En la esquina de la ancha habitación de adobe, ahumada y cálida, se sienta cerca de la amplia mesada , extiende un paño estropeado , pero limpio en un rincón y levanta la tabla de amasar y la instala en el centro, justo frente a ella, se pasa las manos por el delantal desteñido y de un tarro de 25 lts con tapa, va sacando despacio, con una taza sin oreja, de a poco la harina blanca y suave , la ordena como un volcán y le pone en migas una levadura , luego mete la mano en la tarra de la manteca y casi al final en un cuenco disuelve las dos cucharadas de sal en el agua tibia , de reojo me mira, para que le acerque las semillas de; sesamo, calabaza y las de linaza, que va dispersando sobre la harina, comienza a juntar de a poco, de afuera hacia adentro, hasta homogenizar la mezcla, del tacho de leche tibia, agrega un chorro y empieza amasar rítmicamente , poniendo su peso, sus músculos, y su espíritu entero en ello, concentrada, frunciendo el ceño, las manos rugosas aprietan y sueltan, soba y golpea , al fin la presión cede y va haciendo bollitos, que tapa con el paño blanco y ajado , toma su mate con las manos aun enharinadas y lo ceba, se levanta y se lava en la batea del patio las manos hasta sacar los restos de masa. Entra y se calienta los pies en el fogón .
Va pelando cebollas, cortando zanahorias, morrones y dos grandes trozos de carne, que pone en una olla ennegrecida por el hollín del carbón , le vierte el agua, de la misma tetera que usa para su mate , le pone aliños y la tapa , a ratos destapa el pan como calculando el tiempo que debe leudar. En el patio, el horno a leña espera impaciente, ella lo aviva con un par de leños que crujen estrepitosamente , la bandeja enharinada recibe los bollos ya inflados, les ha hecho un corte en cruz en la superficie y son bolas gigantes ahora , se envuelve los brazos en manteles e introduce la bandeja en el infierno que huele a aromo y eucaliptus , entra trastabillando , arrastrando las sandalias gastadas y anchas , coge un saco harinero al que le ha bordado erraticamente la palabra PAN y le ha puesto tiras para colgar en costurones grotescos , le da un par de chupadas más al mate , revisa la olla y se dirige con la misma calma nuevamente hacia el patio , otea apenas, abriendo la puerta y regresa al fogón a calentarse los pies, con el mate apoyado en la falda , el delantar lleno de Harina , las mechas salen desordenadas y grises de su moño mal amarrado, la comisura de los labios es una franja de arrugas gruesas por el cigarro y el mate.
Al rato cuando al mate ya no le queda agua y resuena el aire de la bombilla, sale arrastrando la bolsa, se calza los guantes improvisados y abre el horno , una fogonada de calor escapa y ella se retira , tironea la bandeja de panes inflados y dorados con una costra de semillas rostizadas , con un trapo empapado en leche los va sobando y echando a la bolsa, de reojo me mira , impaciente, con el aroma que me agua la boca, me voy acercando despacio , se desenreda un mantel del brazo y me tiende el último en salir, con un gesto de hastío me despide agitando la mano para que me vaya, pero sé que es un acto lleno de amor , porque el primero siempre lo recibo yo.
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