Me encontraba alistando mis últimas pertenencias para la mudanza, cuando al desmontar un estante cayó un libro revestido en cuero negro y que tenía grabada una flor de loto en grabado en la tapa. Empecé a recordar:
Agosto 1947, 23:00hrs Penal de Ushuaia, la cárcel del fin del mundo, Argentina.
Bajo los caprichos y arrebatos climáticos del penal de máxima seguridad que tenía la isla de Tierra del Fuego, acudiendo a la intempestiva llamada del general Lautaro: “¡Santino! Mueve tu inútil trasero y tus inservibles cachivaches periodísticos. ¡Ya!”
El motivo de la convocatoria era documentar el acto altruista del presidente Juan Domingo Perón que decidió cerrar tan inhumana institución, pero había una pequeña cosa que le imposibilitaba concluir tal tarea. Y esa cosita era ni más ni menos que el temible Desollador.
Entonces entramos a la celda donde estaba el Desollador.
—Ah. General Lautaro, que agradable sorpresa —dijo el reo del otro lado de la habitación, se encontraba tan campante con cigarros y cerveza en mano —Y viene acompañado de mi cronista personal, Santino.
Sin pensarlo, me abalancé hacia él, pero el general me detuvo
—No estoy mintiendo. El título te lo ganaste a pulso. Tú te encargaste de difundir mis hazañas.
—Pero a pulso, al fin y al cabo —continúo tras alisarse la ropa el Desollador —No importa quien sea el dueño y señor sino el motivo del derramamiento de sangre.
—¿Qué es lo que quieres? —atajó Lautaro antes de poder responderle con un revés
—Confesarme —espetó el Desollador.
Eran las 23:15hrs cuando empecé a grabar como a escribir:
“Mi nombre es Mauro Figueroa González o al menos así tuvieron a bien bautizarme las hermanas del orfanato, nací una tarde de primavera de un año desconocido en las pampas de esta bella Argentina. Desconozco quienes fueron mis padres, mi parentela en general. Me gradué con honores en la prestigiosa Universidad Nacional de la Plata y a lo largo de mi carrera me hice de más títulos y reconocimientos, aunque a estas alturas me recordarán mejor como el Desollador.
Como sabrá, mi buen amigo Santino, mi primera víctima fue mi esposa. Según los titulares de la época, perdí toda cordura y humanidad al saber que me engañaba con el aquel entonces senador. Una vendetta
que pasaría a la historia. Que fue tal el despecho que hizo que la tomara cual pollo le rompiera cada hueso, voltearla del revés sus entrañas y órganos del cuerpo y que estando aún viva gracias a mis habilidades la fui desollando para hacer con ella una capa como la que su amante le había obsequiado. Pero no fue así. Al menos lo que respecta al despecho.
Lo que la prensa nunca reveló es que era una limpieza de sangre o purga si así la quieren llamar. La Hermandad del Loto. La ascensión del heredero estaba próxima, sólo había que hallarlo. El asesinato de las demás mujeres era parte del glorioso plan. Aunque admito que lo de tu esposa, Santino, fue más por placer personal. Comprenderás que tras años de pisarme los talones junto con nuestro ahora respetable general Lautaro tendrían severas consecuencias”
El relato fue abruptamente interrumpido por el presidente. Menos mal porque ya estaba por propinarle una paliza al desgraciado. Había llegado la hora. A media noche se le ejecutó. Nunca pude sacar la nota ya que faltaba información y contexto, además de que nadie creería que una sociedad tan vieja como la de los masones y más sanguinaria que los templarios, reviviera.
Pero me equivocaba. Al poco tiempo me llegó un paquete a mi hogar con una nota:
Como muestra de agradecimiento
Al abrir el paquete estaba el libro negro.
OPINIONES Y COMENTARIOS