Cabalgando desde el este, a las puertas de un castillo, llega un caballero montado en un hermoso caballo blanco. Se detiene frente al viejo guardia que custodia el acceso al mismo y le habla en estos términos:

—Quisiera ingresar al castillo con el propósito de convertirme en uno de sus nobles guerreros.

El guardia alza la vista mirándolo y le contesta:

—Pareces fuerte, por lo que he observado cabalgas bien, y se me hace que eres muy hábil con las armas.

El caballero sonríe para sus adentros viéndose ya dentro del castillo, pero entonces el guardia pregunta:

—¿Qué experiencia tienes en combate?

El caballero medita un instante temiendo por su respuesta, pero él se tiene por uno verdadero y su código le impide mentir. Toma aire llenando los pulmones y con el tronco erguido y la frente en alto responde con voz clara y segura:

—¡Ninguna!

—Pues entonces, no puedo dejarte entrar y no podrás convertirte en un guerrero del castillo hasta que no acumules suficiente experiencia.

El caballero ante tales palabras se retira apesadumbrado, aunque no derrotado, y cabalga. Recorre toda la comarca en busca de combates en los cuales pueda luchar para ganar en experiencia, pero son tiempos de paz y se hace difícil encontrar un lugar donde mostrar la destreza de su fuerte brazo. Sólo de vez en cuando interviene en uno que otro pleito callejero y en algún combate individual al ser ofendido su honor. Sin embargo, todo eso no es válido para sus propósitos.

Viaja durante semanas y arriba a regiones remotas donde encuentra batallas en las cuales combatir, pero allí tampoco es aceptado; su lengua es extraña y los guerreros de tales comarcas no entienden sus palabras. Ante esta difícil situación, regresa a su tierra natal. Se presenta nuevamente ante el guardia del castillo, y ahora solicita cualquier ocupación que esté en relación con sus habilidades, pensando que una vez dentro del castillo le será más fácil, con el transcurrir del tiempo, acceder a su meta.

Así, primero solicita ser instructor de futuros combatientes, pero otra vez la falta de experiencia en el puesto le traba los deseos. Luego pide ser escudero, mas adolece de práctica en el puesto. Propone entonces trabajar de herrero y así construir nuevas y afiladas armas con las cuales luchar. Sin embargo, no conoce el oficio.

El caballero se hace a un lado y observa como otros, a los cuales ve con menos conocimientos y destreza que los suyos, entran al castillo y todo por la experiencia que han ganado en las batallas. Piensa y razona, ¿cómo mostraría sus dotes y adquiriría experiencia si nadie le daba la oportunidad para hacerlo?

La idea de ingresar en el lugar lo obsesiona y decide postularse para cualquier ocupación con tal de estar dentro de los altos muros de la fortaleza. Pero cuando no le falta práctica en el puesto solicitado, es rechazado; pues, ya existe quien realiza la tarea. En él crece un encono contra el anciano guardia a medida que le deniega el acceso una y otra vez, hasta que, finalmente, deja de insistir. Desesperanzado, amargado y creyendo que jamás entrará en el sitio, desmonta del caballo, deja a un lado del camino la espada y despojándose de la armadura, se dispone a abandonar el lugar y sus sueños, para buscar una ocupación fuera del castillo: una al alcance de sus posibilidades. Pero entonces…

—Caballero —grita el guardia—. Aguarda un momento. Ven aquí —le indica.

El caballero vuelve sobre sus pasos, intrigado.

—Hay un puesto próximo a quedar vacante. Dada tu determinación por querer ingresar al castillo, quizás te interese.

—Por supuesto, ¿de qué se trata?

El guardia habla y, una vez que termina la explicación, el caballero se permite dudar un momento y mira a su interlocutor a los ojos.

—Jamás pensé que se trataría de eso, pero acepto —contesta.

Han pasado un par de semanas. El caballero luce orgulloso la nueva armadura apostado solitario en el paseo de rondas del castillo observando los alrededores. Ve un jinete que se acerca. Al estar a unos metros detiene la marcha y dirigiéndose a él lo saluda y le comenta el motivo de su arribo, a lo que el caballero responde con voz desapasionada y monótona:

—¿Qué experiencia tienes en combate?

FIN

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