“No solo del hombre vive el pan”.

Charly García

El camino de vuelta a casa era largo y tuvo que hacer una parada para comer en la ruta. Un cartel luminoso señala que en “Atalaya” se venden las mejores medialunas del planeta. Detiene el auto y bajan.

Es raro el mensaje porque quien lo dice es un marciano verde que sale de un plato volador y tiene en su mano izquierda una medialuna con dulce de leche.

La nutricionista le había advertido que nada de carbohidratos. Se dijo para sí: Voy a pedir gelatina, una barra de cereal y un agua sin gas.

Adriana se había quedado esperando que carguen nafta y del bolso comenzó a sacar cosas. Cosas ricas. Un pedazo de jamón, pan y un poco de queso gruyer.

Cuando vuelve al auto German la mira azorado. Él ya conoce la escena porque la vivió muchas veces. Intenta no babearse ante tanto desparramo y juega sus cartas. Primero grita, luego argumenta y por fin se rinde ante la abundancia que le ofrece su mujer.

En un soliloquió absurdo intenta escapar de los reproches de su nutricionista que no está presente, pero sabe que debe enfrentar la semana entrante. Hace equilibro en una cuerda floja y cae.

Su mujer lo acepta y no dice nada. Su silencio establece una derrota de la que nadie se quiere hacer cargo.

Ella a modo correrse de lo establecido googlea Atalaya y encuentra algo que le llama la atención. Atalaya: señala la relación entre las profecías bíblicas y los sucesos actuales.

Discuten sobre la fuerza del destino y él se queda azorado de como su mujer lo mira con un gesto de compasión. No le gusta.

Ella sabe que metió la pata y aunque se arrepiente; lo dicho, dicho está. Todo lo que ella buscaba era alejarse del regaño de su marido y lo que hizo fue ponerse en el foco de la tormenta.

Se dice para sí: “Amanezco odiándolo, me duermo odiándolo y este es el resultado de tanta recriminación acumulada”.

German mide casi dos metros y usa un jogging Adidas negro que disimula su panza. Adriana en cambio es pequeña y usa un vestido blanco que la transforma en un ser etéreo. El Yin y el Yang.

Él asume el golpe y hace un último esfuerzo para no dar por perdida la partida.

  • Vos queres decir que mi masa corpórea no depende de un sándwich.

Ella no responde porque sabe que él va a desparramar sobre la mesa un sinfín de escusas y nada de lo dicho va a tener sentido. Siente en su cuerpo la incomodidad de la situación; se coloca en el asiento del volante y pone el auto en marcha.

Le dice: “Germán, deja que ahora manejo yo”. Y vuelven a su casa.

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