Los viernes por la noche entre la calle de los toros y la avenida 24
de mayo, en el pequeño bar de Miguel llamado, “Agua loca y agua santa”, la cosa pinta entre un jazz y el sonido causado por los puñetazos.
Recogieron a Abelardo del callejón trasero que daba al bar, alguno de los presentes lo abanderó presidente con un pedazo de plástico publicitario de la cerveza más vendida de la ciudad y Gloria, la tipa que se liga todas las noches a un ebrio diferente se quitó la pañoleta para hacer presión sobre la herida en la ceja. Así lo arrastraron adentro del bar. Miguel celebró su victoria invitando una ronda de ron para todos y Luis sentó a Abelardo cerca de la barra.
– Cada viernes es la misma historia. No entiendo por qué el viejo
Miguel sigue prestándose para este circo, creo que tomó gusto
por golpearle en la nariz, como una especie de reto personal y no encuentro
lógico el comportamiento de Abelardo por dejarse golpear. Desearía ir a otro bar, me
martiriza ver a Abelardo siendo carne molida todos los
viernes.
Pablo frunció el ceño, tragó un bocado de aguardiente de caña
y miró de reojo a
Abelardo que yacía dormido sobre la barra.
– ¡A callar Luis! No hagas drama. Te gusta venir
a este bar porque los tragos son baratos y te divierte observar las golpizas que le dan a Abelardo, las cosas como son .
Luis miró a Abelardo, le levantó la cabeza, limpió con una servilleta la sangre de la
frente y le dejó seguir durmiendo.
– Aunque no lo creas Luis, Abelardo es un genio. Escribe de maravilla en las madrugadas en las que el alcohol le deja,
sin embargo actúa como desquiciado, esos que gustan meterse en embrollos solo para constatar si el dolor
físico causado por una paliza puede compararse al dolor moral que
cargan.
Luis mordió un par de cacahuates, observó a Pablo, movió la cabeza con desaprobación. Miró a Miguel brindando con Gloria y volvió su incredulidad hacía Pablo.
– ¿Acaso no hay alguien esperando en casa a Abelardo, tal vez una mujer, amante, madre, hermana, amiga… lo que sea? Tal vez Abelardo se volvió un borracho por falta de amor.
– No.
No tiene a nadie que le espere en casa. Él dice que así está bien, no le hace falta amor. Dice tener un gato negro, ese animal es
el único ser que le demuestra afecto. El gato maúlla y le busca cuando tiene hambre,
después se larga a asolearse y dormir, no le
importan los sentimientos de Abelardo. Pero cuando Abelardo se emborracha
por tres o cuatro días el felino siente la ausencia de su
criado, le busca, maúlla, sube a sus rodillas y se atreve
a lamerle la boca, por eso Abelardo ama mucho a ese gato hipócrita y se
conforma con su compañía.
Luis ordenó otro tequila, miró entristecido a Abelardo, parecía evocar recuerdos de un pasado distante en el que él se veía reflejado en Abelardo.
– Pobre Abelardo, es casi seguro que tuvo una experiencia tortuosa con
el amor y por eso se lanzó a los brazos cariñosos del alcohol.
– No sé qué le pasó, está totalmente desquiciado. Algunos
dicen que tiene veintisiete años, yo creo tiene unos cuarenta y
siete. El alcohol no es buen amigo de la juventud. A veces me da pena y otras veces me da
rabia, ver a un tipo con futuro malgastarse la vida en estos bares de
mala muerte es una patada en el culo para la gente como nosotros que no tiene dones.
La primera vez que vine a este bar lo encontré en el callejón,
tenía un labio roto, un ojo morado y una botella vacía de
vodka en la mano. Junto a él estaba una pila de escritos. Cuando me acerqué para brindarle mi ayuda me
dijo: ¡Eh, cuidado, soy escritor! Terminé una antología de la
gente que cruza por este callejón en una hora, ahora
falta a que me lo publiquen. Te leeré la primera línea, dice
así: la gente quiere abandonar el disfraz de normalidad y vestirse de
locura, con esas vestimentas entenderían la vida, los
bares estarían repletos y todo el alcohol del mundo se agotaría en
una sola noche… No leyó más porque se quedó dormido. Yo leí todo, me pareció una obra bizarra, pero cierta.
Desde ese día tengo respeto por Abelardo, sé que no es tonto,
comprende a la sociedad, pero la sociedad no lo comprende a él, por eso no le dan una oportunidad.
– Ser escritor, no sé si es don o maldición. Lo que me chilla es que busque las formas de fastidiar al viejo Miguel
para que lo golpeé. El otro día pensé
que ya lo había matado. No entiendo esa conducta despótica con su
propio cuerpo, ya le faltan dos dientes, no sé qué más pueda
ocurrir.
Pablo se reniega, maldice a Abelardo, mira con desdén a Gloria y grita al cantinero cambiar de música.
– Deja de sufrir por ese escritor. Él dice que está haciendo una obra de caridad prestando su cuerpo para que Miguel pueda desquitar toda esa
actitud agresiva. Después de golpear a nuestro
escritor atiende a los clientes como gente y no como animales, es más
comprensivo con las desesperaciones de la vida.
– Parece que lo justificas, no creo que deba sufrir tantas
golpizas solo para componerle el humor al cantinero, ese es un
sacrificio inútil, aunque sé
que en estos tiempos todos queremos ser el héroe de alguien, llamar
la atención…
– Quizá tengas razón, pero qué
quieres, tú también intentas ser el héroe de algo, ¿verdad?
Mientras Pablo y Luis discuten sobre Abelardo, él se pone de pie, maldice a Miguel, le insulta diciéndole marica, le ofrece 50 euros por pelear otra vez y así inicia el ritual de este escritor borracho.
Música:
All my shurfling /jazz
Home for the holidays /jazz
La ciudad / bolero
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