La aventura del hombre desaparecido

La aventura del hombre desaparecido

“Holmes miraba por la ventana sentado en una de sus butacas o quizás estaba sentado en el alféizar, no recuerdo con claridad, y observaba la calle. Era un día húmedo de invierno, la niebla le llegaba a los transeúntes por las rodillas y no se podía ver nada a más de un palmo de distancia. El solo hecho de intuir a toda esa gente paseando enfundadas en sus gabanes, encorvadas para mantener al máximo el calor corporal, su aliento frío, me hacía temblar, así que le recomendé a Holmes que se acostara.

– Vamos, amigo mío. Túmbese un rato en la cama, tiene usted muy mal aspecto y se lo digo también como médico.

Era cierto, Holmes había contraído aquélla extraña enfermedad en África, escenario de sus últimas aventuras, las cuales relataré en otro momento. Su cara estaba pálida, los ojos vidriosos y más allá de todo aquello, el pelo cano, la ligera curvatura de la espalda… Holmes ya no era un niño y yo tampoco, me dije, mirándome al espejo y viendo sin duda la cara de un hombre mayor, un médico al que le quedaba poco para retirarse y al que le convenía más quedarse en casa al abrigo del fuego, que salir en busca de aventuras y resolución de casos misteriosos.

– Vamos, Holmes, no sea terco y túmbese en la cama.

Como un espectro se giró lentamente y sin decir palabra, como un niño pequeño, se metió en la cama, inclinó la cabeza hacia un lado, mirando a ningún sitio.

– Watson, amigo. Acérqueme aquel estuche encima del armario.

– Ya sabe que no lo haré. No seré partícipe de sus locuras con la morfina.

– Hágalo, tráigamela, déjese de sermones. Sus ojos enrojecidos despedían aún la fuerza de un corazón de hierro y de una mente preclara.

Hice lo que me dijo, aunque yo sabía que el estuche estaba vacío hace días, cuando Holmes se inyectó por última vez.

– Por dios, Watson, está vacía. Necesito morfina.

– No seré yo quien salga a buscarla, respondí tajante.

– Está bien, está bien, llame a los chicos, les daré instrucciones para conseguir más. Ellos saben lo que hay que hacer, les enviaré al “foggy dew”, seguro que en ese antro de mala muerte pueden conseguir lo que necesito.

– Los chicos no vendrán hasta que usted este curado, me he encargado de ello.

– Maldito insensato, quien le ha dicho que necesito su ayuda, quien le ha dado permiso para… En ese momento tuvo un acceso de tos fortísima, le ayudé a incorporarse y cuando hubo acabado de toser le coloqué la almohada mientras lo recostaba.

– Gracias viejo amigo, me dijo, y sostuvo mi mano con la fuerza inusual que le caracterizaba. Yo sólo sentía ya compasión por él.

Toc, toc, toc, alguien estaba llamando a la puerta del apartamento.”

Es día 12 de diciembre de 1876, hace frío y la niebla es muy densa. Hace ya medio año que resucité a Holmes. El final había sido magnífico, casi virtuoso. Dejé que Holmes cayera junto con el profesor Moriarti por aquella cascada. Ambos murieron héroe y villano, un final trágico pero noble. Watson lloraría largamente su ausencia junto a su mujer durante el resto de sus días. Todo era perfecto y así debió acabar, pero no pude hacerlo, la opinión de la gente, la crítica, también mi madre… Los lectores habituales me dedicaron las peores alusiones, incluso algún paisano me increpó por la calle. Mi madre vino a verme con la historia donde Holmes moría enrollada como un tubo, amarrándola con la mano, dispuesta, según me pareció comprobar, a darme con ella en la cabeza. Nadie lo entendía, era el fin, todos morimos y el final que había preparado para mi creación era más que bueno… Pero al final cedí y los aprietos económicos que sufría en aquel momento tampoco ayudaron a respaldar mi decisión. Así que Holmes resucitó, maldito y orgulloso Holmes, hasta después de muerto tiene que ser más listo que yo. Inmerso en otra aventura, más viejo, más drogado, que voy a hacer con él…

“Toc, toc, toc, alguien estaba llamando a la puerta del apartamento. Me dirigí hacia la puerta y al abrirla me encontré con nuestra querida ama de llaves seguida por un hombre de mediana edad, apostaría que mas de cincuenta, obeso y calvo, pero de una constitución hercúlea. El ama de llaves lo presentó como el señor Adam Smith.

– Vaya, le dije, espero poder estrechar esa famosa mano invisible.

Me miró sin apenas sonreír y tras un breve apretón de manos dijo que quería entrevistarse inmediatamente con el señor Holmes por un asunto de la máxima urgencia y relevancia.

– Todos los asuntos que tienen que ver con el señor Holmes son de la máxima importancia, pensé pero finalmente no dije. Adelante, pase, correspondí con amabilidad, pero no haga que el señor Holmes se altere, su estado de salud es delicado.

El señor Smith cruzó el umbral de la puerta y se dirigió hacia el lecho del enfermo que no se inmutó. Aquel hombre fornido y gordo esbozó una leve sonrisa de satisfacción que no me pasó desapercibida y quizás a Holmes tampoco.

– Buenos días, señor, espero que se encuentre usted en las mejores condiciones. El comentario no carente de ironía me hirió profundamente, Holmes era la sombra de aquel hombre fuerte, decidido, el tiempo no había pasado en balde. Había cierta arrogancia y ampulosidad en las maneras del invitado. Estoy seguro del placer que le producía ver al detective más famoso de Londres postrado y enfermo.

– ¿Cuál es el asunto que le trae por aquí?, intervine un poco molesto.

– No se preocupe, Watson. La voz era al principio débil, pero crecía levemente en fuerza, déjenos solos señora.

El ama de llaves se marchó y cerró la puerta de la habitación.

– ¿Qué tal la señora Smith, hace mucho que se han divorciado?

– Ya empezamos, murmuré.

– Supongo, señor, que ha venido a pedirme ayuda para resolver el caso del caballo desaparecido. Parece que ayer uno de los mejores animales de carreras de este condado fue robado a altas horas de la madrugada. Yo no sospecharía de su jockey, ya que supongo que usted no monta debido a su peso, yo me inclino a pensar que ha sido la banda de los hermano Henderson, que han estado muy activos últimamente, le pondré en contacto con el inspector Lestrade de Scotland Yard, para que le ayude a recuperar su caballo. Buenos días, señor.

Se giró levemente mirando al techo cerró los ojos enrojecidos y amoratados.

El señor Smith le miraba con una especie de rabia contenida.

– ¿Cómo lo ha sabido, señor Holmes?

-El barro en sus botas, esa fusta para caballos, su posición social reconocida y el robo de ese caballo de carreras… cualquiera con un mínimo de inteligencia se habría dado cuenta.

– ¿Y lo de mi mujer?

– Sólo un hombre abandonado por su mujer llevaría una camisa tan mal planchada.

– Impresionante, señor Holmes, aunque erróneo. Yo le mire atento. Holmes sudaba. La expresión contenida que pareciera rabia se transformó en risa. En realidad estoy aquí por mi yerno, el marido de mi hija Susan, el señor Bartholomew Casder, que ha desaparecido hace dos días y del que no hemos vuelto a tener noticias. Tengo caballos es cierto y estuve ayer en las carreras, aunque ninguno de mis animales ha sido robado, la banda de los hermanos Henderson fue desarticulado hace ya varias semanas y desde entonces no se han vuelto a producir robos de esa clase en el condado. Ah, en algo tiene usted razón, se me da fatal planchar las camisas, desde que mi mujer muriera nada es como solía ser.

Holmes empequeñeció debajo de las sábanas. Hacía tiempo que no leía los periódicos. La muerte de la señora Smith y la captura de los hermanos Henderson habían sido portadas en las últimas semanas. Sentí lástima por él. Mudo, cansado y viejo, miraba sin ver y escuchaba solamente su propia voz. Me sentí culpable, yo le había retirado todas las distracciones, prensa, noticias y por supuesto, también la morfina.

– Déjenos una foto de su yerno, nos encargaremos del caso, dijo desde la cama.

El señor Smith sacó del bolsillo una foto y me la dio.

– Buenos días, señores, no se molesten en acompañarme, le dedicó amablemente al enfermo antes de salir.

Cuando hubo salido, Holmes respiraba con dificultad y se quejaba como un niño.

SINOPSIS

Siempre he pensado que, en realidad, Arthur Conan Doyle odiaba profundamente a Sherlock Holmes. Sin embargo este personaje le daría a la postre fama y dinero y se convertiría junto con Watson en uno de los iconos más importantes de la literatura y el cine, a la altura, permítanme el exceso a riesgo de acabar quemado en la hoguera por hereje, de Don Quijote y Sancho Panza. Las historias de Holmes y Watson aunque bellas, divertidas se han considerado a veces como prosa ligera, literatura de segunda clase que decimos ahora, para entretener. En cambio, a mi, me han parecido desde niño historias geniales, deducciones increíbles (Hitchcock justificaría cada una de ellas sin el más ligero sonrojo) algunas más breves, otras más largas, yo las he leído todas de principio a fin.

Es por esto que me gustaría escribir otro relato más, otra aventura, pero mostrar también la parte del autor, que como yo, se esconde detrás de las palabras. Nadie sabrá jamás que le pasaba por la cabeza a Doyle, si quería o si odiaba a su personaje, si era un medio para ganarse el pan o el fin al que ansía llegar cualquier escritor. Podríamos intuir donde se reflejaba Doyle, casi siempre en Watson, a veces en Holmes, que es lo que pensaba, autores que narran vidas, vidas que son narradas sin que podamos hacer nada…

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