I’m singin’ in the rain

Just singin’ in the rain

What a glorious feeling

I’m happy again.”

Ya… Feliz otra vez… Planta 48, puerta 24, no pensaba tener que volver aquí… Y, sin embargo, no puedo burlar al destino, pero sí que engañé a miles de pobres diablos con esas acciones a centavo… 

Hoy 28 de octubre de 2029, allá por donde mire, veo el pánico sembrado en las calles. Es más, hasta noto cómo me saluda entre burlas. Únicamente tres días le han bastado para deshacerse de mínimo cien mil trabajadores, siendo el último… yo.

Loco de mí, me dejé llevar por esa euforia, por ese efecto riqueza que propugnaba uno de mis mentores: Isaac Fisher. Sus consignas se me grabaron a fuego en la mente hasta hoy. 

¡Maldito lunes negro!

Tras recibir la fatídica llamada el pasado viernes, mi mundo se derrumbó. ¿Gracias por todo, pero que pasase a recoger mis cosas a la mayor brevedad posible? ¿Y qué sucede con todo el dinero que les he hecho ganar a manos llenas, llevando al huerto a pobres desgraciados con ínfulas de grandeza, pensando que se harían de oro con los bonos basura?

Bueno, al menos me han dado la gracia de dos días para que asimile mi nueva condición de desempleado… ¿O pájaro estrellado? Ahora salgo a la calle sin ojos tras los picotazos de esta crisis de la cual he sido partícipe. Mi mejor estrategia de aquí en adelante: apretarme el cinturón. ¿Más todavía? ¡Adiós comisiones! 

Sin mañana y con exceso de tiempo, avanzo por una calle que me tiene tomada la matrícula. Vivo con lo justo, efectos secundarios de haberse pegado la gran vida sin pensar en ¿el futuro? ¡Si no lo hay! ¡Es éste, ahora, donde ni me veo!

Acabo de plantarme en el que, sin saberlo, iba a ser y es el principio de mi fin, que justifica los medios, ¿no Isaac? ¿O era…? ¡Ah, no, ya hasta la cabeza he perdido en este juego infernal…! ¡Maquiavelo! ¿Dónde tengo la testa? ¿Qué idioma utilizar para describir mi miseria? 

Pero sí, he llegado: Wall Street. 

Me engulle la hipnótica puerta dorada de acceso. Su hall faraónico exhibe sus apocados intentos por deslumbrar con su pompa y platillo. Pero es un brillo estertóreo y por el que se pelean máculas de óxido por el mejor lugar para mostrarse al público. ¿Cuál? Es gente como yo en busca de centímetros cúbicos de aliento con el que salir a flote en un páramo de hormigón y rascacielos indiferentes.

Camino en línea recta o eso creo. Bueno, en mis mejores tiempos tampoco es que pegara ojo, no lo suficiente, pendiente de gráficos, índices y sacar la mayor tajada posible de los incautos. ¿Cuál es la diferencia?

Ascensores. 

Todo un lujo que muy pocos se podían permitir. Planta cero, puertas automáticas abiertas para mí. ¡Aún suena música por los altavoces! Jazz, una que me llevó a conocer al amor de mi vida… ¿Y qué vida me queda, si hasta ella, Amanda, alzó el vuelo, lejos de la escoria en que me fui convirtiendo sin yo percatarme?

–Ejem… ¿Disculpe? ¿A qué planta iba?

–¿Qué? ¡Discúlpeme usted a mí! A… la… 48… ¡Sí, a la 48?

Era Harry, el bedel. Un tipo corriente, trabajador nato y que merecía un ascenso. Pero ahí estaba, siempre con su sonrisa nacarada y, ¡cómo no, su llamativo uniforme amarillo! Inolvidable. Fue  inspirador. Motivador, diría. Debería seguir su ejemplo y no lloriquear por cada esquina. Mi reto de ahora en adelante. 

–¡Adiós, señor! Que tenga buen día.

«Eso espero, que todo esto se trate de un mal sueño que terminará nada más despertar». 

Dejando en la monótona a Harry, vuelvo a describir lo que presume ser una línea recta. ¿Eje Y? ¿Eje X? ¿O es el Z? Me inclino más por éste. Desearía que no se me note tanto la borrachera. ¿Y qué hago? ¡Para juicios estoy yo…! ¡Suficiente con que mi ex me  exprima hasta la última gota! Crack en el juego, pero como marido… De qué me quejo, si sólo tenía tiempo para… ¿números?

Los pasillos que recorría se acomodan en la penumbra. Las oficinas, saqueadas. El otoño, afincado en el interior del edificio.  

Me detengo antes de llamar a la puerta de la caza especulativa: contemplo la que fue  mi mesa de escritorio. Comienzo a temblar… ¿Tiembla el edificio conmigo? ¿El Bourbon? 

¡No me digas, el teléfono rojo!  En este mundillo, como decías, Isaac, hay que tener  contactos, ¿verdad? Me gustaría verte ahora. ¡Qué ironía! 

¡Me habían citado a las doce en punto! Por no saber, ni la hora; perdí o me robaron el reloj de pulsera. 

¡La tan famosa y adorada cual diosa griega ‘puerta 24’! Hasta ella ha sufrido los rigores de esta descarnada crisis. 

Antes de entrar, oigo el graznido de un cuervo. Por la casi opaca ventana, intuyo su silueta en pleno vuelo. De pronto, se apaga. Un golpe seco. ¡Ha colisionado! El vidrio luciendo un empellón como resultado.

No sé, pero ha sonado demasiado fuerte para tratarse de un ave tan ligera.

De pronto, otro impacto. Y otro. Y… ¿Qué está pasando?

Señales de alerta. Esos golpes secos se repiten por sistema. ¿Granizada? Imposible, el cielo está raso. ¡Otro impacto! ¡Ahora, uno más fuerte! Presa de la curiosidad, teñida de ansiedad, me acerco a otro ventanal más limpio. 

La calle que antes lucía sus pulcras y esplendorosas aceras, ahora de forma gradual se volvían parduzcas. Aguzo la vista y ahogo un grito: ¡una lluvia de gente! No me digas… ¿Harry? ¡¿Harry también?! Ese uniforme amarillo es  inconfundible, una luz en medio de tanta oscuridad… 

Unas bisagras que pedían ser engrasadas hablaron a mi espalda: la puerta 24… 

–Hola Isaac.

¿Isaac? Si yo no… ¿Cómo que Isaac? ¿Isaac Fisher?

¿Es Morpheo? 

¿Y mi finiquito dos pastillas: una azul, una roja?

«Tú elijes».

Me revela que mi estado actual de paranoia es la consecuencia de mi intento fallido de suicidio tirándome por la ventana. 

Pero… I’m singin’ in the rain

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS