Hoy es mi “free day” y no sé qué hacer con tanta libertad. Por más que quisiera levantarme un poco más tarde, disfrutar de mi nuevo catre, el cuerpo no me lo permite; parece que ya se acostumbró a la mala vida. El gallo del vecino no tiene ese privilegio, o quizás no se ha dado cuenta. Él, canta todos los días a la misma hora, sin importar si es sunday, monday o friday. Para él no existen christmas ni labor day.
Después de quince minutos dando vueltas tratando de dormir un rato más, no aguanto mi espalda y termino levantándome. Me doy una ducha, me pongo un pants viejo, con más hoyos que un gruyere, y salgo a caminar por el barrio. Ya comeré algo en el camino, por suerte traigo un par de bucks en la bolsa; esta semana trabajé horas extras y merezco darme un gustito.
Extraño las caminatas matutinas de mi pueblo. Subir y bajar la colina me ayudaba con el ejercicio; aquí todo es plano, y el paisaje muy aburrido.
Después de andar un rato veo un letrero que llama mi atención y remueve mis entrañas . “Pan”, así nada más; nada de “Bread”, “Food”, ni alguna gringada. No puedo evitarlo y me asomo por la puerta. El lugar luce sobrio pero muy limpio. Tiene solo tres mesitas de madera con cuatro sillas cada una. Nada de adornos, solo un pequeño altar con una imagen de la virgencita de Guadalupe con dos veladoras encendidas y, como mantel, una bandera de México. Al fondo, veo la espalda de una esbelta trigueña. Su negra cabellera le llega unos cuantos centímetros por abajo de la cintura. Se mueve rítmicamente, como si estuviera masajeando algo. Me acerco sigiloso y noto que es masa lo que tiene entre sus delgados dedos. Sin duda está preparando pan. De inmediato llegan a mi mente recuerdos de cuando mi prieta linda me cocinaba mi pan favorito: conchas de chocolate con nata, y una taza de café de olla endulzado con piloncillo. No puedo evitarlo y empiezo a salivar. Me acerco con cautela y, ya que estoy a unos cuantos centímetros de ella le murmuro al oído “Good morning, o si prefieres, Buenos días”. Se voltea sobresaltada y noto que trae puestos unos audífono. A eso se debe que no notara mi presencia. Retira el audífono izquierdo y me regala una sensual sonrisa. Sus rozadas mejillas delatan su timidez. “Hi”, me dice “Me I help you?”. “¿Cómo te llamas?” le digo. “Soy Lupita”, contesta, “bueno, en realidad me llamo María Guadalupe, aunque todos me conocen por Lupita”. “Mucho gusto, Lupita” respondo, extendiendo la mano para estrechar la suya. “Yo soy Luis, aunque aquí todos me llaman Wicho. Bueno, en mi casa todos me conocían por “El Profe”, todos menos mi mamá; ella me decía “Chamaco del demonio”, pues de chico era muy travieso “, respondo, tratando de romper el hielo.
Saca su mano de entre la masa y, después de limpiarla en su delantal, estrecha la mía. Sus dedos son finos pero a la vez se sienten duros y tibios. Esto último seguramente se debe al trabajo realizado con la masa.
“Mucho gusto, Luis” me dice. «¿Te puedo ofrecer algo?”. Hay tantas cosas que me podría ofrecer en aquel momento, que no sé qué decir. Mi mente empieza a divagar y mi cuerpo reacciona.
Sin decirle nada tomo su carita entre mis manos y beso sus tiernos y rosados labios. Ella no se resiste; parece disfrutarlo al igual que yo.
“Seguro que sí puedes ayudarme. Podemos empezar porque me enseñes a hacer pan. Quisiera ser capaz de elaborar unas conchas tan suaves y delicadas como tus senos”, le digo, mientras estrecho los suyos con mis dos manos. “Unas rosquillas como la que traes en tu entrepierna. Unas orejas tan perfectas como las tuyas” continúo, mientras paso mi lengua por su oreja izquierda.
Entonces le arranco su vestido con todo y el mandil. Al verla solo con sus bragas, la tomo de los hombros y la acuesto en la mesa, sobre la masa que se encontraba cocinando. Cubro su cuerpo con harina y, cuando se encuentra tapizada de blanco, alcanzo un piloncillo y empiezo a garabatear su cuerpo con él. Descubro un jarro con chocolate líquido y doy color a mi obra maestra: un exquisito pastel con dos conchas , rosquilla, orejas, bolillos y todo tipo de pan dulce, cubierto con crema chantilly.
Cuando veo concluido mi trabajo, al tratar de subirme a la mesa para degustar el platillo, resbalo con la harina esparcida por el piso y caigo de forma estrepitosa, golpeándome la cabeza.
Entonces me caigo de la cama y despierto a mi realidad.
Esto de vivir solo y tan lejos de mi familia, ya me está afectando demasiado. Algo debo inventarme para pasar los “Free Days.” El quedarme mucho tiempo acostado me está volviendo loco. ¡Damn!
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