Allá en el sur se acostumbra a recibir a los recién nacidos con fiesta; humilde, pero con fiesta.En el caso de Segismundo no fue así. Su madre soltera tuvo que servir al patrón en todas sus necesidades, y entonces él no fue recibido con honores, más bien hubo que ocultarlo hasta que pudo empezar a trabajar en el campo. No era el único hijo no reconocido del patrón; de hecho eran siete de distintas madres, pero no tenían relación de hermanastros; eran como primos y todos trabajaban en el campo.

Segismundo fue a la escuela unos pocos años, pero sus labores no le permitieron seguir porque se necesitaban sus manos para la siembra, la cosecha, la carga de los camiones, el arado y todas las cosas de la casa cuando sobraba un poco de tiempo. De adolescente apenas desviaba su vista cuando llegaban visitantes en autos lujosos, con ropa fina y limpia. Veía a las mujeres y luego solía imaginarlas sin vestidos, lo cual le causaba un poco de pudor. Su timidez junto a las casi nulas salidas fuera del campo, no le dieron la oportunidad de conocer alguna mujer con quien emparejarse, cosa que no le molestaba salvo por un par de noches al mes, en que se despertaba algo excitado y mojado.

Ya de adulto compartía algunas de las fiestas con los otros peones en el campo, tomaba su traguito y se acostaba temprano. No era muy proclive a expresarse socialmente y solo sonreía desde la última fila. Era buena persona, caballero con las damas, respetuoso de su patrón, solidario con su madre y nunca había experimentado malos pensamientos.

Segismundo era vegetariano, pero él no lo sabía. En ese campo no había vacas, y por lo tanto no se comía carne. Solamente se procesaban las verduras de la huerta que los mismos peones sembraban. Eso también puede haber influido en su carácter.

Ya mayor, un día llegó al campo donde trabajaba el hijo oficial de su patrón. Venía a comunicarles que había muerto su padre. El patrón recién fallecido, era a la vez padre del hijo oficial presente allí, padre de varios otros de los presentes y más importante aún, era su propio padre. Si, él lo sabía, se lo había dicho su madre tiempo atrás, pero le había advertido que no podía decirlo a nadie.

Su nuevo y joven patrón, su medio hermano en las sombras, le estaba comunicando que su padre había muerto. Los demás se miraban y murmuraban, mientras el patrón les decía que a partir de ese momento él se haría cargo del campo; cualquier inquietud tenían que hablarla directamente con él. Segismundo estaba aislado del momento; miraba al joven pero no lo escuchaba. Su mente estaba confundida; no entendía qué pasaría ahora con él y con el campo. Pensaba que tenía muchas cosas que hacer, trabajo pendiente. Entonces Segismundo se sintió mal; se empezó a marear pero no le dijo a nadie, hasta que se desplomó. Rápidamente los demás peones lo levantaron y lo llevaron a la casa. Su madre, ya anciana, le calentó una sopa. Los demás volvieron al trabajo y Segismundo quedó tendido en la cama. Su nuevo patrón no lo fue a ver, y cuando ya se sintió recuperado del impacto que le causó la noticia, intentó levantarse para ir a trabajar, pero su madre se opuso.

Segismundo vivió hasta los noventa y siete años, y fue el último de esa camada en irse de este planeta. Nunca dijo quién había sido su padre; nunca cuestionó las órdenes de sus patrones. Al final de sus días, su nuevo patrón era el nieto de su padre. Nunca aprendió más de lo necesario para trabajar el campo; nunca se replanteó su vida ni habló con alguien de sus sentimientos. No tuvo un amor, ni dos. No tuvo una amante. El mundo para Segismundo era su trabajo en el campo sin vacas y nunca pudo alcanzar sus sueños, porque no los tuvo; no supo qué soñar.

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