El universo se expande, en un movimiento tan sutil como inevitable, empujando hacia adelante el futuro, un futuro tan cercano que ya roza el borde de lo que llamamos «ahora». Pero en esa expansión, nos hemos disuelto, como una imagen que se desvanece a medida que avanza una mala película.

Pensamos que el futuro está por delante, a la espera de ser conquistado, pero ignoramos que ya formamos parte de un pasado lejano para la expansión cósmica, porque se mueve con una precisión indiferente a los pequeños destinos humanos; nada importa tus logros o tu fracasos, tu moral ni nada. Sus pasos son ligeros y, al mismo tiempo, infinitos. El tiempo no avanza como lo entendemos (si es que entendemos algo), mas bien, corre en todas direcciones y, a la vez, en ninguna. Se estira y se comprime, se multiplica y se desvanece. No importa cuántos pasos demos, el tiempo siempre parece estar un paso atrás o adelante, jugando con las percepciones, desconociendo cualquier esfuerzo por alcanzarlo. Cada estrella que nace, cada galaxia que se aleja, ya es un eco del futuro para el cosmos. Y, sin embargo, en mi mente, el futuro sigue siendo algo por venir, algo cercano y tangible. Pero el futuro nunca llega, porque cuando parece acercarse, ya se desvanece en otra dirección. Así, en un parpadeo, el universo avanza, y con él, el tiempo transcurre hasta que todo se detiene, en un punto de calma eterna.
Finalmente, dejaremos de formar parte de este viaje, estancados, por huellas que se desvanecen. El tiempo, al igual que el universo, seguirá su curso, pero sin nosotros. Ya no hay pasado, ya no hay futuro.

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