Era una de esas noches cálidas y despejadas, pero, luego de pasar toda la noche en vela, Miach aceptó que lo único que le apetecía a su cuerpo era liberarse de los fantasmas de su mente. Tumbado boca arriba, cerro los ojos y se tomó un momento para respirar. Luego, con desgano, salió de su tienda de campaña. Parpadeo severas veces intentando adaptarse a la oscuridad, le tomo unos segundos divisar dónde se encontraba el mar por entre los pinos. Y comenzó a caminar hacia la playa, esquivando a sus compañeros de tropa que aún seguían dormidos.
Restos de madera y de vela del barco se encontraban desperdigados por toda la costa. El recuerdo de los gritos de batalla y su cuerpo cubierto de sangre, lo golpearon. Aún le quedaban dudas sobre quienes habían sido esos piratas que intentaron conquistar su isla sagrada, su hogar. Y que había tenido que defender con todas sus fuerzas.
La arena que se le filtraba en las botas comenzó a molestarle. Miro hacia arriba en busca de algo de claridad mental, sus hombros rendidos. Las estrellas destellaban y su orden acompañaba a las copas de los árboles que se veían a contraluz. La luna llena iluminaba el calmo mar de un extraño color celeste. Miach se paró en seco, su sangre convirtiéndose en hielo. Allí, desde el centro de este, en lo que parecía ser el reflejo de la luna, surgió la silueta de una mujer de largo cabello albino, vestida con un camisón blanco. Su figura mojada parecía diluirse en el agua. Unas manos largas y pálidas paseaban distraídas por la superficie.
Estaba allí, su amada, su vida. Su presencia relajó los sentidos del joven. Todo su ser lo empujo a adentrarse en el agua, no podía quedarse con la duda. El movimiento que su caminar generaba en el agua pareció no sorprenderla, y al llegar a su lado, Saoirse, se giró para mirarlo. Ella estiró su mano fría y él la tomó. Largó un suspiro. Sí, se encontraba allí; de carne y hueso. Se veía igual, ¿qué había ocurrido?, ¿había soñado aquel momento en donde su mujer, aun sosteniendo su espada, había dado sus últimos respiros en sus brazos? Tal vez… Pero al mirarla a sus ojos dorados se dio cuenta de que algo andaba mal, estos parecían cubiertos por una película blanquecina. Su mirada parecía siniestra, y antes de darse cuenta, su mujer, sonriendo de lado a lado, tiro con una fuerza sobrenatural de él hacia las profundidades del agua.
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