La carta de los débiles.
Se podía ver en los ojos de aquel que ha querido decir de todo y aun así podías entender cada lágrima que había recorrido su mejilla. La tristeza encajaba en cada detalle, los fallos más que aciertos. Podía cantar lemas y poemas en el agudo silencio, escondido atrás de un escenario ficticio de verdad.
Que tan triste es la vida de aquellos que dan sus respiros, que tan débil puede uno llegar a ser. Cuál es el fondo del mar, dondé es el límite de gritar y cantar tanto por una alegría desvanecida en los rostros de personas que esperan repuestas escondidas en la humedad de los bosques frescos, se animan a decir que tienen fuerzas, pero las rodillas tiemblan y se desarman con pasos inopinados que retroceden hasta tras caer en el enredo de sus palabras.
Ayer se dio por vencido, se extinguió la mirada del aquí estoy.
Tomo un lápiz y escribió, dijeron más las lágrimas que su propia voz. No aguanto, quisiera decirle que no habrá más llanto, pero no es posible cumplir la promesa de llegar a ver los atardeceres del invierno.
Tartamudeando dedique unas palabras a quien ya no quiere seguir, dije: ¡Oye! Espera. ¡¿Qué es lo que te pasa?!
Y ya no teniendo aire en los pulmones, lloro tanto que sus fuerzas eran nulas, desplomado en el piso dijo que no aguantaba tanta depresión, el dolor de no saber quién era, de no saber que era el amor.
Me miró a los ojos y me dijo: ¡Por favor! No dejes que me duela. Ya no aguanto más.
Totalmente inmóvil, extendí las manos, pero no pude ayudar a levantarlo. Así que me arrodille con él. Y lloramos, lloramos por varios minutos.
Sin darme cuenta, habían pasado tres canciones, habían pasados las nuevas melodías.
Silencio profundo.
No podía ver su rostro, pero empezó a ser visible que todo retomo forma y me di cuenta que era yo. Quién no otorgó sus manos a la muerte, si no que comprendió la esperanza de los lirios en la montaña de la soledad.
Si puedes gritar, hazlo, a lo mejor hay alguien que necesita que lo hagas.
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