PRINER PAM (Todo dado vuelta)

PRINER PAM (Todo dado vuelta)

Jorge Torres

25/07/2023

Las esperanzas se van perdiendo a medida que nuestro peregrinar avanza por este desierto infinito. ¿Por qué no atiendes nuestras suplicas?

Hemos tratado de cumplir tus mandamientos. Sé muy bien que no lo hemos logrado, pero es tan difícil desde la carne no desear, no envidiar, por favor te suplico que no permitas que sucumbamos en este infierno de arena.

De repente la zarza se encendió y una voz profunda retumbó en la montaña.

  • ¿Qué necesitas Moisés?
  • ¡Alimento mi señor, nuestro pueblo lleva años mal nutrido y muchos sucumbirán ante la hambruna y la fatiga!
  • No veo que estén cumpliendo con la ley, lamentablemente …
  • Tratamos señor. Es el desierto que nos invita a equivocarnos, confundiéndonos.
  • ¿Culpas al desierto Moisés?
  • Si, sin dudas. De no estar aquí cumpliríamos todas las leyes.
  • Jajaja. Sin embargo ahora estas en la montaña y sigues mintiendo Moisés.
  • Es el hambre Señor que me pervierte, perdóneme.
  • Vuelve al campamento Moisés, mañana les daré alimento.
  • Gracias, Señor por su compasión.

Moisés emprende el camino de regreso al campamento con la alegría de saber que el Señor en su inmensa comprensión le brindaría comida a su pueblo. Apenas llegando al mismo, una vez descendida la montaña, una copiosa lluvia lo sorprende inundando el asentamiento con una gruesa capa de unas finas hojuelas, de una delicada panificación.

Los miembros de dicha comunidad salían desesperados a tratar de saciar su hambre, comiendo tan esperado regalo del cielo. En dicho episodio, nadie se fijaba en su prójimo, no solo comían, sino también acumulaban en sus bolsas el preciado alimento librando a su suerte a inválidos y desfallecientes, que no podían alcanzar el sustento.

Días después Moisés se encamina a la montaña para agradecerle al Señor por su benevolencia y buen gusto. Mientras espera que la zarza se encienda manifestando la presencia del altísimo, se encamina rápidamente hacia el yuyal para hacer sus necesidades, en el camino se encuentra con la serpiente mental, que en el oído le susurra el pensamiento malévolo que le señala que el Señor solo busca envenenarlo, con sus tentaciones gastronómicas.

  • ¡Me alegra verte nuevamente Moisés!¿Ha quedado satisfecho mi pueblo?
  • Sí Señor, he venido a dar gracias.
  • ¿Han alimentado a los enfermos, mujeres y niños ante todo?
  • Obviamente, yo me he encargado personalmente de ello Señor.
  • Me han dicho que algunos lo están acumulando y vendiendo al alimento.
  • ¡Imposible, yo mismo estoy atento a estas tentaciones!
  • Te veo hinchado Moisés.
  • Si en realidad me siento pesado Señor, con unos gases que hacen que mi carpa apeste. Temo que la ingesta de sus exquisitas hojuelas me estén cayendo mal.
  • Eso es improbable Moisés.
  • ¿Recuerda el temita con los chanchos en Egipto, Señor?
  • Eso fue otra cosa, yo advertí que no consumieran chancho.
  • De acuerdo, pero creo que la gripe porcina ha sido demasiado castigo.
  • A ti te fue muy bien en esa oportunidad lucrando con tus inservibles remedios, Moisés. Te compraste una carpa nueva al término de la epidemia.
  • Usted, me vive juzgando Señor. Creo que me voy a ir con el gordo del nogal, pienso que tiene más onda, no juzga, ni se mete con lo que la gente se introduce en la boca.
  • ¡Mal agradecido! Has conseguido mi furia, fuera de mi vista. ¡Hijo de mil Budas!

De repente la montaña se estremeció y un alud de rocas comenzó a descender de sus alturas, haciendo rodar a Moisés por la ladera de la misma, hasta su base. Apenas podía incorporarse Moisés, cuando observo que el camino a su Señor se encontraba obstruido por grandes bloques de piedras.

Los cólicos abdominales iban en aumento y las deposiciones eran cada día más aguachentas, para colmo de males en el desierto solo crecían cactus para higienizarse. Moisés estaba convencido a estas alturas de los acontecimientos que el buen Buda seria incapaz de negarle unas hojitas de malva.

Trastabillando montaña abajo, Moisés se encuentra con su hermano Aarón que se encontraba abocado en su búsqueda, preocupado por la demora en que incurría Moisés, desde hacía ya varias lunas.

  • ¿Qué te ha ocurrido hermano? Estás golpeado y todo cagado por lo que puedo observar…
  • Ni te imaginas Aarón`…El Señor se ha enojado conmigo y me ha sacado cagando de la montaña. Ahora no nos va a quedar otra, que pedirle ayuda al gordo del nogal.
  • ¡Ni en pedo, Moisés! En estos días que has estado ausente hemos molido las hojuelas con Miriam, preparando una fina harina con la cual elaboramos panes, miñoncitos, flautas, baguettes, emparedados de cactus, tortitas de dulce de zarza y nos está yendo muy bien con las ventas. Creo que tenemos para cuarenta años de bienaventuranza en este desierto, gracias a Dios.
  • Déjate de romper las bolas Aarón, lo que menos necesito con esta descompostura, es ponerme a laburar en tu horno. Yo mejor me voy a rascarle la pancita al gordo, para ver si me da de morfar.

No había culminado Moisés de pronunciar sus palabras, que el Señor se les aparece a los hermanos en medio de su camino interceptándolos, para increpar a Moisés con la dureza de sus palabras.

  • ¡Moisés! Jamás he de permitirte que te vayas con Buda. Ni sueñes en convertirte al budismo. Por la santa cruz te digo, que tú y tu descendencia si algo serán, han de ser celiacos.

Proclamada esta colérica condena, el Señor emprende su iracunda marcha hasta montaña, agrietando el camino a su paso.

  • Aarón, en verdad no entiendo la ira del Señor. Sus palabras me confunden y me atemorizan. Me ha amenazado en lenguas incomprensibles para mis oídos. ¿Has escuchado Aarón? ¿Comprendes que ha querido decir con cruz, celia que…?¿Lo has escuchado?
  • Obviamente, como no lo voy a escuchar… Quédate tranquilo que ahora te lo bajo del spoty y lo vamos escuchando juntos, camino a casa.

Mientras los hermanos se aproximaban a vuestras carpas iban percibiendo el exquisito aroma de  la primera horneada diaria, que desprendía el horno de la panadería, al cuidado de Miriam. A su vez la gente de la comunidad salía a recibir a Moisés y Aarón, alertados por la extraña música que los acompañaba. Donde una exultante Celia Cruz proclamaba a viva voz, que: ”No hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando”

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