Un millón de recuerdos

Un millón de recuerdos

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero ni mil imágenes valen tanto como un recuerdo” solía decirme mi madre cuando apenas tenía un par de años; se me hacia incomprensibles esas palabras, y ahora entiendo que mil recuerdos, son un millón de imágenes o mil millones de palabras, y aun así es poco para describir un solo día de viaje.

Tengo 19 años, nací en “la sucursal del cielo”, desde hace 9 años vivo en “la ciudad blanca”, el año pasado cumplí la edad legal para cruzar la frontera por mi propia cuenta, así que ahorre algo de dinero, hable con mi mejor amiga, con un conocido, que terminaría convirtiéndose en mi hermano y una amiga de la Universidad; ¿Para dónde íbamos? No sabíamos, ¿Hasta dónde llegaríamos? Tampoco sabíamos, ¿cuándo regresábamos? Mucho menos; pero, de que nos íbamos, ¡¡nos íbamos..!!

Agarramos maletas, papeles en mano, unos cuantos pesos en el bolsillo para que su peso no fuera tanto como el peso de las ganas de viajar; a mi lado tenia a tres personas que se veían igual de ansiosas que yo, pero en sus ojos podía ver mi reflejo, y vaya que tenía la sonrisa más grande que he visto, recorrimos Ecuador en un par de días y llegamos hasta Perú.Dicen que el ojo humano puede ver en un segundo más de 10 imágenes, ¿Se alcanzan a imaginar cuantas imágenes vemos en un día? Muchas de esas se irán olvidando con el tiempo, pero la mayoría quedaran para convertirse en recuerdos, como las risas después de cualquier comentario gracioso o bobada que hiciera alguno.

Debo admitir que viajar con otras personas no es fácil, y aún más en los primeros viajes, algunas veces uno siente la necesidad de un poco de privacidad, pero si me lo preguntan, es mejor tener a tus amigos 24 horas al lado, que media hora lejos.

Muchos dicen de jocosa manera, “nada mejor en el mundo que encontrar a una persona con tus mismos problemas mentales” y pues yo no creo eso, encontrar a más de una persona con esas características es lo mejor del mundo.

Cada paso que daba me alejaba un poco más de mi casa, de mi familia, de mi zona de confort, donde todo lo tenía; pero me iba acercando más a mi zona mágica, donde yo era quien decidía que rumbo tomar, donde yo empezaba a darme la oportunidad de escoger mi propio destino y no el que la vida me quisiera dar. Cambie el ruido de la ciudad por el de la naturaleza; la contaminación por aire fresco, recién procesado de los más verdes árboles; cambie tristezas y miedos por alegrías, sueños y enseñanzas que adquiría en el camino.

Recorrimos playas y desiertos, caminamos en arena y en nieve, nadamos en el mar y en lagunas que parecían sacadas de las más creativas e ilustres mentes(a 2ºC; comimos el mas delicioso ceviche y también pasta en todas sus presentaciones, trabajamos y gozamos; corrimos y cojeamos, nos cansamos pero tambien llegamos a cada lugar que nos propusimos.

Luego de varios días de estar todos juntos, no comer tan bien y recibir mucho sol, empezamos a delirar y querer darles besos a las llamas. -jaja-, pero cada momento que vivimos me enseño que es para disfrutarlo, para aprender algo nuevo, para crecer como persona y valorarlo como si fuese el único, porque de hecho lo es; en mi viaje aprendí a no dejarme afectar por lo que los demás piensan, si me preocupara por todo lo que los demás quieren de mí, dejaría de ser yo; y amo ser quien soy.

En el trayecto del viaje conoces personas que te aportan algo a quien eres como ser humano, cada quien tiene una historia que contar, un consejo que darte o una enseñanza que dejarte; y es aquí donde nacemos como personas, porque la vida va más allá de simplemente respirar y bombear sangre por todo el cuerpo, la vida es todo eso que nos hace diferente a los demás, todo eso que amamos de nosotros mismos, la libertad, respirar profundo y sentir que eres tan grande como tus propios sueños te dejan serlo. Por eso, cuando celebramos algo, gritamos, alzamos los brazos, sonreímos y nos sentimos tan grandiosos como realmente somos.

Cada lugar que visite dejo mucho en mí y yo deje parte de mí en él, aún recuerdo el nevado de Pastoruri como si lo estuviese viendo en este momento; el cielo totalmente azul, como si él fuese un reflejo del agua de la laguna, paredes montañosas irregulares y blancas, cubiertas de nieve y otras ya expuestas al sol, respirando el aire más limpio que pueda entrar en mis pulmones, el viento soplaba con la misma fuerza que hace un niño intentando apagar las velas del pastel; sin duda alguna, si la vida es más sabrosa en el agua, en los nevados no se quedan atrás.

Aquí descubrí que todos llevamos un súper héroe por dentro,con la capacidad de dar y recibir amor, que tan solo con sonreírle a alguien le puedes alegrar el día o la vida, después de todo, los súper héroes no son solo caricaturas o ficción, son personas que hacen un mundo mejor.

Cuando íbamos a devolvernos de Lima, solo teníamos dinero para llegar hasta Mancora, y dejamos todo a lo que pudiera suceder, me habían dicho que cuando un viajero iba con buena energía, buenas cosas le sucedían; y mientras mis hermanos de viaje vendían «cafecito Colombiano a sol”, yo estaba en medio de mi turno como mesero, tuve la dicha de atender a varias personas de mi país, hasta que una pareja me llamo y me pregunto por mi vida y porque trabajaba en otro país, le conté un poco sobre mi historia, se dio la vuelta y me dijo: “Usted y sus amigos son 4 hermanos más que yo tengo…” << y se me <y se="" me
acabaron las mil palabras, pero luego les cuento como me termino de ir>>

Gracias.

PERÚ

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