Ciertamente era depresión.

No podía ser de otro modo.

Mientras preparaba su gran carpeta de dibujo y un caballete que se agenció en un desguace familiar, por poco precio, Fausto seguía dándole vueltas a la misma idea: nunca se daría por vencido.

Metió el vaso que contenía la vela que cambiaba de color en un cestillo de mimbre con algodones para evitar una eventual rotura.

Cargó con la baraja del Tarot.

Sopesó una colección de librillos enanos considerando que no debía llevar demasiados por no dañar su gastada columna vertebral: dejó prácticamente la mitad.

Cubos de Rubik. Una lupa. Cerillas. Imanes, folios, alfileres.

¿Faltaba algo?

Siempre.

Al fin se precisaría lo más inverosímil y debía aguzar su imaginación a la hora de recolectar los elementos auxiliares de sus actuaciones

Aprestó siete escobas.

Ordenó los grabados plastificados de una de sus historias-racimo…

Estas grandes hojas serán aventadas y según caigan podrá crearse una serie de historias para niños, interviniendo estos últimos en la confección de las mismas.

Pero Fausto está muy preocupado. Su labor oficial quedo atrás hace tiempo y ahora pulula por mercados y ferias de pueblo ofreciendo, a distintas entidades municipales, sus servicios que terminan siendo más de guardería que lo que en realidad se pretendía fueran: un entretenimiento vital participativo para todos aquellos que disponen de imaginación, tiempo y muchos años por cumplir.

Es enseñar a pensar con cierta filosofía alejada de los cauces habituales. Educar dejando al margen el mercantilismo habitual.

Toda su labor queda presa en la retina pero también en la pituitaria pues suele acompañar sus actuaciones con olores escogidos que desparrama suavemente por el pequeño espacio que se le proporciona.

Descompone viejos cuentos ya manidos por haber sido recitados con el interés de transmitir cierta moralina al uso… Los rehace y transforma en mensajes optimistas con un punto subversivo. Por ejemplo, a la ahorrativa hormiga la transforma en una insoportable avara. La cigarra pasa a ser un personaje fenomenal que triunfa indistintamente en los escenarios de verano e invierno llegando a ser muy conocida por su peculiar voz.

No todo ha de ser peyorativo para el artista que nos alegra la existencia, concluía Fausto.

Pero al término de su actuación, recogidos los bártulos y retirado en la pequeña habitación alquilada, el hombre llora en silencio. Sin lágrimas, que es lo peor. Su mundo de pompas e ilusiones se va deshaciendo. Los grandes adelantos de la comunicación barren inexorablemente los teatrillos de marionetas no quedando apenas espacio para el guiñol ancestral.

Él cree que tanto invento sin control conducirá a un desastre seguro.

Nada más evidente que ese número en el que se disfraza de ciego de la guitarra y canta trovas medievales. Nadie se fija en la enorme verdad que supone el que un invidente conduciendo a otros ha de llevarlos hasta el abismo en el que irán cayendo, como en el cuadro de Brueghel. En conclusión: Fausto habla de solidaridad y casi gasta más de lo que le pagan por proveerse de elementos que sorprendan y remuevan la ternura en los corazones infantiles. Luego la soledad le llega, ahogándole como si de un tsunami se tratara.

A veces, al final de la actuación, los niños le tiran bolas de papel (en vez de piedras) y pretenden emplumarlo, empujados por una errónea interpretación de los clásicos. Del Lazarillo de Tormes toman lo anecdótico. Lo más cruel.

En cierta ocasión, ante un público que frisaba la edad de la ignorante inconsciencia, desarrolló una historia paralela al cuento de «Kafka y la muñeca viajera». Para ello apiló cajas ilustradas que remedaban bloques de rompeolas (las llamaba «la Torre de Babel-Papel»), trece escobas (de eximias brujas), un sinfín de libros de bolsillo que fueron «sembrándose» en el suelo y, entre ellos, una abundante cantidad de frutas y hortalizas al natural: limones, naranjas, manzanas, plátanos, racimos de uvas, piñas, media papaya, patatas, zanahorias, calabacines, tomates, una hermosa col, guisantes en sus vainas, berenjenas, una calabaza, cebollas, nueces, avellanas, almendras…

Comenzó el relato kafkiano al tiempo que incluía una interpolación documentada con cartas propias que le escribieran sus alumnos treinta años atrás. Algunas estaban sin abrir, pues la costumbre de Fausto era no apresurarse nunca y dejar siempre alguna incógnita para el futuro…

Se movía al ritmo del Adagio de Espartaco y Frigia, de Khachaturian, que sonaba como música de fondo.

Recitaba poemas.

Hablaba en susurros.

Gritaba.

Subía y bajaba su cuerpo como una ola. Portaba una luz multicolor en una mano y su varita retorcida de índole mágica, según aseguraba, en la otra…

En las cuatro esquinas de la habitación había depositado unos recipientes con colonia, café, sándalo y curry. Según avanzaba el espectáculo iba derribando sobre unos trapos las sustancias que llenaban la estancia con el aroma de turno.

Se hizo el silencio.

«¡Sigue!», dijo el cuentacuentos.

«¡Ayúdame, me he quedado en blanco y no puedo recordar el final!»

La niña interpelada se dirigió a la puerta, la abrió y cuchicheó algo en dirección al pasillo.

«Le he dicho que vaya a buscar a la muñeca. Hablé con mi amiga invisible y me dice que será muy difícil encontrarla ya que se escondió hace mucho tiempo en tu corazón».

Fausto dió un respingo y quedó mudo.

«Alicia dice que eres muy bueno pero que pierdes el tiempo con nosotras ya que nunca te haremos caso y nos olvidaremos pronto de tí y tus cuentos».

Fausto acabó como pudo la representación, puso la música de Isao Tomita que describe el Triángulo de las Bermudas y sacó de su bolsa de viaje una esencia que le agradaba a su hija Alicia, muerta hacía muchos años, desparramándola entre los libros y flores depositadas que remedaban una casita de muñecas.

«Te da las gracias», añadió la niña. Y se fue al lugar de donde se levantara para participar en tan insólita representación.

Fausto enciende la vela.

Los colores se suceden ininterrumpidamente.

Apura el tercer vaso de tequila.

Espera que aparezca algún diablo que negocie con él.

Se sirve la última copa.

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