El pan de Betsaida

El pan de Betsaida

Jorge Ariza

26/07/2023

          Dispuesto a embarcarse, de la nada apareció un niño que llevaba una canasta con panes. Cuando el arqueólogo lo vio, sintió una honda nostalgia, como la de haber perdido algo que nunca tuvo. Los lugareños lo rechazaron, pero el arqueólogo le compro uno. Se preguntaba si había tomado la decisión correcta de estar allí, teniendo que atravesar caminos semidesérticos, donde por momentos el paisaje se completa con las ruinas de lo que supo ser una casa o un edificio alcanzado por una bomba. ¿Salió del paraíso para meterse en el infierno, o al revés? Si esto salía mal, quizá ella lo estaría esperando. Eran panes ázimos de cebada los que llevaba en la canasta. Se hacen con recetas que tienen miles de años. La molienda de la cebada es gruesa, y no son esponjosos al no tener levaduras, pero tienen un leudado natural con una preparación que quizá no sea compleja, pero es muy precisa. Es oscuro, integral, y con muchas propiedades nutritivas. Cruzaron miradas. El niño guardó rápidamente los dólares y desapareció tan rápido como había aparecido.

          Con las aguas sagradas a sus pies, en sus pensamientos, en sus preguntas, atrás habían quedado las intrigas americanas. Sin embargo, frente a las costas del Mar de Galilea, próximo a embarcarse para atravesar una parte y llegar al río Jordán, las pasturas que se sumergen casi lentamente en el agua con árboles de mediano porte como los olivos en el paisaje, hizo que en su memoria aparecieran las riveras platenses. Con su mochila, un gran anhelo, y un pan, el arqueólogo abordó.

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          Había un nuevo proyecto en la región. Betsaida, es una de las tantas ciudades perdidas en la Historia. Pero esta ciudad tiene escondido el gran milagro, el lugar donde se multiplicaron y repartieron los panes, relatado por los cuatro apóstoles del Nuevo Testamento. Muchos yacimientos dieron algunos hallazgos, pero ninguno con Betsaida. Este nuevo yacimiento se encontraba a orillas del río Jordán, en su desembocadura en el mar de Galilea. Al director de la campaña, se le ocurrió contratar a alguien con experiencia en zonas hídricas. Enviaron una citación a un graduado en Arqueología de la Universidad de Buenos Aires, con muchos honores y muchas deudas. Argentina no destina recursos que no sea para vender algo. El arqueólogo se encontraba enfrentado a la política cultural del país, pero también a su familia judía por no profesar el culto, y financiar parte de sus investigaciones con el patrimonio familiar. Se especializó en hallazgos relacionados con el agua: las guerras, los piratas, las traiciones, dejaron en las orillas platenses testimonio de eso.

          En medio de una excavación que llevaba tiempo sin haber dado con un perdigón siquiera, recibió la citación. Era la salvación para él, su familia y para la universidad que, junto con el municipio, estaban comprometidos. No para su prometida y su familia involucrada en el casamiento. Pero sin perder tiempo tomó el avión. En su vuelo, se interiorizaba con toda la información que le enviaron. Flavio Josefo (siglo I), el gran traidor judío que le dio la espalda a su país y a su familia para cruzar el mediterráneo y quedar bajo la tutela romana, es el único que dejó testimonio conocido sobre la antigua Betsaida. Ciudad que aún nadie pudo encontrar. Tabgha, es la ciudad de Israel que se atribuye en su tradición, el lugar donde se multiplicó el pan. Algo que niega el resto de oriente, tratando de demostrarlo con otros yacimientos. Ni el mundo judío, ni el musulmán, aceptan a Jesús como el mesías, pero buscan ansiosamente que su existencia se pueda comprobar cada uno en su tierra (no importa que la verdad destruya sus creencias, mientras que esa verdad no la encuentre el otro). La guerra no es solo en las armas, sino en la conquista del pasado. Algo tan absurdo y poderoso, que oriente comprende muy bien. Algo que el arqueólogo parecía comprender muy bien. Cómo si esa antigua guerra, por alguna razón, estuviera en él

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          Miles de turistas al año, caminan las playas de guijarros para sumergir sus pies en las orillas y recibir la bendición de las aguas en las que una vez caminó Jesús. Pero por esa época no se ven demasiados turistas, así que la embarcación estaba sola en aguas tranquilas y brillantes del Mar de Galilea. Se trataba de una mañana gris, de las que traen lluvia. La marcha era rápida y directa. En proa observando los detalles que le ofrecía la geografía, sintió la curiosidad de probar el pan. Quizá porque no había siquiera desayunado. Quedó sorprendido por el sabor. Fue nuevo pero conocido. La sorpresa no era el sabor, sino que ese sabor no le resultara una sorpresa. Un pan que es capaz de saciar no solo el hambre.

          La barca sigue su rumbo lentamente. El viento dulce y tibio acompaña un sol que asoma entre las sierras del este. Llegan a la costa. Bajan al agua para amarrar la barca. Los doce acompañan la marcha. Atraviesan la playa firme de tierra milenaria, y suben al pequeño monte. La hierba verde apenas se ve, una multitud de más de cinco mil personas allí espera. De la nada aparece un niño con una canasta con panes ázimos de cebada, para que esos cinco panes sean multiplicados y repartidos. 

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