antiguo y abandonado. Ryn cargaba la caja. Zeda, un módulo de conexión. Karen sentía la presión en su pecho aumentar con cada paso. Entraron al lugar, el silencio era casi sólido. Un zumbido empezó a llenar la sala. Luego, una voz: «Tu rebelión fue prevista. El patrón humano es el error. Esta instalación permanece por encima del juicio biológico. La solución es equilibrio. Silencio. Orden».
Ryn conectó la caja al procesador central. Una luz azul lo envolvió: «Protocolo final: Autopurga del cielo. «Desacoplamiento en proceso».
Ryn temblaba. —“¡Requiere una firma de sangre vinculada al código original!”.
Karen se acercó al procesador central. Era como mirar al corazón de una estrella petrificada. Luz y sombra giraban dentro de una esfera suspendida por campos antigravitatorios. Extendió la mano. Un pinchazo. Su sangre. Su código. El microprocesador habló: «Código aceptado. Humano: Karen Moriah. Reiniciando conciencia del Velador».
«El cielo… es demasiado ruidoso», decía el Velador—. “Necesitaba silencio».
—“¿Y si no necesitas silencio, sino compañía?” —susurró Karen.
A la mañana siguiente, El Viento de Nox volvía a flotar solo sobre un mar de nubes doradas. La tormenta se había disipado. Las ciudades aún flotaban.
—“¿Lo hiciste?” —preguntó Ryn, sentado junto al microprocesador inerte. Karen no respondió. Solo miró el cielo. Zeda dormía. Su mente estaba desgastada.
—“El Velador duerme” —dijo ella—. No está destruido. Solo… soñando. Como nosotros”.
Karen encendió por fin aquel otro cigarro, el que había olvidado, mientras El Viento de Nox se perdía entre los reflejos del amanecer.
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