Era un año complicado: no había mucho dinero y demasiadas ganas de desconectar. Acababa de conocer a mi compañera de trabajo, actual amiga cómplice de múltiples aventuras, y nuestras vacaciones de verano coincidían. Decidimos organizar un viaje «Low Cost», y yo me encargué de coordinar los Blablacar para todas nuestras paradas. Hicimos muchos trayectos, ya que visitamos unas seis ciudades y pueblos de Andalucía.
El viaje más pintoresco y divertido fue el que organizamos desde Granada hasta Málaga. Recogimos a tres mujeres en distintos puntos que, curiosamente, tenían edades similares (alrededor de 50 años). Nos contaron individualmente por qué viajaban con nosotras ese día. Una de ellas, había dejado a sus hijos y a su marido para pasar unos días sola y desconectar de todo. Otra, la más graciosa, divorciada y soltera desde hacía varios años, había decidido abrirse una cuenta en Tinder (lo más curioso es que fue su madre, de unos 70 años, quien la animó). Nos contó que había conocido a un hombre muy atractivo (nos enseñó fotos) y que se había comprado un picardías para la ocasión (¡nos enseñó el picardías también!). A medida que se acercaba el momento, estaba cada vez más nerviosa y suspiraba; incluso nos pidió que nos quedáramos con ella para asegurarnos de que no la hubieran engañado por Internet y para darle nuestro visto bueno. La situación era surrealista: acabábamos de conocerla, pero todas dijimos que sí, que no nos podíamos quedar con la duda.
Al final, el hombre apareció y recogió sus maletas. Coincidimos con ellos en la carretera durante unos metros, y desde el coche ella nos gritaba: “¡Estoy bien!”, “¡Gracias, chicas!”, “¡Es de verdad!”. El hombre, mientras, se reía a carcajadas.
Al día siguiente, nos mandó fotos y audios por WhatsApp contando lo feliz que estaba y que se había enamorado.
Han pasado tres años, y mi amiga y yo seguimos recordando ese momento como uno de los más inesperados y divertidos de nuestras vidas.
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