Avanzada la mañana entraron al bar del pueblo. Eran muchos, nunca venían tantos juntos. De a poco se fueron agrupando alrededor de las mesitas de madera.
El día soleado y cálido de primavera no se reflejaba en las caras y mucho menos en el ánimo de los operarios; humildes, llevando a cuestas la dignidad del trabajo. Ropas sencillas, colores parecidos. Jóvenes algunos; otros, más grandes, habían pasado crisis con la fábrica, y siempre habían salido a flote.
En una mesa del centro se sentaron los cinco compañeros del sector Carga.
Raúl, el mayor, canoso, anteojos, callado. El Polaco, calvo, conservaba algo de cabello rubio en patillas y nuca; alegre y algo cargoso. Sergio, buen mozo, morocho, ojos negros, barba y bigote prolijo y una sonrisa que desarmaba a la más sombría de las criaturas. Nico, muy joven, modales delicados para un pueblo como ese, ropa colorida y jeans ajustados. Pancho, algo malhumorado, pero los muchachos le decían “un pan de Dios”.
Patrón se acercó y dijo:
–¿Estamos jodidos no? Yo trabajo con ustedes. La cerveza, el café con leche, las facturas…
Nunca supieron si se llamaba o si le decían Patrón. Tampoco se preocuparon en averiguarlo. Patrón era el amigo, el que los reunía para ver fútbol por cable. El que los aguantaba hasta la quincena, el consejero y confidente. Pidieron café con leche y medialunas. Nadie se atrevía a la cerveza a esa hora.
El silencio se hacía oír. Las tazas empezaban a circular. Patrón bajó el volumen del televisor al mínimo. El murmullo de las demás mesas traía olas de desazón.
Sergio abrió el diálogo:
-Arreglando la chatita del viejo podría hacer fletes entre los pueblos; está tirada hace mucho, pero con paciencia, si el Walter me ayuda.
-Uh cuidado con el Walter, te va a cagar, te va a sacar la guita y la chata -le repondió el Polaco, para luego dirigirse a Nico-: ¿Che Nico, le contaste a tu mamá?
-No, ¿para qué preocuparla?, ya se fue mi hermano, si ahora me voy yo…Además, esto se va arreglar -respondió.
-¿Y si no? -Intervino Pancho.
-¡Más vale que sí! Yo a los muchachos del sindicato les tengo fe…Si me voy la vieja se muere -Nico dijo con un hilo de voz.
-¿Y a dónde vas a ir -preguntó Sergio.
-A Buenos Aires con mi hermano, ahí algo voy a enganchar -volvió a responder el muchacho.
El Polaco se burló:
-Ahí encontrás trabajo seguro. Peluca, tacos altos, hacés lo que te gusta y te pagan.
Nico reaccionó con violencia y trató de golpearlo, entre las risas, los silbidos y los aplausos de los que estaban en el bar.
El Polaco continuaba riéndose mientras esquivaba las trompadas:
-Dale, ¿qué te hacés ahora, si todos saben?
Sergio los separó
-¡Carajo! No es momento para pelear entre nosotros. Tenemos que estar unidos para luchar.
-¿Unidos para luchar? No jodas, esto se terminó. -La angustia ahogó a Pancho, se le anudó la garganta- Tres chicos tengo…
-No, Sergio tiene razón. Hay que resistir -insistió Nico- ¿Cómo le digo a la vieja si me voy?
Cada tanto el silencio se despabilaba con los pésimos chistes soeces del Polaco y sus propias risotadas, causando fastidio.
Sergio lo rescató del ridículo:
-¿Y vos Polaco? ¿Pensaste en algo?
-No, ¿para qué? -contestó-, si estos hijos de puta siempre te tienen con las pelotas en la garganta y después se arreglan con el sindicato. Ya pasé varias de éstas, pibe. Me falta poco para jubilarme.
-La Martha se separa Polaco. No te aguanta en la casa todo el día diciendo boludeces – Esta vez quien se burló fue Sergio.
-No, ya hablamos. Martha tiene lindo sueldo en la escuela. Y yo, ayudo a Sole a cuidar a mis nietos. Flor de abuelo se ligaron -contestó fanfarrón.
Pancho interrumpió ignorando de qué hablaban los otros:
-¿Si traigo ropa de la Capital y la vendo a pagar, pasará algo?
Sergio asintió:
-Y, estaría bueno. Como los turcos de antes. Tendrías que traer lo que te van pidiendo, y podríamos usar mi chatita… -suspirando agregó–: justo ahora que con Andrea pensábamos vivir juntos.
Finalmente Raúl levantó la voz, contenida por la rabia y la desazón:
-¡Pero si acá no va a haber un mango sin la fábrica! ¿No se dan cuenta? ¿De qué va a vivir la gente? ¿A quién carajo la vas a vender ropa? Ni comida para chanchos vamos a tener -luego, dirigiéndose a Nico agregó-: Pibe, despedite de tu mamá, ésto no da para más.
El Polaco retrucó:
-Aflojá ¿querés? ¿Cuántas como esta pasamos? No asustes a los muchachos.
Raúl levantó más la voz:
-Esta vez se terminó, es diferente, pedazo de bruto, ¿no te avivás? ¿qué vamos a hacer? ¿vivir como cirujas? Todos no tenemos una mujer maestra que nos mantenga.
-¡Eh, chupala, envidioso! –gritó el Polaco.
-Paren, paren. Los delegados están negociando, tengan fe -Intervino Nico.
-Este chabón siempre me tuvo envidia por la Martha -agregó el Polaco
Sergio otra vez trató de pacificar:
-¿Por qué no se dejan de joder? Termínenla. Con el despelote que tenemos vienen con esas historias viejas. Miren, hay sol, se ve la fábrica, las casas, los pibes están en la escuela. Nada va a cambiar. La Fábrica va a seguir.
Raúl respondió:
-No tengo esperanza como vos. Ya soy grande, a estos turros los conozco bien. Por eso nunca quise que mis hijos trabajaran ahí. Prefiero tenerlos lejos en Buenos Aires, que trabajando en esta fábrica de mierda.
-No, Sergio tiene razón, se va a solucionar, ¿no Pancho? -preguntó Nico.
-¿Y qué sé yo? –murmuró Pancho.
-Patrón -repentinamente llamó el Polaco-: Traete una cervecita bien fría para celebrar por adelantado, a ver si les levantamos el ánimo a estos desgraciados.
–¿No será muy temprano para la cerveza amigo? -rezongó Patrón.
–La merecemos, vamos a brindar – insistió el Polaco.
El ruido de los vasos chocando entre sí, los unió en un grito:
-¡Por la fábrica, por nosotros y por las familias!
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