Una tarde de principios de diciembre Arturo Walterson se despertó sobresaltado tras haber escuchado una voz aflautada, metálica y seductora. Miró alrededor pero no vio a nadie y tampoco volvió a escuchar nada. La gritería y la risa de los niños en el traspatio del vecindario del cuartucho donde vivía, el ladrido de los perros, los pitos de los carros que se confundían con el pregonar de los vendedores de frutas, dulces o baratijas, y el calor insoportable de las tres de la tarde, lo terminaron de despertar y solo le dejaron la resaca de un sueño pesado y superficial que parecía mantenerlo en el limbo. Por un momento dudó si había estado soñando o si en aquel instante, la realidad había sido traspaleada por la imaginación. Sin embargo, estaba seguro que la que había escuchado, en el sueño o en la realidad, era la misma voz que había dejado en su mente las huellas imborrables de un amor trágico y cruel.
Sudoroso y trastornado, por el estado febril que padecía, sacó un viejo diccionario de la caja delibros que desde hacía varios meses guardaba en un rincón de la húmeda habitación en la que vivía. Recorrió la mirada por varias páginas y detuvo el dedo sobre el término que creyó que era el que estaba buscando, pero que nunca había leído y del cual nadie le había hablado. “Psicopatología”, dijo en un monólogo incipiente, apenas audible. Entonces unió los extremos rasgados de la página, como las piezas de un acertijo, y leyó que setrataba del estudio de las enfermedades mentales. Sin inmutarse, bajó los ojos unas líneas y encontró la palabra psicosis, la cual estaba asociada a la anterior como el nombre general detodas las enfermedades mentales. Subió la vista en la misma página y encontró otra definición mucho más precisa: psicastenia. Y leyó que se trataba de una enfermedad mental en forma de depresión, falta de confianza en sí mismo, indecisión y angustia.
En ese instante se le reveló la verdad de lo que había estado padeciendo. Y entendió que su problema consistía en una idea fija que lo atormentaba y que se le volvía repetitiva, que lo mantenía sumido en un estado de melancolía y esquizofrenia repentina y pasajera, que lo conducía irreversiblemente por el hueco de la muerte,producto de un pasado en el que el tiempo se había estancado y ahora amenazaba con apagarse. Era la idea fija y condicionada del amor trágico y sin esperanzas el que lo teníacomo un ánima en pena.
Lo había comprobado cuando vivió en Palmaseca, la ciudad donde había llegado aún en los brazos de su padre, un marinero de siete mares que llegó huyendo de la justicia de Panamá después de haber matado a un hombre al que le atravesó el corazón con un cuchillo en una pelea por una cabaretera.
Cuando después se fuepara Cartagena como pretexto para alejarse de sus demonios, de su sufrimiento y desengaño, pero en donde se le agravó más el conflicto emocional que lo atormentaba porque el periódico para el que trabajaba debió cerrar todas sus oficinas y se vio obligado a regresar a Palmaseca.
“¿Sabe? A partir de hoy usted no existe para mí”-, le había dicho Bárbara Gellhorn, la mujer dueña de la vozaflautada, metálicay seductora, que esa tarde lo había despertado y que era la causa de sumelancolía y sus trastornos transitorios.
Esas eran las palabras que también había masticado, con voz apagada, cuando en Cartagena se quedó sin trabajo y, en el muelle de Los Pegasos, se embarcó en El Bucanero, un buque que lo llevó a las Islas del Rosario, donde trató de poner las ideas en orden, con el convencimiento pleno de que no volvería a insistir en rescatar un amor que solo le había dejado un sufrimiento lastimero.
Esa misma voz, “a partir de hoy usted no existe para mí”, le seguía retumbando en la cabeza, cuando al cabo del recorrido por las islas, ya sin el dinero de la última quincena, se montó en un camión cargado de hielo, cuyo conductor le había hecho el favor de llevarlo nuevamente y sin ningún costo a Palmaseca, su ciudad de origen, donde ahora se encontraba, sin trabajo, viviendo de lo que le habían dado de liquidación y una media pensión que había heredado por su tiempo de trabajo.
Arturo Walterson llevaba una vida anónima, sin sentido del presente ni del futuro. Una vida en la que estaba solo. Sin Dios y sin diablo. Sumido en su propia desgracia. Viviendo en ese cuartucho de mala muerte. Atenido a una orden, por cierto, que recibía en su mente, a la voz y a los recuerdos irresistibles y compulsivos de Bárbara Gellhorn que lo atenazaba y lo empujaba hacia donde ella ya no existía, hasta dejarlo en el vacío, fuera del tiempo. Dependiendo de la voz de un amor muerto que aún no lo abandonaba y que lo teníamuy próximo a la locura, al borde de la muerte.
Años después de haberse regresado a Palmaseca Arturo Walterson no se había preocupado más por ejercer el periodismo.¡Detestaba el periodismo!… como detestabalos compromisos sociales, el protocolo, las reuniones sociales, los gremios, los horarios. Detestaba el matrimonio más no a las mujeres ni a los hijos. Detestaba ser empleado más no el trabajo, a los jefes porque –pensaba- casi siempre que eran una parranda de mediocres; a las religiones y congregaciones espirituales de cualquier tipo porque siempre estaban condicionando, manipulando y explotando la vida y dignidad de los hombres.
En lo profundo de su corazón admiraba a las concubinas y respetaba a las prostitutas. A las concubinas porque eran resistente a todoslos estigmas de una sociedad que se hundía en la hipocresía, los prejuicios y mojigaterías, contrarias a las esposas, que no eran capaces de liberarse y se creían dueñas de Dios, les tenían miedo a los curas, y le parecían aburridas. Y le guardaba respeto a las prostitutas porque fueron ellas quienes lo criaron en la antigua zona de tolerancia, un sector de prostíbulos y cabarés, en el que en Palmaseca se levantó toda una generación depeloteros, boxeadores, futbolistas, buscapleitos, prostitutas y homosexuales. Pero también de intelectuales, profesionales, artistas, y autodidactas. Allí lo había llevado su padre cuando huía de Panamá tras haber matado al hombre al que le atravesó el corazón con un cuchillo en lapelea por una cabaretera. Habían llegado al antiguo puerto de Palmaseca, en una lancha cargada de contrabando de electrodomésticos, licores y cigarrillo.
Para entonces Arturo no había cumplido el primeraño. Era lánguido, de ojos grandes, negros y redondos. Llevaba una pulsera de mate en la mano derecha como aseguranza contra el mal de ojo. Su madre, una mujer de origen español a la que el papá de Arturo había conocido en uno de los tantos viajes que hizo a Europa, había muerto decáncer dos meses después de haberlo parido.
Se instalaron en una habitación que el papá arrendó contigua a El Palmar, el prostíbulo y salón de rumba más famoso de la zona de tolerancia. Todos los días dejaba al niño bajo el cuidado de las prostitutas que lo querían y adoptaron como si fuera su propio hijo, mientras él se iba al matadero municipal a comprar y sacrificar reses que luego vendía en canal.
Arturo nunca estuvo mejor atendido. Las prostitutas se lo turnaban, le compraban pañales y teteros que ellas mismas lavaban; le daban de comer, lo bañaban, empolvaban y vestían, y en las noches se quedaba dormido en el regazo de alguna de ellas.
Cuando aún era niño asesinaron al papá saliendo una madrugada del matadero. Nunca se supo quién ni por qué, aunque se rumoró que se trató de una retaliación por el muerto que había dejado en Panamá. Arturo se hizo hombre. Creció en un mundo de prostitutas.Sin complicaciones ni complejos, sin prejuicios sociales ni amarguras. Sin embargo, ahora era un hombre aislado y desintegrado emocionalmente. Su estado físico y psicológico empeoraba casi en forma exagerada. Llevaba el cabello y la barba crecida. Su andar era torpe y, mientras caminaba, gesticulaba como si pensara en voz alta; andaba ensimismado, con una mirada despistada,aparentemente agresiva, como la de los locos.
Vivía solo y al garete en aquel cuartucho cargado de humedad al que le entraba poca luz, ubicado a siete cuadras del río Sinú, en el fondo de un patio de una vieja casa de material. Lo había tomado en arriendo el mismo día que llegó de Cartagena, a una anciana a la que una semana después encontró muerta en una mecedora, pero le siguió pagando a una hija de ella.
Su sustento dependía de una media pensión producto de su hasta entonces vida laboral, pues los siquiatras habían certificado su limitación para seguir trabajando, porque padecía de estados de melancolía y depresión con rasgos de esquizofrenia, producto de ideas fijas recurrentes. Además, su desprecio a la vida lo llevaba a considerase un periodista mediocre a pesar de su demostrada inteligencia. De modo que la única posibilidad de laborar era que él lo decidiera por su propia voluntad. Y él no estaba para decidir sobre su vida.
Con la mesada pagaba, a la misma dueña de la estancia, la alimentación que diariamente una criada le colocaba sobre una mesa de madera, en la que él le dejaba la ropa que ella luego le devolvía lavada y planchada, y, en la que religiosamente, el primer viernes de cada mes, le dejaba el valor del arriendo y toda la manutención. De modo que nada estaba por encima de su presupuesto.
Del húmedo cuartucho solo salía a cobrar su mesada y al Salón Tropicana, un viejo caféde techo de zinc y paredes de tablas, en donde el tiempo parecía no transcurrir; ubicado frente al río Sinú, en pleno centro de la ciudad y a pocas cuadras donde él vivía. Un sitio al que frecuentaban los mismos clientes de siempre a compartir mesas con sus propietarios, como una gran familia que había nacido y crecido junta, formada por pensionados, políticos de vieja data, abogados, profesores, deportistas fracasados o retirados,comisionistas y comerciantes informales de cuanta cosa se podía vender o comprar. En donde se cocinaban vagas esperanzas para que llegaran tiempos mejores, se comentaban las noticias y los hechos del día, alrededor de una cerveza o un café; también se jugaba billar, dominó o ñongo, un juego de azar semejante a la ruleta, pero sin los lujos de los grandes casinos, cuyas apuestas y premios nunca arruinaban ni hacían rico a nadie.
Para la época en la que yacía en aquel estado de abandono, solo algunos de los clientes de El Tropicana apenas recordaban a Arturo Walterson, pero nunca entablaban una conversación con él porque había pasado a ser una sombra, un hombre que se había sumido en la nada, que sencillamente no existía porque se había enterrado en vida; mientras que, para otros, era un loco respetable y culto al que ya nadie le paraba bolas.Por lo general, llegaba los sábado en la mañana cuando acababan de abrir el café, se sentaba en un rincón del solitario salón, pedía un café amargo y permanecía inalterable por largo rato; hacia las once de la mañana, cuando el salón estaba repleto de clientes y las voces se confundían en una sola gritería, pagaba el tinto y se iba como había llegado, sin pronunciar palabra.
Subía caminando por la misma calle por la que había llegado. O se iba un rato al parque de la Avenida Primera para sentarse en una banca a tomar el sol, y en donde en ocasiones se quedaba dormido.
Ya en la habitación, se dedicaba a leer sin norte los mismos libros de siempre. A veces escribía poemas que terminaba rompiendo. O recitaba de memoria trazos de poemas de León de Greiff.
“Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida”.
En ese estado, en medio de un naufragio de sentimientos inútiles, aúnpensaba en Bárbara Gellhorn. Eran los mismos recuerdos que le habían dilapidado toda la energía psíquica, que lo atenazaban y lo empujaban sin ninguna posibilidad hacia donde ella ya no existía.
Pero la vida le daba también sus lamparazos. En cierta ocasión, cuando aún su nombre era recordado, intentó vincularse a sus actividades periodísticas pero se dio cuenta que su oficio era algo insípido, insustancial y repetitivo, y se olvidó del periodismo para siempre. Entonces sintió que estaba asomado en la puerta donde empezaba a repetir su historia, y esto no solamente lo sorprendió sino que lo hizo revivir los recuerdos, donde volvía a renacer el desamor, la amargura, la indiferencia de la sociedad hacia su amor sincero y solitario.
Sintió nuevamente los retorcijones de su corazón, ocasionados por los recuerdos resucitados de Bárbara Gellhorn, que lo volvía a desgastar con su fantasma, se aterraba y se llenaba de pánico al sentir la presencia de su espectro, de una relación en la que el único que aún existía y amaba era él. Solo entonces se dio cuenta que estaba verdaderamente solo en este mundo. Que nadie ni nada sería capaz de hacerlo feliz. Que “la muerte –como le dijo un día su profesor Álvaro Mendoza Cabrales- llega cuando la tierra succiona el alma”.Y a él ya no le quedaba nada, porque era solo un cuerpo vacío al que el alma se le había instalado en la otra orilla de la vida.
María Molaine, su esposa de quien se separó, también se había ido para siempre. Cansada de perdonarlo, y habiendo agotado todos los recursos terrenalesy espirituales para verlo convertido al evangelio, no tuvo otro camino distinto que resignarse y encomendárselo a Dios. Se quedó para siempre en Francia junto con su hija. Se divorció de éla través de un poder que le envió a un juez amigo de ambos, que catorce años antes los había casado; se separaron sin odios ni amarguras.
En medio de su estado de orfandad a veces tenía visiones en la que veía a su madre que nunca conoció. La observaba silenciosa y menudita. Y en momentos y circunstancias que nunca recordaba haber vivido. “No quiero que jamás pienses que tu padre se vino derrotado, él se vino a morir a mi lado por el amor que me tenía”, le decía la mamá en la profundidad del sueño mientras lo bañaba y vestía para llevarlo a alguna parte.
En otras ocasiones deliraba, hablaba con seres imaginarios; tenía pesadillas de terror en las que se veía solo en poblaciones polvorientas, arrasadas, masacradas,donde veía a los muertos desmembrados que se levantaban buscando sus brazos o intercambiándolos con otros espectrospara hacerlos coincidir con sus cuerpos lacerados; o soñaba que el jefe no le creía las espantosas masacres que había presenciado. “Tan sólo son recuerdos de cosas que nunca sucedieron”, le decía,como si todo hubiese sido un espejismo.
En una ocasión, después de ser sometido a un tratamiento siquiátrico Arturo Walterson logró retomar las riendas de su vida. Había pasado de la tristeza profunda a una alegría casi desbordada. Y guiado por el destello de luz que le iluminó el pensamiento y el deseo irresistible de seguir viviendo emprendió la búsqueda de Bárbara. Como si la vida le hubiera dado una última oportunidad viajó a Bogotá pero no la encontró ni nadie supo darle razón de ella en el edificio en el que vivía. Tampoco pudo encontrar a Paolo Usprumg, su amigo de siempre, quienhabía tenido que abandonar el país acosado por las amenazas de muerte que le llegaban desde todas partes.
Bárbara había desaparecido para siempre de su vida, sin dejar rastros ni huellas de su existencia. Se había ido tal vez por el mismo camino de tropelines por donde llegó, atravesando los mismos umbrales de sus dichas y desdichas, de sus amores imposibles, de sus relaciones quiméricas y turbulentas. Entonces se regresó a Palmaseca convencido de que nunca tendría el valor para abandonar su fantasía ni su sufrimiento y, sin importarle mucho menos cuanto ocurría en su vida, sesumergió en el ostracismo y se confinó para siempre en el vacío de su soledad.
SINOPSIS
“Cuando Todo Nos Llega Tarde”, es una novela que se desarrolla alrededor del personaje Arturo Walterson, un periodista ahogado en la monotonía, marcado irremediablemente por las heridas que le dejó el haber registrado el conflicto armadocolombiano como reportero durante muchos años, vivía una guerra acompañada de fantasmas, de desolación; de temores y rencores, de huérfanos y viudas.
Los últimos años de su vida transcurren en un cuartucho de mala muerte, del que solo salía a cobrar su mesada y de cuando en cuando iba al Salón Tropicana, un viejo café de techo de zinc y paredes de tablas, en donde el tiempo parecía no transcurrir, ubicado frente al río, en pleno centro de la ciudad. Allì frecuentaban los mismos clientes a compartir mesas con sus propietarios, como una gran familia formada por pensionados, políticos de vieja data, abogados, profesores. En donde se cocinaban vagas esperanzas para que llegaran tiempos mejores, se comentaban las noticias y los hechos del día, alrededor de una cerveza o un tinto.
En medio de la rutina indiferente, sangrienta y dolorosaque Arturo vivía a diario, aparece en su vida una voz que al principio le pareció “detestable, comercial y artificiosa” pero que luego se tornó seductora, pero que lo llevò irremediablemente a su desgracia.
En la novela nos tropezamos con personajes fugaces que conjugan la amistad, el rencor de la guerra, la poesía, la locura y el verdadero amor. Uno de ellos, tan fugaz como infinito es Alma de Dios Lacayo, la salvación de Arturo, la persona que lo haría feliz y que le podía dar la paz que buscaba pero lamentablemente ya era tarde para lo que ella le ofrecía: un amor sin ataduras, sin presiones ni compromisos; era demasiado tarde para amar en libertad.
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