Tarde de agosto, viento y tibio sol. ya los campos verdean, quedará atrás este interminable invierno …? nubes espesas y oscuras anuncian nuevos fríos.

Un viaje como tantos a Villa Gesell, no, es distinto, no tiene la ansiedad por llegar al mar, no tiene la ilusión de los pinos y el olor a sal.

Miro la banquina y los charcos, mi manía de contar cigüeñas reaparece inquietante, busco en cada charco y no, ninguna.

Mis recuerdos van y vienen, casi tan rápido como el auto y en el punto donde se confunden el recuerdo con la anécdota familiar aparece la cocina enorme de la casa de mis abuelos en Gral Pinto, estoy sentada en la falda de mi abuela Carmen que hojea una revista y de pronto me dice: – mirá la cigüeña, ves? en el pico tiene un pañal con un bebé, así las cigüeñas traen a los bebés de Paris.- y aqui es donde se mezcla la memoria con la historia tantas veces repetida por mi mamá lo que aflora, con mis cinco años respondí: – pero no, abuela! eso es mentira, los bebés crecen en la panza de la mamá porque el papá puso una semillita. – la abuela Carmen me bajó espantada, : – lindas cosas le enseñan a los chicos hoy en día.- mi mamá hundió la mirada en su revista sin responder.

Y vuelvo a mirar la ruta 56, recta, aburrida de atardecer, la vieja lectura del Mauger : L´arrivée des cigognes …, claro! no hay cigüeñas porque aún hace frío, mucho frío, por eso no nos dejaron a Milena, no era su tiempo aún … abuela, se equivocó tu cigüeña, debía llegar en diciembre, con el calor y el sol brillante y ahora no sabemos qué hacer con este frío en el alma.

Ya oscureció y estamos llegando a casa, tal vez una de las últimas veces que hagamos este camino, la resina de los pinos inunda el aire, dulces recuerdos de veranos felices anticipan la llave en la cerradura, la puerta se abre y el frío húmedo de los meses de encierro me golpea la cara.

Amaneció soleado, no hay viento y la estufa hizo su trabajo durante toda la noche, la casa está agradable, la taza de café calienta mis manos mientras miro el jardín, y necesito caminar hasta el mar, ir a contarle que este verano no vendré con mi nieta y que este ya no es nuestro lugar en el mundo, cerraremos la puerta en pocos días y la casa tendrá nuevas historias, otras, diferentes risas, diferentes olores.

El cielo está luminoso, el mar calmo, la arena húmeda se hunde bajo los piés mientras me digo y le digo, Milena no vas a jugar con la abuela en esta playa, no vamos a subir al muelle, era sólo un sueño, no vamos a caminar de la mano pero ya está, cumplí con lo que me pidieron, este es el mar y este el lugar donde íbamos a correr remontando barriletes.

Ya el regreso, otra vez la ruta plana. Hoy el sol es más benevolente, un poco más tibio tal vez; las mismas vacas que nos vieron llegar hoy nos ver partir, los mismos charcos vacíos, kilómetros y kilómetros, mojones que se suceden implacables y allá a la derecha, en esa pequeña laguna … dos cigüeñas.

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