Como todas las tardes, crucé los suburbios de las calles de Madrid, donde habita un vagabundo que siempre pide dinero a los habitantes de la ciudad. Al ver los tristes sucesos, en los cuales nadie le daba aquello que tanto necesitaba para sobrevivir, me paré a pensar en la manera en la que un pobre panadero como yo, podría ayudarle. Al llegar a mi panadería como cada día, pensé que aunque no dispongo del dinero para hacer feliz a un pobre hombre, si dispongo de otras cosas como mi talento para trabajar con la masa del pan. Cada día amaso durante horas para crear un hogar en mi vida, para mantener mi mente en paz, en una sociedad, en la que todo es un caos absoluto. Pensé que aquello que me salva a mi, también podría salvarle a él. Así que desde ese día, cada vez que paso por delante de ese hombre, le regalo tres grandes bollos hechos con mis propias manos y con la famosa harina que rebosa en mi panadería.

Muchas veces, pensamos que para hacer feliz a una persona, necesitamos ofrecerle cosas muy valiosas, pero en muchas ocasiones, simplemente vale con una sonrisa y compartir un poco de lo que es más importante para ti. En mi caso, la harina del pan, amasarla y hacer maravillas con ella, es lo más importante para mi, y por suerte, puedo compartirlo para crear felicidad en otras personas, sin ignorar la mía. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS